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Opinión: La primera deflación global comenzó y no hay manera de saber qué tan grave será

Estamos en medio de la política fiscal contractiva más extensa que el mundo haya experimentado.

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Por todo el mundo, la rápida recuperación económica de la sacudida de la covid desató la mayor oleada inflacionaria que habíamos visto desde principios de los años ochenta. Para enfrentarla, en el verano de 2021, algunos bancos centrales comenzaron a elevar las tasas de interés. Brasil fue el primer país en hacerlo. A principios de 2022, la Reserva Federal estadounidense hizo lo propio y provocó una tendencia arrolladora: en cuanto la Reserva Federal aplica medidas y el dólar se fortalece, otros países también aumentan sus tasas de interés o enfrentan una devaluación aguda, que aviva aún más la inflación.

Este patrón es familiar. Pero nunca antes había tenido este alcance. Nos encontramos al centro de la política fiscal contractiva más extensa que el mundo haya visto. Aunque los aumentos en la tasa de interés no son tan pronunciados como los que aplicó Paul Volcker en su época al frente de la Reserva Federal después de 1979, ahora muchos más bancos centrales han aplicado esta medida.

Hay momentos en los que descubres que vives un periodo histórico. Este es uno de esos momentos. En las economías avanzadas, la era de globalización a partir de los años noventa había sido una época de desinflación y políticas de expansión monetaria de los bancos centrales. Ahora, ese balance ha cambiado, y a escala mundial.

Algo que agrava la presión deflacionaria es el fin de los programas de estímulo implementados para combatir la era de la covid y la aplicación, en su lugar, de medidas como la Ley de Reducción de la Inflación, con la promesa de reducir déficits y eliminar la demanda de la economía. En Estados Unidos durante el tercer trimestre, el fenómeno llamado “progresión fría” ralentizará la economía más de un 3,4 por ciento del producto interno bruto, según un análisis del Instituto Brookings.

Es difícil predecir las consecuencias de este ciclo deflacionario global. Nunca hemos combatido algo así a esta escala. ¿Lograremos que baje la inflación? Es muy probable. Por desgracia, también podríamos caer en el riesgo de una recesión global que, en el peor de los casos, derribaría el mercado inmobiliario, llevaría a varias empresas y naciones a la quiebra, y dejaría a cientos de millones de personas en todo el mundo desempleadas y sumidas en una terrible aflicción.

En vista de cuán terrible podría llegar a ser la situación, los legisladores deben considerar tres preguntas: ¿las tasas de interés son un instrumento demasiado agresivo para lidiar con los desequilibrios económicos actuales? ¿Los gobernadores de los bancos centrales pueden seleccionar la tasa adecuada para desacelerar la inflación sin estrangular la economía? ¿Una economía mundial abrumada por la deuda puede sobrevivir un aumento considerable a las tasas de interés impulsado por la Reserva Federal?

Los movimientos en la inflación en gran parte del mundo han sido el resultado de las interrupciones en las cadenas de suministro relacionadas con la covid y la conmoción en los precios de la energía. Elevar las tasas de interés no va a ayudar a poner más gas o microchips en el mercado, todo lo contrario. Reducir la inversión limitará la capacidad a futuro y, por lo tanto, el abasto a futuro. Por este motivo, en Europa, además de los aumentos moderados en las tasas de interés dictados por el Banco Central Europeo, algunos países de la Unión Europea han establecido topes para el precio de la electricidad y el gas. El propósito de la política monetaria restrictiva es ayudar a evitar que la inflación se propague y afiance. En este momento, es la principal preocupación de la Reserva Federal.

El problema es que hay que pagar el precio por esta contención. El principal efecto, si la política de la Reserva Federal funciona, será una ralentización de la economía y mayor inactividad en el mercado laboral, un eufemismo que quiere decir que habrá más desempleo. ¿La contracción global será excesiva?

De por sí es difícil elegir la tasa de interés correcta para una sola economía. ¿Cómo se puede seleccionar la tasa adecuada si todos tus vecinos también alzan sus tasas? Cuando un banco central aumenta las tasas de interés, uno de los efectos que aprovecha para reducir la inflación es que se aprecia la moneda. Las tasas de interés más altas atraen a los inversionistas extranjeros, lo que impulsa el tipo de cambio al alza. Una moneda más fuerte abarata las importaciones y reduce la inflación. Es la política clásica de “empobrecer al vecino”.

La solidez del dólar en 2022 abarata las importaciones estadounidenses, pero, al mismo tiempo, alza los precios para el resto de los países que pagan su petróleo, por ejemplo, en dólares. En respuesta a esta inflación importada, a otros bancos centrales casi no les queda más remedio que alzar las tasas de interés todavía más, lo que perpetúa un círculo vicioso. En este círculo de estira y afloja, es impredecible el resultado final para el tipo de cambio, pero lo que sí hará es llevar las tasas de interés a niveles que nadie habría elegido por su cuenta.

