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Como muchos migrantes que emprenden camino hacia el norte desde Centroamérica, García cuenta que la vida en su Guatemala natal transcurre bajo la amenaza constante de la violencia.
Sentada con sus hijos, un enérgico niño de cinco años y un bebé de diez meses, en la terminal de autobuses de Brownsville, explica cómo las oportunidades que ofrece Estados Unidos fueron el motivo principal para traerla hasta aquí.
Con 22 años, dice, no encontraba empleo y el padre de los niños tampoco les ayuda.
“Quería salir adelante y demostrarle a todas aquellas personas que me dijeron que no podía”, asegura.
García tiene parientes a medio día en auto hacia el norte y, aunque todavía no sabe qué hará en Dallas, está segura de que será mejor que nada.
Tras cruzar ilegalmente, la Patrulla Fronteriza (CBP) le dio unos papeles que le permitirán quedarse por el momento en el país y buscar trabajo.
“Para mí es una alegría que me abrieran una puerta para poder salir adelante”, afirma.
Vida muy difícil
García y sus hijos son una de las docenas de familias migrantes que pasan a diario por la terminal de Brownsville, en su mayoría mujeres con niños pequeños e historias similares.
Casi todas han llegado a través de México con la esperanza de encontrar trabajo en Estados Unidos, un empleo normalmente humilde, pero mejor que cualquier cosa en casa.
Llegan huyendo también de la violencia endémica de “delincuentes y narcotraficantes”, como cuenta una de ellas.
Eva María Polanco, de 25 años, se dirige a Houston donde tiene familia política, o quizás a Indiana, donde vive una hermana.
“Aquí se trabaja de lo que sea y en cambio en Honduras no hay trabajo para nada, allá está muy difícil la vida”, relata.
Lleva un mes de ruta junto a su hija de dos años, en bus o incluso haciendo autostop.
“Había veces que nos tocaba dormir afuera. (…) La verdad es que yo no traía mucho dinero”, cuenta.
La gente compartió comida con ellas y en la frontera hubo quien les ayudó a cruzar el Río Grande sin pedir dinero a cambio.
Una vez del otro lado, fueron detenidas por la Patrulla Fronteriza.
La CBP nunca le preguntó los motivos de su viaje, solo tomó sus datos y le dio los documentos que le permitirán quedarse y trabajar, al menos, de forma temporal con el compromiso de reportarse a las autoridades donde se establezca.
Ayuda de Biden
Como muchas otras, Polanco explica que la medida del presidente Joe Biden de suavizar las duras restricciones a la inmigración aplicadas por su predecesor, Donald Trump, facilitaron su decisión.
“La verdad, nos ha ayudado bastante”, afirma. “Si yo hubiera venido antes, no habría pasado”, explica.
Y a pesar de que la administración de Biden envía de vuelta a los adultos que cruzan ilegalmente, las mujeres de la terminal de Brownsville piensan que, con niños muy pequeños a su cargo, conseguirán quedarse.
La consecuencia, sin embargo, ha sido un aumento de migrantes que se ha convertido en un desafío para el nuevo gobierno.
“No se vislumbra un final mientras grandes grupos continúan ingresando” en el área del Valle del Rio Grande, en el sudeste de Texas, afirmó el jefe regional de la Patrulla Fronteriza el miércoles en Twitter, tras detener a 369 migrantes, la mayoría familias, en las 48 horas anteriores.
Huyendo de las pandillas
Algunas de las mujeres que pasan por Brownsville van de camino a encontrarse con sus maridos, ya en Estados Unidos.
Luvia Tabora, de 25 años, cuenta que tras la llegada de Biden a la presidencia, su esposo le dijo desde Virginia que era un buen momento para venir.
Otros, sin embargo, sí dejan atrás a su familia, como Jilsa Revolorio, que se dirigía a Colorado, donde vive su primo, con la esperanza de trabajar en un restaurante.
Con ella viaja su hija Camilla, de dos años, pero sus otros tres hijos se quedaron con su madre.
En Guatemala trabajaba como vendedora ambulante y enfrentaba la extorsión constante de las pandillas. Siempre querían más, recuerda.
“Si ya no puedes pagar la cuota, tienes que huir porque tu vida está en peligro”.
Solidaridad
Todas afirman que el viaje no fue fácil, pese a que contaron con la ayuda de buenos samaritanos a ambos lados de la frontera.
Una vez en Estados Unidos, voluntarios en Brownsville les entregan comida, ropa limpia y juguetes a los niños para ayudarlos a continuar.
También realizan tests para el covid-19 en la estación de autobús. Al 7% que ha dado positivo se le facilita una habitación de hotel gratuita, pagada por donaciones, donde pasan la cuarentena antes de seguir viaje.
Daniela Sosa, mánager en el Neighbor Settlement House, un albergue para personas sin hogar, cuenta que han estado dando de comer a migrantes durante mucho tiempo, y que el flujo actual no es tan grande como hace dos años, por lo que están preparados.
A unas cuadras de la terminal, los voluntarios empaquetan docenas de lotes de comida y aseo para las familias.
“Solo estarán aquí uno o dos días, mientras hacen sus arreglos de vuelo o autobús”, explica.
“Por eso somos un alivio para ellos”.
Los sueños rotos de migrantes y las deportaciones bajo engaños a México desde EE. UU.
El sueño de centroamericanos de emigrar con su hijo a Estados Unidos se hacen pedazos. Tras una larga travesía desde sus países de origen logran cruzar la frontera, pero cuentan que son detenidos y deportados a México bajo engaños.
Casos como este se multiplican en la mexicana Ciudad Juárez (norte), adonde han sido devueltos más de 300 migrantes indocumentados solo esta semana, pese a la flexibilización de algunas políticas por parte del presidente estadounidense, Joe Biden.