Luego vino el evento principal: los voluntarios en el autobús, organizados por un grupo llamado City Relief, le entregaron a cada persona en la fila una taza de sopa de verduras caliente, dos panecillos grandes y una taza de chocolate caliente.
Entre los comensales habituales que se forman aquí, en el Parque Peter Francisco detrás de la estación Newark Penn, la noticia de que las autoridades de la ciudad planean dificultar la entrega de alimentos a las personas sin techo no fue bien recibida.
“Creo que está mal”, dijo este mes Olivia Fontana, de 40 años, quien ha vivido en un refugio durante el último año, mientras esperaba en la fila de la sopa, que generalmente alimenta a unas 60 personas. “La gente necesita comer”.
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Pocos días antes de la celebración de Acción de Gracias, la ciudad les envió un correo electrónico a las iglesias y organizaciones de ayuda en el que anunció la prohibición de alimentar a las personas en situación de calle en espacios públicos, incluidos parques y la estación de tren.
Tras varias preguntas por parte de The New York Times acerca de la política, las autoridades de la ciudad cambiaron su postura y afirmaron que los grupos que reparten alimentos necesitarían un permiso y que la nueva regla estaría dirigida en específico a aquellos que alimentan a las personas sin techo.
“La ordenanza en la que está trabajando la ciudad prohibirá que las agencias y las personas que no cuenten con un permiso den de comer a residentes sin un domicilio”, dijo una portavoz del alcalde Ras Baraka a través de un correo electrónico. “Todos los infractores serán multados y penalizados”.
Establecer restricciones al acto de caridad humana que quizá sea el más fundamental, alimentar a quienes tienen hambre, puede parecer cruel, pero muchos lugares lo hacen. Según un informe de 2019 de National Homelessness Law Center, al menos 17 ciudades de Estados Unidos prohíben la entrega de alimentos en áreas públicas o exigen permisos para ello, algunos con costosas condiciones.
Tristia Bauman, una abogada sénior del centro, dijo que, al centrarse en las personas en situación de calle, la ordenanza de Newark podría estar violando la cláusula de protección igualitaria de la Decimocuarta Enmienda y también vulnerando los derechos consagrados en la Primera Enmienda de quienes donan los alimentos, ya que los tribunales han determinado que compartir alimentos es una forma de discurso protegido.
“Esta restricción discriminatoria parece estar basada en la animosidad hacia las personas en situación de calle, más que en un interés legítimo del gobierno” señaló Bauman en un correo electrónico.
Los funcionarios de Newark ofrecieron varias razones para la dura medida. Afirmaron que la ciudad necesitaba garantizar que la comida que se repartía fuera segura, y que la distribución de alimentos en lugares públicos en realidad fomentaba la indigencia. La ciudad quiere que quienes deseen donar alimentos los lleven a refugios y comedores comunitarios.
Pero el cambio en la jugada también refleja una lucha por espacio público de primera.
Un grupo de mejoramiento de negocios en el vecindario Ironbound, donde está el Parque Peter Francisco, ha estado presionando para que se apliquen restricciones a la entrega de alimentos. El Parque Peter Francisco es un triángulo de 0,4 hectáreas muy transitado donde los fines de semana hay un flujo constante de donantes de alimentos, lo que suele causar que el parque termine lleno de basura. Ironbound, como gran parte del centro de Newark, está pasando por una etapa de remodelación.
Seth Grossman, director ejecutivo de Ironbound Business Improvement District, dijo que los grupos que traían comida a veces no limpiaban la basura que se generaba.
“Siempre es importante ser buen vecino, y un buen vecino es una persona segura, limpia y considerada con los demás”, mencionó.
La medida de Newark para limitar las donaciones de alimentos, la cual se ha discutido periódicamente en la ciudad al menos en los últimos cinco años, también llega en un momento en que el estado de Nueva Jersey y New Jersey Transit están preparando una remodelación de US$190 millones de la estación Newark Penn, un enorme edificio neoclásico de 85 años donde una mañana de este mes se podía ver a una docena de hombres tendidos en los largos bancos de la gran sala de espera de techo alto.
