“Era tan feliz”, dice Jovan. “Vivía la mejor vida posible”.
Pero esa vida cambió para siempre en el verano boreal de 2014.
Un día a principios de agosto, poco después del almuerzo, dos automóviles con banderas negras llegaron a su aldea.
Jovan y Khedr no sabían bien qué estaba sucediendo, pero sentían que podían estar en peligro. Estaba claro que los hombres eran del despiadado grupo autodenominado Estado Islámico (EI).
Pero, al mismo tiempo, algunas de las caras les eran familiares: eran de un pueblo vecino y Khedr los conocía. Los hombres prometieron que no sufrirían ningún daño mientras cooperaran.
La expansión de Estado Islámico
La familia fue obligada, junto con otras 20, a viajar con el convoy de una aldea a otra en el valle de Sinjar.
De lo que la pareja no se dio cuenta fue de que se trataba de un ataque coordinado desde múltiples frentes desde las bases de Estado Islámico en Irak y Siria.
A principios de ese año, el grupo había tomado ciudades cercanas a Bagdad.
Mosul, que estaba más cerca de la aldea de Jovan y Khedr, fue capturada cinco meses después. Estado Islámico estaba de nuevo en movimiento.
Las noticias se expandieron rápidamente por el valle, y cuando el convoy finalmente se detuvo a una hora y media, muchos de los habitantes de la aldea ya habían huido a la meseta más elevada del monte Sinjar.
La ONU describió el mes de agosto de 2014 como el punto en que un tipo de existencia terminó en el norte de Irak, comenzando otra infinitamente más brutal.
El líder del convoy le dijo a Khedr que fuera a las montañas y persuadiera a los aldeanos para que regresaran a sus hogares, que no querían hacerles daño.
“Entregamos el mensaje, pero nadie lo creyó”, dice Khedr. Uno de los que había huido a las montañas era su propio hermano. Khedr quería regresar con su familia, pero su hermano dijo que eso sería suicida.
Se sabía que los militantes de Estado Islámico mataban a los hombres que no les servían. Khedr, como su esposa, pertenecía a una comunidad religiosa particularmente vulnerable: los yazidíes.
No había elecciones correctas para los yazidíes. Los que habían huido a la cordillera Sinjar quedaron atrapados. Sin agua ni suministros, cientos murieron con temperaturas de más de 50 °C.
Miles de los que se quedaron en tierras bajas fueron capturados. Las familias quedaron destrozadas: los niños fueron obligados a entrar en los campos de entrenamiento de Estado Islámico, las niñas y las mujeres fueron destinadas a la esclavitud sexual. Los hombres que se negaron a convertirse al Islam fueron ejecutados.
Nadie está seguro exactamente de cuántos yazidíes fueron secuestrados por EI. Un representante especial de la ONU calcula que de los 400 mil yazidíes que vivían en Sinjar en aquel momento, miles fueron asesinados y más de 6.400, en su mayoría mujeres y niños, fueron esclavizados y violados, golpeados y vendidos.
Jovan, sus tres hijos y otras 50 mujeres y niños de la aldea fueron puestos en la parte trasera de un camión. Los llevaron a Raqqa, en Siria, por entonces la capital de facto del llamado califato de Estado Islámico.
“No pudimos hacer nada para defendernos”, dice Jovan. Ella no volvería a ver a Khedr en los siguientes cuatro años.
Cautiva
Jovan pronto se dio cuenta de que el lugar al que la habían llevado en Raqqa era un mercado de esclavos.
Ella y sus hijos fueron retenidos en un edificio de tres pisos lleno de otras mujeres y niños, alrededor de mil 500 personas en total. Jovan cuenta que conocía a muchas de las mujeres: eran parientes o vecinas de diferentes pueblos.
“Intentábamos darnos esperanza de que sucedería un milagro y nos liberarían”, relata.
En lugar de eso, Jovan se vio obligada a jugar a los chinos para decidir a qué militante de EI se le entregaría. La asignaron a un hombre tunecino apodado Abu Muhajir al Tunisi, un comandante de alto rango, joven y delgado con una larga y delicada barba.
Esperaban que Jovan se convirtiera al Islam y luego se “casara” con él.
Lloró durante días. Intentó escapar sin éxito tres veces, pero sus hijos la hicieron ir más lento de lo necesario. Haitham, el mayor, tenía 13 años, pero Azad, el más pequeño, solo tenía 3. Cada vez que descubría su intento de fuga, Abu Munajir la encerraba en una habitación.
“Pensé que sería mejor matarme, pero luego pensé en mis hijos. ¿Qué les iba a pasar si los abandonaba?”, plantea.
Finalmente, Jovan sintió que no le quedaba más opción que convertirse al Islam. Su destino estaba marcado.