Encima, no es el único efecto secundario que debe preocuparnos en esta primera desinflación mundial. El precio de los bienes no solo depende del tipo de cambio, sino también del equilibrio entre la oferta y la demanda, tanto en los mercados mundiales como en los nacionales. Durante la recuperación económica de la COVID, la inflación en Estados Unidos se vio impulsada no solo por el exceso de demanda en casa, sino también por los cuellos de botella en las cadenas de suministro de China.

Ahora ocurre lo contrario. Cuando muchos bancos centrales suben su tasa de interés, no solo desinflan su propia economía; también cambian el equilibrio entre la oferta y la demanda para todos los demás. Si estos efectos secundarios no se toman en cuenta, podríamos terminar con más desinflación de la necesaria.

Por ahora, solo podemos adivinar el alcance que tendrán estos efectos secundarios globales. Contamos con cálculos de efectos inflacionarios positivos. Pero la desinflación global es un territorio menos explorado.

Lo que es peor, hay otra cosa que tampoco sabemos. Incluso si seleccionáramos las tasas de interés adecuadas para desinflar la economía mundial a un costo mínimo, ¿una economía mundial que se ha acostumbrado a tasas de interés ultrabajas podrá resistir la tensión de las tasas positivas? Durante al menos una década, lo lógico ha sido acumular deuda.

Ante el alza de tasas, aunque siguen siendo negativas en su mayoría en términos reales, algunos deudores estarán en dificultades. Compadezco en particular a las empresas y países de todo el mundo que obtuvieron préstamos en dólares, en una cantidad que superaba los 22 billones de dólares para 2019, y ahora deben efectuar pagos a un tipo de cambio más alto. Si se ven en dificultades para cubrir el pago de sus deudas, lo más probable es que primero recorten otros gastos, lo que agravará la recesión, y luego intenten reestructurar sus deudas. Llegados a ese punto, la recesión se convertirá en una crisis y provocará el fracaso rotundo de las empresas y los países emisores de deuda.

Los puristas del mercado insistirán en que esta situación era de esperar desde hace tiempo: ya era hora de acabar con los zombis que acumulan deuda y solo sobreviven porque el costo de los préstamos es muy bajo. Por desgracia, hablar de acabar con ellos es más fácil que hacerlo en realidad.

La quiebra casi nunca es un proceso sencillo… ya de por sí es mala para las empresas que operan principalmente dentro de sus fronteras, pero es de una complejidad increíble en el caso de gigantes corporativos como la desarrolladora inmobiliaria china Evergrande, que tiene grupos de interés en todo el mundo. Cuando un gobierno nacional como el de Sri Lanka o Argentina se queda sin dinero, hace cimbrar a países y sociedades por igual.

No es fácil predecir con exactitud quiénes serán las víctimas. Lo que sí sabemos es que elevar las tasas de interés presionará todavía más a aquellos que ya están en problemas. Y sabemos que la arquitectura internacional para la reestructuración de la deuda es tremendamente inadecuada. Por desgracia, evitar la quiebra también es problemático. Hay pocas cosas peores para las empresas o las economías nacionales que una montaña de deudas incobrables, insolutas e imposibles de pagar. Corren el riesgo de sufrir años de estancamiento.

La medida que se espera de los bancos centrales es que intenten combatir la inflación. Las tasas de interés son la herramienta obvia. Pero ya es tiempo de despertar y percatarnos de la importancia histórica del momento que vivimos. Por primera vez en la era de globalización posterior a la Guerra Fría, enfrentamos la posibilidad de una inflación significativa y generalizada.

¿Por qué cada país pretende combatirla de manera aislada?

Si queremos mantener al mínimo los dolores de la desinflación, es urgente que haya cooperación internacional para tomar en cuenta íntegramente sus efectos secundarios y preparar las redes de seguridad. En 2015 y 2016, cuando la recesión amenazó a China, todavía teníamos la esperanza de que hubiera cooperación entre la Reserva Federal y el Banco Popular de China. Ahora, es mucho esperar, pues las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados, por un lado, y China y Rusia, por el otro, están en su peor momento. Sin embargo, coordinar los cambios en las tasas de agrupaciones globales como el Grupo de los Siete, la alianza o “Quad” del Indopacífico y quizá el Diálogo de Shangri-La en Asia enviaría un mensaje poderoso. No intentarlo podría causar más incertidumbre y sufrimiento para cientos de millones de personas en todo el mundo.

Si la generación de jóvenes cuya educación resultó afectada con los confinamientos a causa de la covid concluyen sus estudios solo para descubrir que los mercados laborales están cerrados debido a una desaceleración económica global, será un fracaso inexcusable de la política pública.

Adam Tooze es historiador de la economía, director del Instituto Europeo en la Universidad de Columbia y autor del boletín Chartbook.