En un consenso extraordinario, una nueva encuesta de la Universidad Quinnipiac encontró que el 69 por ciento de los demócratas y el 69 por ciento de los republicanos afirman que la democracia está “en peligro de colapsar”. Pero un lado culpa al expresidente Donald Trump y a sus “republicanos del MAGA” (en referencia al acrónimo del lema Hagamos a Estados Unidos Grandioso de Nuevo en inglés), mientras el otro señala al presidente Joe Biden y a los “demócratas socialistas”.
Así que cuando Biden hace una advertencia sobre el futuro de la democracia como sucedió la noche del jueves pasado, la audiencia escucha dos mensajes muy distintos, lo que evidencia las profundas fisuras de la sociedad estadounidense, que hacen que este sea un momento casi ingobernable en la historia de la nación. Los estadounidenses no solo divergen de manera muy marcada en cuestiones importantes como el aborto, la inmigración y la economía, sino que ven el mundo de formas diferentes y básicamente incompatibles.
“Por desgracia, nos hemos alejado del entendimiento común de que la democracia es un proceso y no necesariamente garantiza los resultados que tu bando quiere, de que incluso si tu bando pierde unas elecciones, puedes luchar por tus políticas otro día”, dijo Michael Abramowitz, presidente de Freedom House, un grupo que promueve la democracia a nivel mundial y que expresó hace poco su preocupación por la democracia en EE. UU. “Ese es un gran reto para el presidente, pero también para todos los políticos”.
El abismo entre estos dos EE. UU. hace que la tarea de Biden sea aún más difícil. Aunque en algún momento aspiró a superar esa división tras lograr que Trump saliera del Despacho Oval, según sus asesores, Biden se ha sorprendido de cuán persistente es el control de su predecesor sobre el Partido Republicano.
Y así, en lugar de unir a los estadounidenses, la meta de Biden ha pasado a ser en esencia asegurarse de que la mayoría del país que se opone a Trump esté muy alerta a la amenaza que el expresidente todavía representa y con la suficiente energía o miedo como para hacer algo al respecto, sobre todo en las próximas elecciones intermedias.
Ese cálculo significó que Biden sabía que se vería afectado por abandonar su postura como el presidente que uniría al país. Como la temporada legislativa en esencia llegó a su fin a la espera de las elecciones, ya no tenía que preocuparse por ofender a los miembros republicanos del Congreso que pudiera necesitar para aprobar proyectos de ley bipartidistas. Así que más bien, se ha comunicado con el electorado de forma muy parecida a como lo hizo en 2020, tratando de acercarse muy en especial a las mujeres de los suburbios y a otros grupos clave en estados indecisos como Pensilvania.
La reacción de los republicanos al discurso de Biden fue sorprendente. Durante años, se mantuvieron en silencio mientras Trump vilipendiaba y satanizaba a cualquiera que no estuviera de acuerdo con él, cuando alentaba a sus partidarios a golpear a los manifestantes; exigía que sus rivales fueran arrestados; acusaba a los críticos de traición e incluso de asesinato; llamaba a sus oponentes “fascistas” e incluso cuando retuiteó a un partidario que decía “el único demócrata bueno es un demócrata muerto”. Pero de la noche del jueves al viernes de la semana pasada se unieron en una sola voz para quejarse de que Biden era la persona divisoria.
“Es impensable que un presidente hable así de la mitad de los estadounidenses”, dijo Nikki Haley, quien fue embajadora de Trump ante las Naciones Unidas. “Los líderes protegen la Constitución”, añadió Mike Pompeo, exsecretario de Estado de Trump. “No dicen que la mitad de EE. UU. son enemigos del Estado como hizo Joe Biden anoche”.
Ayudados por las espeluznantes luces rojas que sirvieron de fondo al discurso de Biden, los republicanos describieron al presidente en términos dictatoriales, como “si Mussolini y Hitler se juntaran”, en palabras de Donald Trump júnior.
Tratándose de la democracia en EE. UU., no hay ningún equivalente real, por supuesto. El expresidente Trump buscó utilizar el poder de su oficina para revocar unas elecciones democráticas, para lo cual presionó a funcionarios estatales y locales, al Departamento de Justicia, a los congresistas y a su propio vicepresidente para que ignoraran la voluntad del pueblo a fin de mantenerlo en el cargo. Cuando eso no funcionó, alborotó a una multitud que allanó el Capitolio, interrumpiendo el recuento de los votos del Colegio Electoral y amenazando con ejecutar a quienes se interpusieran en el camino de Trump.