Traslado con su captor
Jovan todavía está demasiado traumatizada para hablar sobre su secuestrador. Pero dice que, al contrario que en muchos otros casos, le permitió quedarse con sus hijos y le prometió cuidarlos.
Muchos niños yazidíes fueron separados de sus madres: a los niños los llevaron a campos de entrenamiento militar, a las niñas las usaron como esclavas sexuales y domésticas.
Jovan, sus hijos y “El tunecino” se mudaron a una casa en Raqqa que había sido abandonada por sus dueños. Por aquel entonces EI controlaba franjas de territorio en Irak y Siria, un área similar en tamaño a Reino Unido, según el Centro Nacional de Lucha contra el Terrorismo de Estados Unidos.
Cuando no estaba en el campo de batalla, “El tunecino” cumplía su promesa de tratar bien a los niños de Jovan, llevándolos a jugar a un pequeño parque cercano.
Sin embargo, cualquier apariencia de estabilidad que Jovan podía haber encontrado durante esos primeros cinco meses estalló: descubrió que estaba embarazada.
“No había medicinas y no sabía qué debía hacer”, dice Jovan.
La coalición liderada por Estados Unidos bombardeaba a milicianos de Estado Islámico casi a diario, y combatientes iraquíes y kurdos luchaban en diferentes frentes en el terreno, tanto en Siria como en Irak.
El captor de Jovan pasaba tanto tiempo en el campo de batalla que decidió que tenía que venderla a otro miembro de EI. Los cautivos yazidíes a menudo eran vendidos varias veces.
Pero cuando descubrió que Jovan estaba esperando un hijo, cambió de opinión.
Y luego cuando estaba embarazada de siete meses, Jovan recibió la noticia de que Abu Muhajir había muerto durante una batalla.
La responsabilidad de cuidar al bebé ahora era solo de ella.
Adam nació en un momento en que Raqqa estaba bajo ataques aéreos casi diarios por parte de la coalición liderada por Estados Unidos.
Hawa y Haitham ayudaron a su madre a dar a luz a su nuevo medio hermano.
Jovan recuerda que sus hijos no estaban seguros de cómo debían sentirse con respecto a este bebé, que tenía un aspecto tan distinto al suyo.
“Creo que mis hijos lo querían. Lo cuidaron. Especialmente Hawa, ella era mi hija pero también mi mejor amiga. Le daba de comer a Adam y lo acunaba hasta que se dormía”.
Los bombardeos frecuentes obligaban a Jovan y a sus hijos a mudarse de una casa a otra. Había frecuentes cortes de energía. Los generadores actuaban como refuerzo, pero solo cuando podían encontrar combustible para ellos.
Conseguir comida también era difícil, y Jovan comía cantidades más pequeñas para que sus hijos pudieran comer más.
“A veces solo teníamos pan, agua y un poco de azúcar. Sabía que si no comía lo suficiente no podría amamantar a Adam, pero no tenía otra opción”.
A pesar de todas las dificultades, dice que Adam le daba fuerzas para seguir.
“Era magnético. Sé que no era de mi verdadero esposo, y su padre era un asesino, pero [Adam] era de mi sangre“.
Escapar
De vuelta en Irak, Khedr no sabía nada de este bebé. De hecho, no sabía nada del paradero de su familia. Habían pasado 14 meses desde que habían sido secuestrados y él los buscaba sin cesar.
Cada vez que escuchaba que una mujer y sus hijos habían sido liberados, iba a la frontera a ver si era su familia.
Finalmente descubrió dónde estaban. Los rastreó a través de una red de traficantes de personas que estaban comprando mujeres y niños yazidíes de Estado Islámio. Khedr necesitaba encontrar US$6 mil por cada niño.
Haitham, Hawa y Azad se reunieron con su padre. Jovan, sin embargo, permaneció en Raqqa otros dos años. No podía estar segura de que Khedr aceptaría a Adam.
Dilema religioso
Durante meses, Khedr se angustió tratando de decidir qué hacer. Se espera que los miembros de la fe yazidi -una de las religiones monoteístas más antiguas, con menos de un millón de fieles en todo el mundo- sigan reglas estrictas.
Una de ellas estipula que quien abandona la fe no puede regresar, pero el Consejo Supremo Espiritual Yazidí había relajado esa regla para aceptar a las mujeres secuestradas y forzadas a la conversión por parte de EI.
La situación para los niños engendrados por militantes de EI, sin embargo, era muy diferente. La religión no acepta a conversos, así que un niño solo puede ser aceptado si ambos padres son yazidíes.
Jovan vivía por entonces con otras viudas yazidíes de los captores de EI. Todas las mujeres tenían miedo de regresar a su pueblo en Sinjar debido a este tabú.
