El estudio “Aumento de las agitaciones volcánicas y el número de erupciones después de la secuencia de grandes terremotos de 2012 en Centroamérica” analiza los tres terremotos con una magnitud mínima de 7.3 en la escala de Richter y a los que siguió un aumento de las erupciones volcánicas en los 7 años siguientes.
Particularmente se centra en los seísmos ocurridos en Costa Rica, El Salvador y Guatemala entre agosto y noviembre de 2012.
Los investigadores han observado que “solo los volcanes que ya naturalmente se encontraban en un estado crítico” erupcionaron después de un movimiento sísmico, según el coautor del estudio Gino González.
Por esta razón, la investigación no puede concluir con exactitud si una erupción volcánica puede ser provocada por un terremoto, pero que sí que le influye.
“Todavía no podemos dar una respuesta determinada porque carecemos de datos de seguimiento claros que puedan ofrecer ciertas pruebas sobre la relación entre los dos fenómenos”, dijo el investigador del INGV Dmitri Rouwet.
Aun así, el estudio sí que ha reparado en que “no solo la magnitud de los terremotos es importante, sino también otras características como la durabilidad, la frecuencia o la profundidad”, apuntó González.
Estos elementos pueden alterar aspectos de la actividad volcánica como el flujo de calor, la desgasificación o la actividad de las aguas freáticas.
La observación de erupciones volcánicas después de un terremoto se ha observado anteriormente en la erupción, entre otros, del volcán Kilauea en Hawaii, EE. UU., en 1977, desatada dos años después de un terremoto de 7.7 en la misma zona, aunque todavía falten pruebas concluyentes de su relación causa-efecto.