“Algunas hermanas, empleadas al servicio de los hombres de la Iglesia, se levantan al amanecer para preparar el desayuno y se van a dormir una vez que la cena se ha servido, con la casa en orden, la ropa lavada y planchada…”, describe la hermana Marie, llegada a Roma desde África hace veinte años.
“En ese tipo de servicio, las hermanas no tienen un horario preciso y reglamentado, como en el mundo laico, y su retribución financiera es aleatoria, a menudo muy modesta”, denuncia, entristecida al ver que en muy pocas ocasiones se las invita a compartir mesa con aquellos a quienes sirven.
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“¿Es normal que un consagrado se haga servir de esta forma por otra consagrada?”, se pregunta la hermana Marie, al constatar que las mujeres se dedican casi sistemáticamente a las tareas domésticas en el universo de la Iglesia.
Esta situación, muy arraigada, ha provocado “una rebelión interior muy fuerte” en ellas y “muchas heridas”, afirma.
En muchas ocasiones, son las madres superioras las que pagan los cuidados de los parientes enfermos de las religiosas de África, Asia o América Latina o los estudios de sus hermanos, por lo que “las hermanas se sienten en deuda, amordazadas, y entonces se callan”.
Abusos de poder
Las religiosas que se enferman suelen ser enviadas de vuelta a sus congregaciones, y los hombres de la Iglesia las remplazan “como si fueran intercambiables”, critica otra hermana, Paule.
Esta también menciona la suerte de una religiosa doctora en Teología y enviada, sin más explicación, a “lavar platos”, o el de una profesora encargada, tras cumplir los 50 años, de abrir las puertas de una parroquia.
“Somos herederas de una larga historia, la de San Vicente de Paúl, y de todas las personas que fundaron congregaciones para los pobres en un espíritu de servicio y de entrega”, señala por su parte la hermana Cécile, profesora sin contrato.
Esto da lugar a la convicción de que una retribución “no entra en el orden natural de las cosas” y que “las hermanas sean percibidas como voluntarias de las que se puede disponer como se quiere, lo que provoca verdaderos abusos de poder”, denuncia.
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En mayo de 2016, el papa Francisco aconsejó a la Unión Internacional de Superiores Generales que “cuando se les pida una cosa que denote más servidumbre que servicio, tengan la valentía de decir que no”, aunque advirtió que no había que “caer en el feminismo”.
“¿Está él a favor de las mujeres? La cuestión sigue en suspenso”, concluye la científica y teóloga feminista india, Astrid Lobo Gajiwala, que destaca las “contradicciones e incoherencias” del papa sobre las mujeres.
Gajiwala abordó el tema en un libro de ensayos (“Papa Francisco – Léxico”), redactado por expertos, religiosas y cardenales próximos al papa en los que se tratan los grandes temas del pontificado y que fue presentado en inglés y en francés el jueves en Roma.
“Él es sensible a la subordinación de las mujeres en la Iglesia y en el mundo, un problema que denuncia vigorosamente”, afirma esta asesora respetada de las conferencias episcopales en Asia.
Pero, pese a haber nombrado a mujeres laicas o religiosas para algunos puestos de autoridad en El Vaticano, Francisco sigue la tradición católica-romana que prohíbe la ordenación de mujeres pese a la grave falta de sacerdotes.
Su gran sínodo sobre la familia de octubre de 2015 fue “una ocasión perdida”, con treinta mujeres asistentes que no tenían derecho a voto.
La experta apuntó “su incapacidad para ver la trama patriarcal y sexista de una gran parte de la Iglesia y de su enseñanza”, quizá debida a que el papa argentino tiene una visión más bien intuitiva sobre las mujeres, que no obedece a ninguna ideología.
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