La pandemia, y la recesión que ha provocado, amenazan sus planes. De los 50 estudiantes que están en su curso de preparación por internet para el examen de admisión solo quedan diez. Su novio decidió trabajar en un salón de tatuajes, en vez de obtener su licenciatura en Bellas Artes, para ayudar a su madre a pagar las cuentas. En una encuesta publicada en junio por American University en Washington, D.C., se observó que el 84 por ciento de las universidades latinoamericanas creen que las inscripciones se reducirán este año, y la mitad prevé disminuciones del 10 al 25 por ciento.
Latinoamérica, con menos de una décima parte de la población mundial, tiene un tercio de los decesos registrados en todo el mundo como consecuencia del covid-19. Pese a que está disminuyendo la tasa de nuevos contagios, la mayor parte de las escuelas continúan cerradas en todos los países, excepto en Uruguay y Nicaragua. Más del 95 por ciento de los 150 millones de estudiantes de la región permanecen en casa.
La mayor parte de los países no han decidido cuándo volverán a abrir las escuelas. En muchas partes de México, tal vez no vuelvan a abrir sino hasta que haya una vacuna disponible, lo que implica que los alumnos tomen clases por televisión unas cuantas horas al día. Bolivia no ofrecerá clases ni presenciales ni a distancia sino hasta 2021. Cuando el mes próximo vuelvan a abrir las escuelas en São Paulo y Río de Janeiro, las ciudades más grandes de Brasil, menos de la mitad de los estudiantes tomarán clases presenciales.
El Banco Mundial calcula que si las escuelas permanecen cerradas durante más de siete meses a partir de marzo de este año, lo cual parece seguro en la mayoría de los países, y los gobiernos no lo compensan, los niños podrían perder el equivalente a una octava parte de sus años de escolarización. Los ingresos vitalicios por alumno podrían reducirse en más de 15 mil dólares (ajustado para la paridad del poder adquisitivo). Es posible que el porcentaje que no cumpla los niveles de competencia en lectura y matemáticas aumente del 53 al 68 por ciento. La interrupción de la instrucción empeorará la desigualdad de ingresos en la región más inequitativa del mundo. “Es una crisis silenciosa”, comenta Emanuela di Gropello, experta en educación de ese organismo.
Recursos
Las familias ricas pueden compensar las vacaciones forzosas. En Brasil, están contratando maestros de escuelas privadas que han sido despedidos para que les den clases a sus hijos en grupos pequeños o “módulos de aprendizaje”. Los estudiantes pobres no tienen computadora ni conexión a internet en casa. Los niños también están perdiendo los almuerzos escolares, una ayuda vital en muchos países. Estarían aislados por completo de no ser por la aplicación de WhatsApp, la cual usan los maestros de toda Latinoamérica para asignar las tareas. Juliana Rohsner, directora de una escuela ubicada en una zona popular a las afueras de Vitória, la capital del estado brasileño de Espírito Santo, supervisa 37 grupos de WhatsApp, en los cuales el personal responde a los mensajes de los alumnos y de los padres a cualquier hora. A Rohsner le preocupa que los maestros se desgasten.
Pese a que el 74 por ciento de los estudiantes brasileños ha participado en algún tipo de aprendizaje a distancia durante la pandemia, el porcentaje se reduce a 61 por ciento en el norte y a 52 por ciento en el noreste. El resto no está recibiendo clases. Quienes con mayor probabilidad perderán las clases son los estudiantes de las áreas pobres y quienes viven en las favelas. Perú anunció en abril que tiene planes de comprar 800 mil tabletas para los estudiantes de las zonas rurales, pero el primer cargamento no llegará sino hasta octubre.
Los desafíos fiscales agudizan los retos digitales. En Brasil, los ingresos municipales, mismos que proporcionan el 40 por ciento del financiamiento para las escuelas, podrían reducirse de 20 a 30 por ciento como consecuencia de la recesión. En toda la región se espera un aumento de las inscripciones en las escuelas públicas debido a que los padres de clase media ya no pueden pagar las colegiaturas de las escuelas privadas. Eso sobrecargará más los presupuestos.
Esta pandemia frena tres décadas de avance en la educación. Cuando el auge de los bienes básicos impulsó las economías, los gobiernos gastaron más en la educación. Ahora, en la mayoría de los países es casi universal el acceso a la educación primaria. En México, el porcentaje de niños que concluyen esa etapa se duplicó a dos terceras partes entre 1990 y 2015. La mayor asistencia a la escuela primaria ha propiciado una matriculación más alta en las escuelas secundarias, a pesar de que la tasa de alumnos que se gradúan varía de aproximadamente una cuarta parte en los países pobres, como Guatemala, a más del 80 por ciento en países más ricos, como Chile.
