Las profundas divisiones en Estados Unidos no son nuevas; de hecho, se remontan a la Convención Constitucional y a los días de John Adams contra Thomas Jefferson. Pero según algunos académicos, rara vez han alcanzado los niveles que se ven hoy, en el que los Estados Unidos republicano y demócrata se están separando cada vez más geográfica, filosófica, financiera, educativa e informativamente.
Los estadounidenses no solo están en desacuerdo entre sí, sino que viven en realidades diferentes, cada una con su propia ecosfera de internet y medios de comunicación que se refuerza a sí misma. El ataque del 6 de enero de 2021 al Capitolio fue una insurrección escandalosa al servicio de un intento de toma de poder inconstitucional por parte de un protofascista o una protesta legítima que puede haberse salido de control, pero que ha sido explotada por el otro bando y ha convertido a patriotas en rehenes.
Los dos países tienen leyes radicalmente diferentes sobre el acceso al aborto y a las armas. La ruptura partidista está tan cimentada en 44 estados que efectivamente ya estos forman parte de uno de los dos Estados Unidos, en cuanto a las elecciones de otoño. Eso significa que esos estados apenas verán a uno de los candidatos, los cuales se centrarán principalmente en seis estados en disputa que decidirán la presidencia.
En una sociedad cada vez más tribal, los estadounidenses describen sus diferencias de manera más personal. Desde la elección de Trump en 2016, según el Centro de Investigaciones Pew, la proporción de demócratas que ven a los republicanos como inmorales ha aumentado del 35 al 63 por ciento, mientras que el 72 por ciento de los republicanos dice lo mismo de los demócratas, un aumento en comparación con el 47 por ciento previo. En 1960, alrededor del 4 por ciento de los estadounidenses afirmó que les disgustaría que su hijo se casara con alguien del otro partido. Para 2020, esa cifra había aumentado a casi 4 de cada 10. De hecho, solo alrededor del 4 por ciento de todos los matrimonios actuales son entre un republicano y un demócrata.
“Hoy, cuando pensamos en Estados Unidos, cometemos el error esencial de imaginarlo como una sola nación, una mezcla jaspeada de gente republicana y demócrata”, escribió Michael Podhorzer, exdirector político de la AFL-CIO, en un ensayo el mes pasado. “Pero Estados Unidos nunca ha sido una nación. Somos una república federada de dos naciones: la nación republicana y la nación demócrata. Esto no es una metáfora; es una realidad geográfica e histórica”.
La división actual refleja el realineamiento político más significativo desde que los republicanos capturaron el sur y los demócratas el norte tras la legislación de derechos civiles de la década de 1960. Trump ha transformado al Partido Republicano en el partido de la clase trabajadora blanca, fuertemente arraigado en las comunidades rurales y resentido con la globalización, mientras que los demócratas de Biden se han convertido cada vez más en el partido de los más educados y económicamente más acomodados, que han prosperado en la era de la información.
“Trump no fue la causa de este realineamiento, ya que este se ha ido gestando desde principios de la década de 1990”, dijo Douglas B. Sosnik, quien fue asesor del expresidente Bill Clinton en la Casa Blanca y estudia las tendencias políticas. Pero “su victoria en 2016 y su presidencia aceleraron estas tendencias. Y este realineamiento se basa en gran medida en los ganadores y perdedores de la nueva economía digital del siglo XXI, y el mejor predictor de si eres un ganador o un perdedor es tu nivel de educación”.
La situación actual no tiene un análogo exacto en la historia de Estados Unidos. Solo dos veces antes se han enfrentado dos personas que han obtenido la presidencia. En 1892, el expresidente Grover Cleveland ganó una revancha contra el entonces presidente Benjamin Harrison. En 1912, el expresidente Theodore Roosevelt perdió un intento desde un tercer partido para deponer a su sucesor y protegido del que estaba distanciado, el entonces presidente William Howard Taft, pero allanó el camino para la victoria del candidato demócrata, Woodrow Wilson.
Ninguna de esas contiendas reflejó el tipo de momento trascendental que los académicos y profesionales políticos perciben este año. Cuando los historiadores buscan paralelos, a menudo señalan el periodo anterior a la Guerra de Secesión, cuando un norte industrializado y un sur agrario estaban divididos por el tema de la esclavitud. Si bien hoy en día la secesión es descabellada, el hecho de que de todos modos surja de vez en cuando en las conversaciones entre demócratas en California y republicanos en Texas indica cuán distanciados se sienten muchos estadounidenses entre sí.
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“Cada vez que menciono la década de 1850, todo el mundo piensa que vamos a tener una guerra civil”, afirmó Sean Wilentz, un historiador de Princeton que formó parte de un grupo de académicos que se reunió recientemente con Biden. “No estoy diciendo eso. No es predictivo. Pero cuando las instituciones se debilitan, cambian o transforman como lo han hecho, se puede obtener una perspectiva de la historia. Creo que la gente todavía no ha comprendido cuán anormal es la situación”.