Esos denominados comandos de observación ciudadana se instalarán en las afueras de los centros de votación y tomarán fotografías y videos sobre el nivel de participación electoral, las que luego publicarán en las redes sociales, explicó.
Los jóvenes, que simpatizan con el principal bloque opositor, que no competirá en los comicios tras una serie de fallos judiciales, hicieron un llamado a su generación “a no desperdiciar su voto, que, por el contrario, con su abstención y denuncias digan claramente que la juventud exige libertad y democracia”.
El presidente de Nicaragua y candidato a una nueva reelección, el sandinista Daniel Ortega, saca una amplia ventaja de 61.7 puntos a su competidor más inmediato, el exguerrillero de la “Contra” Maximino Rodríguez, a cinco días de las elecciones, según un sondeo divulgado el martes por la nicaragüense M&R Consultores.
Los comicios en Nicaragua se celebrarán sin observación electoral independiente, con Ortega aspirando a su cuarto período y tercero consecutivo, ahora con su esposa Rosario Murillo, como aspirante a la Vicepresidencia.
Además, en medio de una gran tensión debido a que los poderes Judicial, Electoral y Legislativo han anulado al principal grupo opositor y han despejado el camino a Ortega, líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), ya que el resto de partidos que compiten son minoritarios.
El movimiento Jóvenes por la Libertad forma parte del movimiento Ciudadanos por la Libertad, integrado por antiguos dirigentes del Partido Liberal Independiente (PLI), que encabezaba el excanciller Eduardo Montealegre.
En junio pasado la Corte Suprema de Justicia quitó la representación legal del PLI a Montealegre y se la dio a Pedro Reyes, un hombre sin apenas actividad política hasta entonces y señalado por sus correligionarios por ser colaborador del Gobierno.
La medida causó luego la expulsión de la mayoría de los diputados opositores del parlamento y la retirada de esa coalición del proceso electoral.
Unos 4.34 millones de nicaragüenses están habilitados para elegir este 6 de noviembre a un presidente, un vicepresidente, 90 diputados ante la Asamblea Nacional y 20 representantes ante el Parlamento Centroamericano.
Figura polémica
En las vallas publicitarias rosas y brillantes que atraviesan la capital de Nicaragua, el presidente Daniel Ortega luce triunfal de cara a las elecciones del domingo, cuando su victoria está asegurada.
Pero casi nunca aparece solo en los anuncios: junto a Ortega está el rostro sonriente de la primera dama, vocera y compañera de fórmula, Rosario Murillo.
“Esa mujer es la que manda en el país, es poderosa”, dice el vendedor de fruta Roberto Mayorga. “Si se muere el hombre, ahí está ella. Ha sido su sombra, no hay quien la mueva de ser la próxima (presidenta)”.
Murillo ha asumido una gran responsabilidad durante la última década que su marido ha gobernado.
Se ha dicho que encabeza las reuniones del gabinete y muchos nicaragüenses le atribuyen programas sociales que han permitido que el Partido Sandinista mantenga altos índices de popularidad.
Es muy querida entre nicaragüenses pobres y sandinistas, por lo que Murillo constantemente tiene niveles de aprobación de un 70%.
Pero al mismo tiempo, es despreciada por la oposición, que ve su candidatura como un paso más en los intentos de Ortega —de 70 años— por mantener el poder en un país con una larga y desagradable historia de dinastías familiares.
“Ella ya ha estado involucrada en las principales decisiones que afectan al país y ha aconsejado al presidente, así que ahora sólo está tratando de conseguir un título apropiado para esa función”, dice Michael Allison, académico de ciencias políticas de la Universidad de Scranton.
“Parece que los Ortega realmente están intentando incrementar el control familiar sobre la vida política, económica y social de Nicaragua”, agregó.
“Así que ésta sería una manera de garantizar que el control de la familia sobre el país continuará independientemente de lo que suceda con él”, dice.
Murillo, de 65 años, nació en Managua en 1951, y obtuvo diplomas en inglés y francés mientras estudió en Gran Bretaña y Suiza.
En la década de 1970 comenzó a publicar poesía, trabajó en un periódico y cofundó un grupo opositor a la dictadura de Anastasio Somoza.
Conoció a Ortega durante la revolución y se enamoraron en el exilio. Volvió a casa cuando Somoza fue derrocado.
