Tuvo que aguantar la respiración, ya que hasta el dióxido de carbono de sus pulmones podía contaminar la muestra. Después de unos instantes, volvió a respirar.
El aire que Colton está recogiendo en Mauna Kea sirve para alimentar el expediente más antiguo del mundo que contiene mediciones directas de los gases que atrapan el calor en la atmósfera. Las mediciones constituyen el conjunto de pruebas de primera mano más completo de cómo ha cambiado la química de la Tierra desde mediados del siglo XX, cosa que ha trastornado el clima de todo el mundo. Estas mediciones representan el éxito de un compromiso científico de largo alcance y, a fines del año pasado, entraron en crisis.
Durante seis décadas, los científicos habían estado tomando sus mediciones del aire desde un conjunto de edificaciones bajas sobre el Mauna Loa, otro volcán enorme ubicado en la isla de Hawái. Posteriormente, en noviembre, el Mauna Loa hizo erupción por primera vez en casi 40 años. No hubo heridos, pero los caudales de lava de hasta nueve metros de profundidad derribaron los cables eléctricos del observatorio y dejaron enterrados 1.6 kilómetros de la carretera principal que lleva hasta la montaña. Las instalaciones quedaron paralizadas.
Después de un esfuerzo transoceánico y una buena dosis de suerte, los científicos del observatorio del Mauna Loa reanudaron sus mediciones, pero por primera vez en el Mauna Kea, el siguiente volcán más cercano.
La interrupción pone de relieve la cuidadosa planificación y la delicada labor necesarias para reunir estos datos, así como los obstáculos, tanto humanos como naturales, que pueden interferir. Demuestra cómo la tarea de medir el aire, que parecería tan sencilla, no lo es en absoluto.
Después de que el Mauna Loa comenzó a arrojar lava, los técnicos de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA, en inglés), entidad que administra el observatorio, llegaron a instalar instrumentos sobre el Mauna Kea poco antes de que una violenta tormenta invernal produjera vientos huracanados en la cima, cosa que podría haber retrasado el trabajo. Lograron terminarlo tan rápido gracias a que, meses antes, la NOAA ya había comenzado a realizar exploraciones y había instalado un sitio de respaldo ahí, en un telescopio administrado por la Universidad de Hawái.
“Claro que es una suerte”, señaló Brian A. Vasel, director de operaciones del observatorio para el Laboratorio de Monitoreo Global de la NOAA. Pero “desde luego que no es una coincidencia”.
Al final, la agencia estuvo un poco más de una semana sin tomar mediciones. La Institución Scripps de Oceanografía, que también había estado monitoreando la atmósfera del Mauna Loa durante décadas, comenzó a recopilar datos en el Mauna Kea una semana después de que lo hizo la NOAA. Esta institución, que forma parte de la Universidad de California en San Diego, usa otros instrumentos independientes de los de la NOAA, pero que se resguardan en las instalaciones de la agencia.
Ahora, la NOAA está transportando por helicóptero paneles y baterías solares hacia el Mauna Loa para restablecer la electricidad en el observatorio paralizado. El plan es recabar mediciones paralelas en ambos volcanes durante un año para compararlas y evaluar si el Mauna Kea, que hizo erupción por última vez hace cuatro mil 600 años, podría convertirse a largo plazo en un respaldo del Mauna Loa, el volcán activo más grande del mundo.
Cuando la lava se enfríe lo suficiente como para hacer una nueva carretera, lo cual puede ocurrir a principios del verano, la agencia también tiene pensado comenzar la remodelación de su arcaico observatorio del Mauna Loa, con un espacio rediseñado para el laboratorio, mejor conectividad de fibra óptica y electricidad, así como su primer sistema séptico, ya que en la actualidad el sitio solo cuenta con una letrina.
“Las instalaciones eran obsoletas”, señaló Vasel. Ahora el objetivo es “construir el sitio que va a apoyar la misión del Mauna Loa durante la siguiente década y las décadas por venir”.
En cada volcán, Colton llena los matraces de vidrio con largas ráfagas del aire de la montaña, en un ritual que no ha cambiado mucho desde que Charles David Keeling, un científico de la Institución Scripps, comenzó a tomar muestras de la atmósfera en el Mauna Loa en la década de 1950. Algunos de los matraces son incluso los mismos de hace décadas.
Los métodos análogos ayudan a garantizar que las mediciones puedan compararse a través del tiempo. Pero sigue siendo Colton, un técnico de la atmósfera que trabaja en la NOAA, quien debe ingeniárselas para recabar sus muestras cada semana en las condiciones más constantes posibles. Hace mucho tiempo, descubrió en qué parte del Mauna Loa debía pararse y a qué hora del día, para recoger el aire en el momento en que estuviera más limpio. Aún no averigua esto en el Mauna Kea, donde hay trece estaciones de observación de estrellas que desvían el viento y donde el tráfico de turistas desequilibra los niveles de carbono.
Después de que nevó, ya no se pudo tener acceso a un área del flanco occidental del volcán. En otra ocasión, apareció una máquina quitanieves arrojando humo mientras Colton estaba recogiendo las muestras.
“Cada vez que algo cambia, puede haber otra anomalía, algo que puede afectar el resultado”, explicó.
La NOAA espera terminar la primera etapa de su remodelación en el Mauna Loa para el otoño de 2024, comentó Vasel. El costo es de US$5.5 millones.
Ha sido una larga batalla juntar recursos para la operación del Mauna Loa. Hace algunos años, la carretera que llevaba al volcán necesitaba mantenimiento, explicó Darryl Kuniyuki, quien administra las operaciones de la estación. El gobierno federal les dio algo de dinero, comentó, pero no lo suficiente como para pagarles a los contratistas para que volvieran a pintar las líneas.
“Tuve que usar mi creatividad y contraté a los Niños Exploradores”. Él y otros empleados del observatorio pintaron casi todo. Los chicos de la localidad hicieron el resto como parte de un proyecto para obtener el rango de Águila.
No es fácil convencer a los organismos financieros de apoyar el monitoreo atmosférico a largo plazo, comentó Ralph Keeling, un científico de la Institución Scripps e hijo de Charles David Keeling.
“El cambio climático se desarrolla década tras década; no se sabe lo que está ocurriendo a menos que se observe década tras década”, señaló Ralph Keeling. “Eso significa tener mediciones en un marco de tiempo mucho más largo de lo que requiere un proyecto científico común y corriente”.
“En determinado momento, los organismos dicen: ‘Bueno, ¿y por qué estamos financiando esto?’”, comentó Keeling.
Hoy en día, la isla de Hawái no es el único sitio en el que los científicos están monitoreando los niveles mundiales de carbono. Con métodos más modernos, los investigadores pueden calcular las emisiones hasta de una fábrica, una central eléctrica y un campo petrolero por separado. Mientras Colton iba transitando por el camino de grava del Mauna Kea en un camión, nos explicaba que las mediciones del observatorio seguían brindando una referencia de suma importancia para entender otros datos acerca de emisiones.
Son “los cimientos”, aseveró, “las bases fundamentales a las que todos se remiten”.