Desde que dejó el cargo, Trump ha seguido exigiendo la revocación de las elecciones e incluso ha sugerido que se le reinstaure como presidente, todo con base en las mentiras que les dice a sus seguidores sobre lo que sucedió en 2020. Ha obligado a funcionarios electos y candidatos republicanos a aceptar sus afirmaciones falsas y buscado instalar a negacionistas de las elecciones en posiciones estatales donde pueden influir en los próximos recuentos de votos.
Cuando los seguidores de Trump manifiestan temor por la democracia en las encuestas, no es por esas acciones, sino por lo que Trump les ha dicho sobre la integridad de las elecciones, aun cuando lo que dice no sea cierto. También consideran que el gobierno de Biden es demasiado liberal y que expande los alcances del gobierno a tal grado que invariablemente limitará sus libertades.
Sus asesores dijeron que para elaborar el discurso que iba a pronunciar en el Salón de la Independencia de Filadelfia ante una audiencia nacional, Biden luchó con la cuestión de cómo condenar a los que consideraba actores anticonstitucionales sin menospreciar a todos los que estaban en desacuerdo con él.
En el discurso subrayó que no consideraba que todos los republicanos eran “republicanos del MAGA”, el término que emplea para referirse a los partidarios de Trump. Intentó volver a cruzar esa línea el 2 de septiembre en respuesta a un periodista de Fox News que le preguntó si consideraba que todos los partidarios de Trump eran una amenaza para el país.
“No considero a ningún seguidor de Trump una amenaza para el país”, respondió Biden. “Sí creo que cualquiera que pide el uso de la violencia, que no condene la violencia cuando se usa, que se niegue a reconocer cuando se han ganado unas elecciones, que insista en cambiar la forma en que gobernamos y contamos los votos… es una amenaza para la democracia”, agregó.
Desde hace meses, los estrategas demócratas han sido discretos en su acumulación de investigaciones sobre cómo afirmar que el Partido Republicano es extremista durante un ciclo electoral en el que Trump no está en la boleta electoral.
El proyecto fue concebido por Navin Nayak, presidente del Center for American Progress Action Fund, la rama de investigación de un grupo de expertos de inclinación demócrata. En colaboración con John Podesta, un exasesor de los presidentes Bill Clinton y Barack Obama, que el viernes pasado fue nombrado asesor principal de Biden, Nayak comenzó con una idea clave.
Los dos hombres concluyeron que a los republicanos les había ido muy bien a la hora de definir al Partido Demócrata por su polo más izquierdista. En años recientes, ese polo ha estado representado por el senador independiente de Vermont Bernie Sanders, quien, para beneplácito de los republicanos, se hace llamar un “socialdemócrata”.
Los estrategas republicanos decidieron sacarle partido a la palabra “socialista” y gastaron millones de dólares en anuncios televisivos en lugares como Miami para atraer a los votantes hispanos cuyas familias tenían muchos dolorosos recuerdos de los gobiernos de izquierda en Cuba y Venezuela. En las elecciones de 2020, los republicanos lograron apoyo suficiente de los hispanos como para que Florida quedara fuera del alcance de Biden.
Dado que Trump acapara los titulares diarios, los estrategas demócratas dijeron que tenían la oportunidad de vincular a los “republicanos del MAGA” con un expresidente cuya impopularidad ha hecho bajar los índices del partido en general, lo que les da la posibilidad a aquellos de mantener el Congreso y las gubernaturas en estados como Míchigan, Pensilvania y Wisconsin.
“Lo que tenemos es gente que está directamente vinculada al 6 de enero y, por tanto, utilizar el 6 de enero en la campaña es otra forma de vincularlos al extremismo”, dijo Jefrey Pollock, socio fundador y presidente de Global Strategy Group, una de las dos empresas encuestadoras que realizaron parte de la investigación.
Como indica la encuesta de Quinnipiac, no se trata de un mensaje que vaya a resonar en todo el mundo. La cuestión es si lo hará en un número suficiente de estadounidenses para provocar un cambio.