“Algunas tenían más de un hijo con más de un combatiente y tenían mucho miedo de volver con sus familias”, explica ella.
Khedr finalmente decidió que sus hijos necesitaban a su madre y le dijo a Jovan que Adam era bienvenido. Jovan hizo el viaje de regreso a su pueblo en Sinjar con Adam, ahora un niño pequeño, después de cuatro años fuera.
Pero después de solo unos días, el estado de ánimo cambió. Jovan cuenta que su familia comenzó a tratar de persuadirla para que abandonara a Adam.
“Comenzaron a hablarme sobre la importancia de nuestra religión y sobre cómo nuestra sociedad nunca aceptaría a un niño musulmán nacido de un padre de EI”.
Khedr llevó a Jovan a conocer a Sakineh Mohamed Ali Younes, la gerente de un orfanato en Mosul. Esperaba que ella pudiera persuadir a Jovan para que dejara a Adam bajo su cuidado. Sakineh dice que pasó horas tratando de convencer a Jovan.
Khedr estaba frustrado y lloraba. Jovan abrazaba a Adam, diciendo que no lo iba a dejar.
“Sus lágrimas le caían por la cara cuando entregó a su hijo. No hay nada peor que quitarle un niño yazidí a su madre. Es como cortarle un trozo de corazón”, dice Sakineh.
“Pero los deseos de la comunidad yazidí son más importantes que los sentimientos de una persona. Su esposo y yo acordamos que yo me quedaría con el niño, fuera como fuera. Al final no había otra opción que mentir”.
Sakineh le dijo a Jovan que tenía que dejar a Adam con ella durante unas pocas semanas, porque estaba enfermo y débil, y necesitaba ser atendido.
“Le dije: ‘Tu hijo está bajo mi custodia hasta que encuentre una solución a este problema’. Cuando agarró mi mano, sentí que algo como un fuego se había extinguido dentro de ella “.
“¿Cómo puedo olvidarlo?”
El Año Nuevo Yazidí debería haber sido un momento feliz para Jovan, su primera ocasión festiva con su familia después de cuatro años separados. Salieron a comprar pinturas de colores para decorar huevos cocidos, una tradición yazidí.
Pero a pesar de haberse reunido con sus queridos hijos, Jovan estaba desesperada. Unos días después de salir del orfanato, había decidido aceptar la situación y concentrarse en sus otros tres hijos. Pero ahora esto se le hacía imposible.
“Pienso en él constantemente”, explicó en ese momento.
“Todas las noches sueño con él. ¿Cómo puedo olvidarlo? Le di el pecho y es mi bebé. Te pregunto: ¿las mujeres como nosotras estamos equivocadas? ¿Nos equivocamos por extrañar a nuestros hijos?”.
Después de varias semanas, Jovan no pudo soportarlo más. Tomó una decisión de la que debió sospechar que no había vuelta atrás. Les dijo a sus hijos que iba a la ciudad de Dohuk para una terapia para tratar su trauma.
Pero, en realidad, iba al orfanato.
“Fue un día tan terrible cuando los dejé”, explica.
“Pero sentí que había traicionado a mi hijo. Mis otros tres hijos habían crecido [el mayor ya estaba en la adolescencia tardía], y tenían a su padre. Pero Adam no tenía a nadie. El pobre no tenía absolutamente a nadie, y yo le echaba de menos día y noche “.
Cuando Jovan llegó al orfanato, le dijeron que Adam estaba enfermo y que no podía verlo. Pero lo que finalmente confesó Sakineh, después de dos o tres días, fue que el orfanato, sobrecargado por el conflicto, había puesto a algunos de los niños en adopción, a través de un juez local.
Sakineh asegura que le dijo expresamente al juez que Adam, y otros cuatro niños cuyas madres sobrevivieron tras ser secuestradas por Estado Islámico, no debían ser ofrecidos en adopción ya que sus madres algún día podrían querer reclamarlos.
A pesar de esto, Adam había sido entregado.
Sakineh dice que Jovan lloró y lloró cuando le dio la noticia.
No podía soportar volver a casa y, en cambio, encontró amparo en un refugio de mujeres en el norte de Irak. Unos meses después, Khedr se divorció de ella y le envió un mensaje diciendo que ya no podría ver a sus otros hijos.
De vuelta en el pueblo, Khedr está triste, pero implacable.
“Sé que no fue culpa [de Adam]. He dicho que fue la voluntad de Dios que él naciera. Si pensara que él tiene la culpa, lo habría dejado morir en Siria. Si yo fuera una mala persona, lo habría matado, pero no lo hice. Lo dejé vivir y pagué para traerlo aquí con mi esposa.
“Pero cuando [Estado Islámico] llega y mata a toda tu familia, y se lleva a tu esposa y tiene un hijo con ella, no podemos aceptarlo. Nadie lo aceptaría, sin importar cuál sea su religión”.
