A Trump le interesaban poco los programas de armas secretas, pero a menudo hacía preguntas sobre la estética de los buques de la Armada y a veces les preguntaba a los informantes sobre el tamaño y la potencia del arsenal nuclear de Estados Unidos.
Le fascinaban los operativos para eliminar objetivos de gran valor, como los que derivaron en la muerte de Abubaker al Bagdadi, el líder del grupo del Estado Islámico, y del mayor general Qasem Soleimani, un comandante iraní de alto rango. Pero los detalles sobre las políticas más generales de seguridad nacional le aburrían.
A diferencia de algunos de sus predecesores, a Trump no le importaban los informes de inteligencia sobre ovnis, más bien hacía preguntas sobre el asesinato del presidente John F. Kennedy.
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El apetito de Trump por información confidencial ahora está al centro de la investigación penal sobre el manejo que dio a los cientos de documentos clasificados que guardó en su casa de Florida tras dejar el cargo.
Todavía se desconocen los temas citados en los materiales que resguardó, y las preguntas sobre por qué se los llevó en primer lugar y por qué se resistió a devolverlos siguen sin respuesta. Las agencias de inteligencia aún no valoran por completo los riesgos que esto implica para la seguridad nacional, aunque planean hacerlo a instancias de los legisladores del Congreso, entre ellos altos funcionarios demócratas y republicanos en la Comisión Selecta del Senado sobre Inteligencia.
Sin embargo, un vistazo a lo que más captaba la atención de Trump durante las sesiones informativas de inteligencia, basado en entrevistas con exfuncionarios de su gobierno y personas que ayudaron a brindarle estos informes de inteligencia, sugiere que a menudo le atraían temas con narrativas claras, elementos personales o componentes visuales.
Los funcionarios consultados ofrecieron perspectivas distintas sobre la frecuencia con que Trump conservaba documentos y cuántos resguardaba. Algunos dijeron que los materiales se recolectaban cuando terminaban las sesiones informativas, mientras que otros afirmaron que, con cierta frecuencia, Trump pedía quedarse con ciertos datos, sobre todo imágenes o gráficas.
“Los informantes de inteligencia intentaban encontrar la manera de entrar en su mente y traían consigo una imagen —una gráfica o un diagrama o algo parecido— y se lo entregaban sobre el escritorio Resolute”, describió John Bolton, exconsejero de seguridad nacional de Trump. “A veces decía: ‘Vaya, esto es interesante. ¿Puedo quedármelo?’”.
Pero hay un consenso amplio sobre el tipo de información clasificada que le interesaba a Trump y el tipo que le aburría. Bolton recuerda que en una ocasión intentó informarle sobre el control de armas durante un partido de futbol de la Copa Mundial y le costó trabajo captar su atención.
Para la etapa final de su mandato, Trump consideraba valiosos los conocimientos de la comunidad de inteligencia sobre los líderes mundiales, según exfuncionarios.
Trump engullía las sesiones informativas de inteligencia sobre sus homólogos extranjeros antes y después de sus llamadas con ellos. Estaba ansioso por ahondar en sus relaciones con autócratas como Kim Jong-un de Corea del Norte o Xi Jinping de China y obtener alguna ventaja sobre aliados que, en lo personal, no le caían bien, como la canciller de Alemania Angela Merkel, el presidente de Francia Emmanuel Macron y el primer ministro de Canadá Justin Trudeau. Entre los materiales que el gobierno recuperó de su residencia en Mar-a-Lago había un documento que, según indica el registro, contenía información sobre Macron.
En las sesiones informativas de inteligencia de su gobierno, a Trump también le fascinaba la información sobre cómo habían sido percibidas sus reuniones con otros líderes mundiales.
“Lo que más le importa es la influencia”, afirmó Sue Gordon, quien fue subdirectora de inteligencia nacional. “En mi experiencia, él no tiene ningún punto de vista ideológico arraigado. Para él, lo más importante es saber qué puede usar a su favor en el momento”.
Con respecto a muchos dirigentes mundiales, a Trump, cuyos propios devaneos llenaron las columnas de chismes durante años, le fascinaba escuchar lo que la CIA había descubierto sobre las supuestas relaciones extramaritales de sus homólogos internacionales, no porque fuera a confrontarlos con esa información, afirmaron exfuncionarios, sino porque despertaba su interés.
Para las personas que informaban a Trump, algunas de las cuales conocían bien su afición por espetar información secreta y habían empezado a dudar si debían brindarle informes completos, su interés en conservar documentos a veces generaba ansiedad.
No obstante, a fin de cuentas, contaron que decirle que “no” al presidente de EE. UU. en estos contextos no era visto como una opción.
Durante la mayor parte de su mandato, Trump asistía a dos sesiones informativas de inteligencia a la semana, pero recibía información clasificada de muchas otras maneras: en sesiones de preparación previas a reuniones o llamadas con líderes mundiales, conversaciones en la Sala de Situaciones, sesiones informativas sobre ataques con líderes del Pentágono y visitas informales del consejero de seguridad nacional en el Despacho Oval. En ocasiones, Trump solicitaba al personal del Consejo de Seguridad Nacional que le trajera documentos clasificados.
La Casa Blanca de Trump, al menos durante la mayor parte de su presidencia, operaba de manera muy distinta a las previas. Otros presidentes, al menos según sus informantes, rara vez conservaban los documentos de sus sesiones informativas, si es que acaso lo hacían.
Gordon, la exfuncionaria de inteligencia, relató que cuando los informantes de Trump lograban predecir sus intereses, preparaban un documento sin la información de origen sensible. Eso era crucial, enfatizó, porque Trump nunca se tomó en serio la necesidad de proteger este tipo de material.
Tras entrar en funciones, el presidente Joe Biden excluyó a Trump de las sesiones informativas de inteligencia que suelen estar disponibles para los expresidentes. Cuando estuvo al frente del país, era necesario que Trump supiera la información más sensible, pero Gordon señaló que ese ya no era el caso.
“Ya no es el presidente”, reiteró Gordon. “Ya no necesita saber nada de esto. Además, no es una persona prudente y tampoco comprende la importancia de mantener en secreto los datos de inteligencia. Eso crea un coctel muy explosivo”.