Alentados por el crecimiento económico y por las expectativas cada vez mayores de los padres de clase media baja, el porcentaje de jóvenes de 18 a 24 años que van a la universidad se duplicó a 43 por ciento entre los años 2000 y 2013. Esta es una expansión más rápida que en cualquier otro lugar del mundo. Aunque los estudiantes de la mitad más pobre de la población representaban el 16 por ciento del total en el año 2000, en 2013, conformaban el 25 por ciento. En Brasil, los grupos de estudiantes negros y de bajos ingresos aumentaron su representación.
Calidad
La calidad no mejoró al aumentar la matriculación. El Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos, o pruebas de PISA, que mide el aprendizaje de los estudiantes de 15 años en todo el mundo, ubica a Latinoamérica casi en el extremo más bajo, aunque, en su mayoría, las regiones más pobres no son evaluadas. En 2018, los jóvenes latinoamericanos estaban rezagados tres años en comparación con sus pares de los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, OCDE, (es decir, los países ricos). La brecha en el rendimiento entre quienes se encuentran en la parte superior de la pirámide social y quienes están en la parte inferior es amplia. En Brasil, Argentina, Perú y Uruguay, la quinta parte más pobre de los estudiantes están rezagados en educación cuatro años, en promedio, por detrás de la quinta parte más rica. Los padres que pueden costearlo, casi siempre mandan a sus hijos a escuelas privadas. Latinoamérica tiene la tasa más alta del mundo en matriculación de escuelas primarias privadas.
Como las personas pudientes no envían a sus hijos a escuelas públicas (las cuales brindan instrucción a cuatro quintas partes de los estudiantes), no les interesa mucho mejorarlas. El gasto del gobierno por alumno, con respecto a los ingresos promedio, es menor en Latinoamérica que en los países de la OCDE.
La capacitación de los maestros está desatendida en toda la región. En México, los maestros son contratados y promovidos gracias a los contactos que tengan en el sindicato y no con base en sus méritos. El año pasado, el presidente populista Andrés Manuel López Obrador, dio marcha atrás a una reforma aprobada en 2013 para mejorar su preparación. Unos cuantos lugares han apoyado las reformas. Chile ha duplicado su presupuesto para la educación desde 2005. Sus calificaciones de PISA son las más altas de la región, aunque siguen estando por debajo de los países de la OCDE. Ceará, un estado pobre del noreste de Brasil que cuenta con un mejor rendimiento que los estados más ricos, ha realizado varias reformas desde hace quince años, entre las cuales está aumentar las horas diarias de aula en las escuelas primarias, de cuatro (la norma en Latinoamérica) a siete. Esto es una excepción.
Las escuelas de Latinoamérica no preparan a sus alumnos para trabajar, afirma Miguel Székely, exfuncionario de educación en México. Al no estar preparados para la universidad, la mitad de los estudiantes dejan la escuela, lo que hace menos notable el aumento de la matrícula en la región. Los estudiantes que terminan la educación universitaria obtienen salarios altos, pero no quienes solo concluyen la educación secundaria. Un brasileño de 25 a 34 años con licenciatura gana 2,3 veces más que uno de la misma edad con bachillerato (en Estados Unidos, la proporción es 1,7).
Si no se desea que los estudiantes pierdan todo un año de aprendizaje, los gobiernos tendrán que adaptar los programas y capacitar a los maestros para ayudarlos a ponerse al corriente. Hasta ahora, no han hecho mucho. El gobierno federal de Brasil pasó los primeros seis meses de la pandemia presionando a los estados para que volvieran a abrir las escuelas. No ha logrado presentar ninguna política para contrarrestar el deterioro del aprendizaje provocado por el coronavirus. En junio, renunciaron dos ministros de Educación, el segundo después de cinco días de haber asumido el puesto.
Tal vez sea un poco mejor el futuro más lejano del país. El mes pasado, su Congreso aprobó una renovación del Fundeb, un mecanismo que proporciona un financiamiento importante a las escuelas estatales y al que contribuye el gobierno federal. De acuerdo con la nueva ley, el gobierno federal aumentará su contribución (del 10 al 23 por ciento para 2026). La ley establece un nivel mínimo de gasto por alumno, que es más de 50 por ciento mayor al promedio actual. Fundeb canalizará más dinero a los distritos pobres. Tal vez esto reduzca la desigualdad educativa.
Sin embargo, no será una ayuda inmediata para los estudiantes que se quedaron sin estudiar. Muchos, al igual que el novio de Dantas, optarán por trabajar en vez de estudiar. A Cláudia Costin, quien fue secretaria de educación en la ciudad de Río de Janeiro de 2009 a 2014, le preocupa que algunos caigan en la delincuencia. Costin recuerda haber tenido que “competir con las milicias” (unidades del crimen organizado) para captar la atención a los estudiantes de bachillerato.
Dantas espera que la pandemia solo postergue su sueño, pero que no lo destruya. Todavía planea comenzar a estudiar periodismo en 2021. Están esperando a que su hermano de tres años regrese a la guardería. Tal vez, algún día, él también llegue a la universidad.
c.2020 Economist Newspaper Ltd, Londres 11 de septiembre, 2020. Todos los derechos reservados. Reimpreso con permiso.