Cuando finalmente llegó al cargo que anhelaba, su mejor momento ya había pasado. Trump había dejado Estados Unidos en ruinas, sus instituciones colapsadas, gran parte de la población presa de ideas delirantes iracundas y millones de personas traumatizadas por la pandemia. Biden fue elegido para devolver una normalidad que ahora parece haberse ido para siempre.
Muchas de las crisis que están afectando los índices de aprobación de Biden no son su culpa. Si una tasa de inflación del 8,6 por ciento fuera consecuencia de sus políticas, entonces es difícil entender por qué la tasa en el Reino Unido es aún más alta, del 9,1 por ciento, o por qué es del 7,9 por ciento en Alemania. El compromiso terco con el obstruccionismo de los senadores Joe Manchin y Kyrsten Sinema hace que la mayoría de las leyes sean imposibles de aprobar. Incluso si Biden tuviera una mayor propensión al activismo, no hay mucho que él pueda hacer sobre la revocación cruel de la Corte Suprema a Roe contra Wade o el ritmo cada vez mayor de las masacres que marcan el paso de la vida estadounidense.
Sin embargo, espero que no vuelva a contender, porque es demasiado viejo.
Ahora bien, yo no quería que Biden fuera el candidato demócrata en 2020, en parte por razones ideológicas, pero aún más porque lucía demasiado agotado y desenfocado. Pero, en retrospectiva, por la forma en la que los republicanos superaron las expectativas, es posible que Biden haya sido el único de los principales candidatos que podría haber vencido a Trump; los votantes no mostraron interés por un cambio progresista radical.
Así que reconozco que podría estar equivocada ahora, cuando hago un argumento similar. Pero el cargo presidencial envejece incluso a los jóvenes, y Biden está lejos de ser joven, y un país con tantos problemas como el nuestro necesita un líder lo suficientemente vigoroso para inspirar confianza.
El 64 por ciento de los demócratas quiere un candidato presidencial diferente en 2024, descubrió una encuesta reciente de The New York Times/Siena College. Esos demócratas citan la edad de Biden más que cualquier otro factor, aunque el desempeño laboral les sigue de cerca. No es una preocupación que sorprenda. Biden siempre ha sido propenso a las meteduras de pata y los malapropismos, pero al escucharlo hablar ahora hay una incertidumbre dolorosa, es como ver a alguien que se tambalea en la cuerda floja. (Algunos de sus errores pueden explicarse por el tartamudeo que superó cuando era niño, pero no todos).
Su equipo a menudo parece mantenerlo fuera del ojo público. El Times informó que ha participado “en menos de la mitad de las conferencias de prensa o entrevistas que sus predecesores recientes”.
Sin duda hay algo bueno en un presidente que no atormenta al país con una sed vampírica de atención. Y, según la mayoría de los reportes, Biden sigue siendo agudo y está comprometido con las labores fuera de los reflectores de su oficina. Pero al desvanecerse tanto en el fondo, ha perdido la posibilidad de fijar la agenda pública.
No puede darle un giro a una mala economía, pero sí puede resaltar sus puntos más luminosos, como una tasa de desempleo del 3,6 por ciento. Los estadounidenses simpatizan de manera abrumadora con Ucrania, y con un mensaje lo suficientemente conmovedor, algunos podrían estar dispuestos a considerar el malestar que producen los altos precios de la gasolina como el costo de enfrentarse a Vladimir Putin. Pero para motivarlos no es suficiente que su gobierno repita la frase “el aumento de precios de Putin”. Como todos, la Casa Blanca sabía por anticipado de la intención de la Corte Suprema de anular Roe contra Wade, pero, por alguna razón, cuando sucedió finalmente, no estaba lista con una orden ejecutiva y un bombardeo de relaciones públicas.
Aquí hay un problema que va más allá de la escasez de discursos presidenciales y apariciones en los medios, o incluso del propio Biden. Nos gobierna una gerontocracia. Biden tiene 79 años. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, tiene 82. El líder de la mayoría de la Cámara de Representantes, Steny Hoyer, tiene 83. El líder de la mayoría del Senado, Chuck Schumer, tiene 71. A menudo no está claro si entienden lo roto que está Estados Unidos.
Hicieron sus carreras en instituciones que, más o menos, funcionaban, y parecen creer que volverán a funcionar. Dan la impresión de considerar que este momento —en el que los engranajes del gobierno se han estancado y un partido trama contra la democracia abiertamente— es como un interregno en lugar de como un punto de inflexión. Los críticos demócratas de Biden provienen de diferentes espacios del espectro político: algunos están enfurecidos por su centrismo, otros preocupados por su falta de energía. Lo que une a la mayoría de ellos es una necesidad desesperada por líderes que muestren sentido de urgencia e ingenio.
La edad de Biden presenta una oportunidad: puede hacerse a un lado sin tener que considerarlo un fracaso. No hay vergüenza en no postularse a la presidencia a los 80 años. Salió del semiretiro para salvar a Estados Unidos de un segundo mandato de Trump, y solo por eso todos tenemos una gran deuda con él. Pero ahora necesitamos a alguien que pueda enfrentarse a las fuerzas aún en movimiento del trumpismo.
Hay muchas posibilidades: si los índices de aprobación de la vicepresidenta Kamala Harris siguen bajas, los demócratas tienen varios gobernadores y senadores carismáticos a los que pueden recurrir. Durante la campaña de 2020, Biden dijo que quería ser un “puente” para una nueva generación de demócratas. Pronto llegará el momento de cruzarlo.
Michelle Goldberg es columnista de Opinión desde 2017. Es autora de varios libros sobre política, religión y derechos de las mujeres, y formó parte de un equipo que ganó un Pulitzer al servicio público en 2018 por informar sobre acoso sexual en el trabajo. @michelleinbklyn