Sus hijos difieren en cómo ven la desaparición de Jovan de sus vidas. El hijo mayor, Haitham, comparte los sentimientos de su padre, diciendo que no puede aceptar a un hijo de Estado Islámico como hermano.
“Mi madre nos dejó por su otro hijo”, afirma. Agrega que su hermano menor, Azad, todavía le preguntaba por ella varios meses después de que se fuera, pero ahora ya no lo hace.
“Le dije que nuestra madre no volverá, así que no debe esperarla. Después de eso, dejó de buscarla”.
Pero Hawa, la chica que mecía a Adam para dormirlo en Raqqa, es más comprensiva.
“Cuando nuestra madre estaba en casa, todo estaba muy bien. Ojalá pudiera regresar, pero también tenía derecho a echar de menos a Adam”.
Otras mujeres afectadas
Jovan no es la única madre que se enfrenta a un dilema tan terrible.
La BBC habló con 20 mujeres yazidíes con hijos nacidos de combatientes de Estado Islámico: ninguna de ellas se sintió capaz de llevar a sus hijos de vuelta a casa.
Muchas se vieron obligadas a dejar a sus hijos en el norte de Siria antes de regresar a Irak.
Una de ellas, Laila, tenía solo 16 años cuando Estado Islámico la llevó a Siria. Tenía dos hijos de su secuestrador, pero un comandante kurdo le dijo que eran niños “del diablo”.
“No sabía qué hacer. Quería volver a casa y no me dieron opción”.
Cuenta que su sueño es ir a la universidad y luego conseguir un trabajo que financie la búsqueda de sus hijos.
“Solo quiero verlos una vez más y morir. No quiero nada más”.
Está furiosa porque el Consejo Supremo Espiritual Yazidí se niega a relajar las reglas que prohíben que los niños de Estado Islámico sean aceptados en la comunidad.
“A veces siento que los hombres yazidíes no tienen corazón. No son mujeres, no son madres, nunca pueden entender por lo que estamos pasando“.
Solo a una de las mujeres con las que habló la BBC se le permitió mantener a su hijo. Rojin fue vendida, junto con su hija de 4 años, a siete hombres de Estado Islámico diferentes.
Regresó a Irak cuando estaba embarazada de casi dos meses. Su médico le aconsejó que, dado que el embarazo aún estaba en las primeras etapas, debía convencer a su esposo para que fingiera que el bebé era suyo.
Él accedió, convencido por el argumento de que tener un hijo facilitaría la obtención de asilo en el extranjero, en caso de que lo solicitaran.
Pero, aun así, Rojin vive con miedo.
“Si mi familia o alguien de nuestra comunidad yazidí descubre la verdad sobre mi hijo, me lo quitarán o me obligarán a abandonar mi hogar y a mi hija”.
“Pienso en él todos los días”
En los últimos 18 meses Jovan ha recibido asesoramiento terapéutico, pero todavía está muy frágil. En su cuaderno, dibujó un boceto de sus días en Raqqa: un avión de combate en lo alto, Jovan en una casa con sus cuatro hijos.
“A veces pienso que nuestra vida era mejor con Estado Islámico. Estábamos bajo asedio y la vida era difícil, pero al menos tenía a mis hijos conmigo.
“No fui herida [físicamente] durante esos cuatro años, pero me sentí herida cuando regresé a Irak. Estoy herida por lo que mi familia, mi comunidad y las reglas hicieron para quitarme a mis hijos”.
Está tan enojada con su esposo y decepcionada con su comunidad que decidió seguir siendo musulmana.
“No quiero seguir siendo parte de la comunidad yazidí… la verdad es que es solo por la religión que ahora estoy separada de mi familia”.
Pero está aterrorizada de que esto la haya alejado para siempre de sus tres hijos mayores.
“Mi mayor temor es que mis hijos me olviden o que no me perdonen porque los dejé. Pero sigo diciéndome a mí misma que no olvidarán a su madre”.
Según Sakineh, Jovan puede sacar a Adam de la adopción, siempre y cuando pueda probar a través del ADN que ella es su madre.
Sin embargo, el hecho de que Jovan sea yazidí -y de que el niño haya sido registrado como musulmán, porque el registro toma el origen étnico del padre del niño-, podría complicar el proceso.
Por el momento, Jovan dice que ha aceptado que Adam está mejor donde está.
“Pienso en él todos los días. Pero creo que para mi hijo es mejor vivir con esa otra persona por ahora. Es mejor para él”.
Todo lo que le queda es el sueño de que ella y todos sus hijos terminarán por reunirse.
“Con suerte, un día, si Dios tiene misericordia de mí, nos volveremos a ver“.
Algunos nombres han sido modificados para proteger las identidades.