Durante los primeros gobiernos sandinistas, entre 1980 y 1990, fue una editora de cultura en un periódico, líder de la Asociación Sandinista de Trabajadores Culturales, abogada y encabezó el Instituto de Cultura del país.
Sin embargo, no fue sino hasta que Ortega volvió al poder, en el 2007, que el verdadero ascenso de Murillo comenzó.
Los anuncios públicos del gobierno generalmente son encabezados por ella. Murillo ha representado a su marido en viajes diplomáticos y misiones comerciales. También fue quien estuvo al tanto de la instalación de los “árboles de la vida”, gigantescas estructuras metálicas que están en la capital y han sido parte de una campaña que sus oponentes han criticado a pesar de los elogios de algunos residentes.
Murillo, a quien han calificado como una trabajadora incansable, transmite mensajes en televisión y redes sociales diariamente.
En ellos ofrece de todo, desde noticias del mundo hasta consejos de cocina en un estilo que puede variar entre lo religioso, lo revolucionario y lo poético.
“Está en los hogares de las personas todo el tiempo. Se ha convertido en el rostro público de la administración y pienso que eso ha ayudado inmensamente a incrementar su popularidad”, dice Christine Wade, académica de ciencias políticas del Washington College de Maryland.
Eso es particularmente cierto entre los pobres y las nicaragüenses, que la ven como responsable de los programas que anuncia: casas con techo, pequeños préstamos, desayunos escolares y clínicas especializadas en mujeres.
“Nosotros aspiramos al protagonismo pleno de todas las mujeres en Nicaragua”, dijo Murillo en agosto después de que se anunciara su candidatura. “Somos más del 50% de la población y tenemos la posibilidad, el deber, el derecho de ocupar posiciones de decisión, no solo de participación, sino de decisión”.
“¿Y quién mejor que la compañera para hacerlo?”, dijo Ortega.
Una encuesta reciente le da un 60% de aprobación a la pareja, en comparación con el 12% que tienen candidatos poco conocidos.
Sus críticos han acusado a Ortega de manipular el sistema político, a pesar de que es prácticamente seguro que ganará la elección.
Primero logró que quienes lo respaldan promovieran reformas constitucionales que le permitieran reelegirse.
Después, medidas tomadas por sus aliados en la Suprema Corte y el Consejo Supremo Electoral bloquearon a sus oponentes más fuertes y se deshicieron de casi todos los legisladores de oposición que aún formaban parte de la Asamblea Nacional.
Eso provocó que la Cámara de Representantes estadounidense aprobara una propuesta para que Estados Unidos se oponga a que instituciones internacionales den préstamos a Nicaragua, a menos que el país tome “medidas efectivas para realizar elecciones libres, justas y transparentes” . La iniciativa ya está en manos del Senado.
“Aquí lo que se va a dar es una farsa”, dice Carlos Langrand, uno de los 28 legisladores de oposición destituidos en julio.
Los opositores también acusan a Murillo de extralimitarse.
El poder que ella y Ortega comparten parece aspirar a crear una “nueva dinastía”, dice Mónica Baltodano, una excomandante de la guerrilla que rompió con los sandinistas. “Al estilo de las mafias escoge a su esposa, para darle un poder institucional que ya operaba de facto”.
A favor de Ortega está el crecimiento económico de Nicaragua, que si bien no es nada espectacular, sí es consistente.
Además, el país mantiene bajos índices de homicidio, en un momento que sus vecinos El Salvador y Honduras se ubican entre las naciones con más asesinatos.
Muchos nicaragüenses también están entusiasmados con el plan de Ortega para construir un canal interoceánico, que podría mejorar la economía de la segunda nación más pobre del Hemisferio Occidental.
Sin embargo, los críticos piensan que es poco probable que se construya y que, en caso de lograrse, podría provocar trastornos ambientales y sociales.
En la década de 1990, Murillo defendió a Ortega contra su propia hija, Zoilamérica, quien alegó que su padrastro había abusado de ella por más de una década.
Los intentos para procesarlo judicialmente toparon con pared, debido a la inmunidad que Ortega tenía por ser integrante del congreso. Sólo renunció a ella hasta que el delito había prescrito.
Mientras muchos sandinistas leales dejaron el asunto de lado, algunos nicaragüenses mantienen una imagen crítica del papel de Murillo.
“Definitivamente hay un segmento de la población entre las mujeres, las feministas y los grupos de derechos humanos que jamás la perdonarán por la controversia en torno a Zoilamérica”, concluye Wade.