Los cuatro niños que sobrevivieron a 40 días casi inimaginables en la selva colombiana, luego de que la diminuta avioneta en la que viajaban se estrellara en la Amazonía, habían abordado la aeronave porque querían salvar sus vidas.
Manuel Ranoque, padre de los dos sobrevivientes más pequeños, explicó en una entrevista que un grupo armado que reclutaba menores a la fuerza con la amenaza de violencia había tomado el control de la zona donde habitaban, en el sur de Colombia.
Temiendo que su familia fuera la siguiente, dijo, los parientes habían intentado sacar a los niños del territorio vía aérea hacia una ciudad donde pudieran vivir con seguridad.
Luego se estrelló la aeronave en la que escapaban, lo que ocasionó el fallecimiento de su madre y otros dos adultos. El accidente hizo que los cuatro niños tuvieran que emprender una travesía traumática de supervivencia durante semanas en la selva amazónica. Fue Lesly, quien a sus 13 años es la mayor, la que fungió de guía y madre para sus hermanos y los ayudó a transitar la jungla.
“Yo tenía mucho miedo de que reclutara a los niños”, dijo Ranoque, añadiendo que los grupos armados del país “no respeta, ellos son capaces de reclutar un niño de hasta dos años”.
El rescate de los niños la semana pasada brindó un momento inusual de celebración y unión en un país profundamente dividido donde amplios sectores de la sociedad, de izquierda y derecha, elogiaron el trabajo del equipo de búsqueda. Gustavo Petro, el presidente de izquierda del país, dijo que el rescate había sido “mágico” e Iván Duque, su predecesor conservador, lo calificó de “un milagro”.
Pero la historia de los niños, Lesly, Soleiny, de 9 años, Tien, de 5 y Cristin, de 1 —todos pertenecientes al pueblo indígena huitoto— también es un dramático recordatorio de los peligros que todos los días enfrentan miles de niños colombianos en las zonas rurales.
Durante décadas, el país ha sido aterrorizado por grupos armados, el más famoso de ellos son las FARC o Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. En 2016, las FARC accedieron a deponer sus armas. Pero el Estado nunca llegó a controlar muchos de los lugares donde antes prosperaron los rebeldes.
Y en ausencia del gobierno, los viejos rebeldes se han unido con nuevos reclutas, enfrentándose con otros grupos criminales por el dominio del territorio rural, la industria de la cocaína y otras economías ilícitas.
Atrapados en medio de estas facciones en disputa se encuentran los civiles de las zonas rurales de Colombia, y los niños son sus víctimas de menor edad, sufriendo desplazamiento, reclutamiento y las muertes y desapariciones de sus familiares y líderes comunitarios.
La reserva indígena donde los niños viven, cerca del pequeño poblado de Araracuara, en el departamento de Amazonas, es extremadamente remota, según su tío abuelo, Fidencio Valencia. “No hay acueducto, no hay luz”, dijo. “No hay nada. Estamos abandonados nosotros por el Estado”.
Los habitantes en Araracuara y los alrededores han sido blanco de violencia en meses recientes, según la defensoría del pueblo de Colombia, que investiga las violaciones a los derechos humanos y adjudica los asesinatos y reclutamiento infantil de la zona a un grupo de disidentes de las FARC que se hacen llamar el Frente Carolina Ramírez.
“La gente vive con zozobra y mucho miedo de hablar porque toca proteger a la familia”, dijo una vecina de Araracuara, una mujer huitoto que pidió que no se usara su nombre por motivos de seguridad,
Al menos otros dos grupos armados operan en la zona, dijo.
El Frente Carolina Ramírez de vez en cuando emite comunicados en las redes sociales, pero no se ha pronunciado en torno a este caso.
El líder del ejército de Colombia, Helder Giraldo dijo en una reunión con periodistas el martes que las autoridades estaban al tanto de las declaraciones de Ranoque sobre el grupo armado y que estaban monitoreando la situación.
En la selva, el esfuerzo para hallar a los niños luego del accidente aéreo bautizado Operación Esperanza por el gobierno nacional, fue liderado por el ejército colombiano e integrantes de la Guardia Indígena, una fuerza de defensa civil no armada constituida por decenas y miles de personas de distintos pueblos originarios. Alrededor de 300 personas participaron en la búsqueda, según el ejército.
Lesly ayudó a sus hermanos construyendo un refugio, buscando comida y levantándoles el ánimo, comentó Luis Acosta, el coordinador nacional de la Guardia Indígena que formaba parte del equipo de búsqueda y habló con el grupo que finalmente consiguió a los niños.
Acosta, que pertenece al pueblo nasa, dijo que desde muy temprana edad los niños indígenas de la zona aprenden en la casa y en la escuela a comprender la selva tanto en términos prácticos como espirituales. Lesly probablemente haya sido preparada para cuidar a sus hermanos menores.
“Desde los 13 años ya asumimos un papel de adultos”, dijo. “Porque en el territorio nos toca así, en la vida nos ha tocado así. Y es como una necesidad desde pequeño aprender a asumir esos roles”.
En la Amazonía colombiana hay animales salvajes, serpientes ponzoñosas y plantas venenosas. Las autoridades dijeron que los niños sobrevivieron comiendo frutas silvestres y harina de yuca que consiguieron en los restos del avión y de los kits de supervivencia que los grupos de rescate les lanzaban desde helicópteros.
Acosta dijo que el equipo de búsqueda durmió en hamacas durante 20 días cerca del lugar del impacto y que durante el día se movía en grupos para buscar a los menores.
Para subsistir, los integrantes del grupo comían casabe ―un pan crujiente hecho de harina de yuca― así como alimentos enlatados, mojojoy, un tipo de larva que se halla en las palmeras, así como pescados de los ríos.
Acosta dijo que cada vez que conseguían un rastro de los niños, o una huella o un pañal que sugería señas de vida, se sentían animados. Y cada vez que llovía demasiado fuerte como para seguir la búsqueda, se descorazonaban.
El general brigadier Pedro Sánchez, que lideró la Operación Esperanza, dijo que en la selva los árboles alcanzan 30 o 40 metros de altura, lo que bloquea la luz y dificulta la visibilidad más allá de unos metros de distancia.
El equipo de búsqueda lanzó folletos desde helicópteros y perifoneó mensajes de la abuela de los niños que, en su lengua huitoto, les decía que se quedaran quietos y esperaran la ayuda.
Sánchez dijo que los niños habían escuchado los mensajes y vieron los folletos pero siguieron andando, lo que dificultó encontrarlos.
“¿Por qué se estaban moviendo?”, dijo. “Solo ellos lo saben”.
El 9 de junio, cuatro miembros indígenas del equipo de búsqueda hallaron a los niños a menos de 6 kilómetros del lugar del siniestro, dijo Sánchez. Consiguieron a la niña de 13 años con el de 1 año en los brazos. El niño de 5 años descansaba bajo un mosquitero, relató, y los niños dijeron que tenían hambre (los dos más jóvenes cumplieron años en la selva).
Luego se reunieron con los efectivos militares que les brindaron líquidos y primeros auxilios a los niños. Poco después, un helicóptero los sacó de la selva. Siguen en un hospital militar en Bogotá.
“El niño al ver a los indígenas les dijo: ‘Mi mamá está muerta’”, relata Sánchez. “Los indígenas le cambiaron inmediatamente la conversación y le dijeron: ‘Tu abuelita te está esperando y te está buscando’”.