Algunos de los alumnos viven a 90 kilómetros de ahí, en un campamento de 700 personas erigido en pocas semanas en Reynosa, otra ciudad a las puertas de Estados Unidos.
Los estudiantes y sus padres, que provienen de Honduras, Guatemala y Haití, se encuentran entre los innumerables refugiados que aún acuden en masa a la frontera estadounidense, convencidos de que el presidente Joe Biden dejará entrar a quien lo solicite, a diferencia de la represión de su predecesor, el expresidente Donald Trump.
Alma Beatriz Serrano Ramírez, migrante de 38 años de edad, imparte clases de manera virtual, a través de la cámara de su teléfono móvil, para varios niños migrantes a lo largo de la frontera mexicana.
“En Honduras di lecciones a niños. Nada que ver con esto. En realidad, nunca imaginé vivir una experiencia así (…). Es realmente difícil, pero a medida que pasa el tiempo, te acostumbras”, declaró a la AFP una vez terminado su trabajo.
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De igual manera, Ana Gabriela Martínez Fajardo, de 26 años, solicitante de asilo y profesora para la asociación en Matamoros, afirma que al principio, “era solo cuestión de entretener a los niños y enseñarles algunas cosas (…). Pero a medida que iban llegando más niños, se hizo evidente que era necesario darles clases porque no estaban estudiando”.
Iniciativa para ayudar a los migrantes
Es en esta ciudad, Matamoros, todo empezó en 2018 para la asociación Sidewalk School. Su fundadora, Felicia Rangel, se sintió devastada allí por la miseria de unos 20 migrantes que encontró debajo de un puente después de haber cruzado el río que separa Matamoros de su ciudad del estado de Texas, Brownsville.
Aunque no habla español, de padre mexicano y madre mestiza, pero considerada como afroestadounidense, Rangel decidió ayudar a quienes considera víctimas de la injusta política antiinmigración del ex mandatario norteamericano, Donald Trump.
Sidewalk School crece a medida que los migrantes acuden en masa a Matamoros hasta que no pueden caber todos en un campamento de carpas de 3 mil personas.
Con el azote del covid-19 en la región, Felicia Rangel y su socio Víctor Cavazos han comprado 300 tabletas digitales para no abandonar a los 700 jóvenes de 4 a 18 que están bajo su ala.
Muy rápidamente, gracias a los socios, las lecciones de los maestros, todos solicitantes de asilo y exprofesores o asistentes de educadores, comenzaron a llevar su actividad docente a nueve ciudades fronterizas.
“Una situación complicada, llena de tristeza y vergüenza”
La educación virtual es una opción factible ya que permite que los estudiantes con menos educación se pongan al día y continúen con su proceso formativo.
“Es una situación muy complicada, llena de tristeza y vergüenza. (…) Un niño de 8 o 9 años debe saber prácticamente multiplicar y dividir (…). Y la mayoría de estos niños no lo consiguen”, lamenta la maestra Ana Gabriela Martínez Fajardo.
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“Fue un problema cuando estábamos cara a cara en Matamoros porque (estos) niños se iban”, explica Felicia Rangel. A partir de ahora, cámara apagada, siguen las lecciones de los más pequeños.
Esto explica por qué, una vez en Estados Unidos, algunos padres continúan estas lecciones en lugar de inscribir a sus hijos en escuelas públicas, algo que Rangel lamenta.
En los últimos meses, 17 de los 19 maestros también se han mudado a Estados Unidos y ahora enseñan desde estados como Kentucky, Michigan o Virginia.