Pero en esta ocasión hay una diferencia: las autoridades de salud pública han actuado con timidez.
En Chicago, donde el nivel de alerta en relación con el coronavirus aumentó a “alto” la semana pasada, el principal médico de la ciudad dijo que no había motivo para que los residentes dejaran que el virus controlara sus vidas. El director de salud del estado de Luisiana describió la situación como preocupante, pero no alarmante.
Y Jeffrey Duchin, funcionario de salud pública del condado de King, Washington, declaró la semana pasada que los servidores públicos estaban considerando volver a implementar el uso de mascarillas, pero preferirían que su utilización en lugares públicos fuera voluntaria. “No vamos a poder tener una serie infinita de mandatos para obligar a la gente a hacer esto o lo otro”, declaró.
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El aumento más reciente, impulsado por un pico de casos de la subvariante BA.5 en este país desde mayo, ha hecho que los contagios aumenten en al menos 40 estados, sobre todo en la región de las Grandes Llanuras, el oeste y el sur. Las hospitalizaciones han aumentado un 20 por ciento en las dos últimas semanas, lo que hace que, en un día promedio, haya más de 40 mil personas en los hospitales estadounidenses infectadas por el coronavirus.
Sin embargo, más de dos años después del inicio de la pandemia, los funcionarios de salud pública solo emiten advertencias discretas en medio de un panorama que esperan haya cambiado gracias a las vacunas, los tratamientos y el aumento de la inmunidad. Con esta nueva ola, el número de muertes ha aumentado, pero solo un poco.
Y los funcionarios de salud pública estatales y locales dicen que ahora también deben tener en cuenta una realidad que es evidente en las calles desde Seattle hasta la ciudad de Nueva York: la mayoría de los estadounidenses se enfrentan a la nueva ola de covid con indiferencia colectiva, han dejado de usar mascarillas y se reúnen en lugares cerrados, ignorando el interminable aluvión de advertencias sobre el virus de los últimos meses.
“Estoy convencida de que no se puede alarmar sin razón todo el tiempo”, afirmó Allison Arwady, comisionada del departamento de salud de Chicago, quien dijo que esperaría a ver si los hospitales se ven afectados antes de considerar la posibilidad de imponer otro mandato de uso de mascarillas en toda la ciudad. “Quiero reservar los requisitos en torno a la mascarilla o la actualización de los requisitos de las vacunas para cuando haya un cambio significativo”.
La escasez de datos dificulta la interpretación de esta ola de BA.5 en el país. Desde los primeros meses de la pandemia, no había habido tan poca información precisa sobre el número de infecciones reales en EE. UU. A medida que se han ido cerrando los centros públicos de pruebas y se han ido generalizando las pruebas caseras (si es que la gente se hace la prueba), los datos públicos se han vuelto escasos e irregulares.
Sin embargo, según los expertos, es innegable que hay una nueva ola.
“No es necesario contar cada gota de lluvia que cae para saber que está lloviendo”, comentó Joseph Kanter, director médico y de salud del estado de Luisiana. “Y en este momento está lloviendo a cántaros”.
Anita Kurian, subdirectora del departamento de salud en San Antonio, dijo que los casos han aumentado en la zona durante seis semanas seguidas. Pero algunas medidas, como el bajo número de muertes hasta ahora, sugieren que la nación está entrando en una etapa más nueva y menos letal de la pandemia en la que las vacunas y los tratamientos han mejorado de manera considerable las posibilidades de supervivencia, dijo.
“Estamos muy lejos de los niveles en los que nos encontrábamos con las olas anteriores”, dijo.
Hasta ahora, el número de hospitalizaciones y muertes de la actual ola es mucho menor comparado con los picos anteriores. Durante el punto máximo de la ola de la variante ómicron de principios de 2022, llegó a haber cerca de 159 mil personas hospitalizadas en un día.
Los expertos advierten que es difícil predecir lo que sucederá en los meses próximos, sobre todo por la alta transmisibilidad de la subvariante BA.5. Las palabras de cautela de los líderes de salud del país se han ido intensificando poco a poco en las últimas semanas.
Sin embargo, aunque las autoridades sanitarias federales han reiterado sus llamados para que la gente se someta a pruebas de detección de covid antes de asistir a reuniones multitudinarias en interiores o de visitar a personas muy vulnerables e inmunodeprimidas, están logrando un delicado equilibrio, al decir a los estadounidenses que, si bien no necesitan alterar sus vidas, deben prestar atención a la amenaza del coronavirus.