Al igual que otras ciudades del país, Newark —la ciudad más grande de Nueva Jersey, con una población de 311 mil habitantes— ha visto un incremento de las personas en situación de calle durante la pandemia. Bridges, la organización sin fines de lucro contratada por la ciudad para asistir a las personas sin techo, ha contabilizado 1336 personas que han pasado una noche a la intemperie en lo que va del año. La cifra equivalente en la ciudad de Nueva York, que tiene casi 30 veces más residentes que Newark, sería de unas 37 mil personas en situación de calle, una cifra mucho más elevada que cualquiera de los cálculos de la población indigente de Nueva York.
Durante el gobierno de Baraka, la ciudad ha tomado medidas para reducir la indigencia. Baraka creó una oficina de servicios para personas sin techo el año pasado y nombró encargada de las personas en situación de calle a una exdirectiva de Bridges, Sakinah Hoyte. Este año, la ciudad inauguró una comunidad de residencia temporal llamada Hope Village, hecha de contenedores de transporte modificados y diseñada para ayudar a las personas sin techo en los alrededores de la estación de tren a hacer la transición a una vivienda permanente. La ciudad está habilitando una antigua escuela como un nuevo refugio y centro residencial temporal.
Fue en el contexto de estos nuevos programas que Hoyte envió la “carta sobre la donación de alimentos en lugares públicos” el 19 de noviembre en la que anunció una prohibición absoluta de la entrega de comida a personas sin techo en áreas públicas.
“Dar de comer a las personas en los parques no fomenta ningún tipo de transición a la vivienda”, indicó Hoyte en una entrevista. “Mantiene a la gente viviendo en las aceras y durmiendo a la intemperie”.
Hoyte afirmó que la ciudad aprueba que los grupos de ayuda ofrezcan a las personas indigentes suministros de emergencia como ropa abrigadora y que los ayuden a conectarse con los servicios sociales, pero que no deben distribuir alimentos en espacios públicos.
Al director de City Relief, Josiah Haken, esta estrategia le pareció errada: comentó que ofrecer comida a las personas en los lugares en que se encuentran suele ser el primer paso para sacarlos de las calles.
“La comida es muy importante”, afirmó. “Es lo que nos ayuda a construir confianza, la cual aprovechamos para ayudar a las personas a mejorar su situación. La simple realidad es que no hay suficientes recursos en Newark para las personas en situación de calle”.
Aseguró que, además, nadie decide vivir en la calle o en una estación de tren en lugar de en un departamento por la conveniencia de una comida gratis cercana.
Al día siguiente de la conversación de Hoyte con The New York Times, la ciudad cambió la estrategia y dijo que mejor exigiría que se tramitaran permisos. Haken dijo que City Relief cumplirá con el requerimiento de sacar permisos de la ciudad.
Este mes, dentro de la estación de trenes, varios hombres que viven allí afirmaron que en ocasiones habían visto a la policía de tránsito de Nueva Jersey decirles a los grupos que llegaban a donar alimentos que entregaran la comida fuera de la estación.
“El otro día los vi prohibiéndoles la entrada a esas personas”, dijo Eugene Bradley, de 41 años. “Es algo estúpido, desconsiderado y absurdo”.
Pero Vincent Jiles, de 57 años, quien ha vivido en la estación durante tres años, dijo que entendía que el departamento de tránsito de Nueva Jersey intentaba dirigir una estación de trenes, no un refugio.
“Este es un lugar comercial”, dijo. “Hay mucho movimiento por aquí, y la distribución de alimentos puede perturbar la actividad”. Jiles mencionó que, a veces, cuando las personas traen comida, “la gente se vuelve un poco loca y se puede originar un gran desorden”.