“No debemos dejar que altere nuestras vidas”, declaró Anthony Fauci, principal asesor médico del presidente Joe Biden sobre el virus, en una sesión informativa en la Casa Blanca en la que añadió que podrían seguir apareciendo nuevas variantes. “Pero no podemos negar que es una realidad con la que tenemos que lidiar”.
Mientras las autoridades sanitarias de muchos lugares han evitado emitir nuevas restricciones sobre el virus durante la última ola, California ha destacado como una excepción. Allí, las autoridades de salud pública emitieron advertencias contundentes y se inclinaron por volver a imponer restricciones.
Según los expertos, las advertencias se deben a datos preocupantes. La empresa farmacéutica Walgreens declaró que más de la mitad de las pruebas de coronavirus realizadas en sus establecimientos de California han sido positivas. Los estudios efectuados en las aguas residuales en la zona de la bahía sugieren que este aumento podría ser el mayor hasta la fecha.
Y el número de muertes semanales en el condado de Los Ángeles por el coronavirus se ha duplicado, ya que pasó de unas 50 hace un mes a cien la semana pasada. Las muertes siguen estando por debajo de los niveles de la ola de ómicron del invierno, cuando en el condado murieron más de 400 personas cada semana.
Las autoridades de Los Ángeles dicen que planean implementar el uso de mascarillas en espacios cerrados en todo el condado a fin de este mes. Barbara Ferrer, directora de salud pública del condado, dijo que incluso un ligero aumento en el uso de mascarillas ayudaría a frenar la transmisión del virus.
“Al igual que a todo el mundo, odio usar mascarilla. Pero odio más la idea de que pueda transmitir el virus a otra persona sin darme cuenta”, dijo Ferrer. “Ese es mi mayor temor: que estemos tan ansiosos por acabar con este virus que bajemos la guardia”.
Charles Chiu, especialista en enfermedades infecciosas y virólogo de la Universidad de California en San Francisco, dijo que los datos que se han obtenido de los pacientes sugieren que la subvariante BA.5 no ocasiona una enfermedad más grave en los pacientes que otras variantes de ómicron. Pero dijo que le preocupa que la variante sea tan infecciosa y tan capaz de burlar la protección de la vacunación y la infección previa que pueda ser imparable.
“Parece que somos incapaces de controlarla”, afirmó.
Chiu manifestó su solidaridad con la tarea de las autoridades que tratan de mitigar la propagación del virus. Se enfrentan a una población que rechaza las nuevas directrices, incluso en las zonas del país donde la gente estaba más dispuesta a aceptarlas. En los lugares donde las medidas de mitigación de covid son obligatorias, como en el metro de Nueva York, el cumplimiento de las normas de uso de mascarillas es cada vez más irregular.
“Los funcionarios de salud pública tienen una tarea imposible”, dijo Chiu.
Para quienes corren más riesgo de desarrollar una enfermedad grave a causa de coronavirus, la sensación de que las advertencias de salud pública han disminuido no ha sido un gran consuelo y, de hecho, les ha hecho preocuparse más que nunca por la posibilidad de infectarse.
En abril, a Neyda Bonilla, de 48 años, de Mission, Texas, le diagnosticaron cáncer de mama. Con el aumento de casos en el sur de Texas, ahora teme que una infección mientras se somete a quimioterapia pueda resultar catastrófica para su salud.
Dijo que ha recibido todas las vacunas y refuerzos disponibles y ahora usa una mascarilla quirúrgica en público y rara vez sale de casa, excepto para trabajar como administradora en una empresa de ambulancias.
“Espero que la gente abra los ojos”, dijo. “Nunca deberíamos habernos quitado los mascarillas. Esto no ha terminado”.
Sin embargo, incluso en algunas ciudades cuyos residentes han tomado precauciones contra el covid a lo largo de la pandemia, la última ola no parece haber provocado una alarma generalizada.
En Berkeley, California, Jeff Shepler, gerente general de Spanish Table, una tienda especializada en la venta de vino y comida ibérica, dijo que va a los partidos de los Gigantes al otro lado de la bahía, en San Francisco, que hace poco asistió a un concierto de Pearl Jam en el Coliseo de Oakland y que no duda en saludar de mano.
“Me cansé de usar mascarilla todo el día, todos los días”, dijo. “A estas alturas ya me vacuné y me enfermé de covid. Me imagino que estoy bastante seguro”.