Petrov no cree que la propuesta al respecto del presidente estadounidense, Donald Trump, sea “una broma”, sino un primer intento de “pulsar la opinión pública mundial” en el marco de la Doctrina Monroe, según la cual “todo territorio aledaño al continente americano es parte de la esfera de influencia” de EE.UU.
Ese también era el caso de Alaska, aunque las circunstancias eran otras. El imperio ruso acababa de lograr una “pírrica” victoria en la guerra de Crimea (1853-1856), carecía de aliados y necesitaba dinero en efectivo.
De hecho, Washington no tuvo ni siquiera que presionar al zar Alejandro II, ya que la idea fue de su hermano menor, el príncipe Konstantín Nikoláyevich, quien utilizó como argumento que la compañía ruso-estadounidense (RAK) que gestionaba la península era deficitaria.
“Ese argumento era falso. RAK daba beneficios. Al príncipe no le gustaba la compañía, la consideraba un monopolio. Fue la primera vez que el imperio ruso cedía un territorio”, explica el historiador.
Aunque ahora dicha venta es vista como un claro error geoestratégico, entonces Rusia temía que el imperio británico se hiciera con el control de Alaska y después con otros territorios en manos rusas, por lo que el zar optó por el mal menor: su venta el 18 de octubre de 1867.
“Rusia veía a Estados Unidos como un potencial aliado” y un contrapeso a Inglaterra y Francia, señala, a lo que se suma que en los 125 años de dominio de Alaska los colonos rusos apenas la habían explorado y las relaciones con los aborígenes eran muy tensas.
Precio
Petrov sí cree que el precio acordado -7,2 millones de dólares (más de 100 millones al cambio actual) o más de 11 millones de rublos- fue “insignificante”, ya que la construcción de la catedral de San Isaac en San Petersburgo costó entonces unos 9 millones de rublos.
“El pueblo ruso ni se enteró”, destaca, aunque el diario “Golos” (Voz) de la capital imperial tachó en abril de 1868 de “vergüenza” la venta “a precio casi regalado” de Alaska.
En su mayoría, el dinero fue utilizado para el tendido de la vía férrea entre el norte y el sur del país, en particular entre Moscú y la península de Crimea, zona de descanso de los zares.
En el caso de Groenlandia, Petrov tilda de “especulaciones” los precios que circulan por las redes sociales y pronostica que muy probablemente Washington no ofrecería a Copenhague dinero a cambio de la mayor isla del planeta.
“¿Cuánto cuesta Groenlandia? Pues, depende. Aquí no hablamos de dinero. No se trata de entrar en una tienda y comprar algo por diez dólares. Hay cosas más importantes como el poder, la influencia y la tecnología”, señala.
Desfíos
Cree que Dinamarca podría recibir de Estados Unidos ofertas de cooperación muy lucrativas en los ámbitos de la exploración espacial, el desarrollo de altas tecnologías y la protección del medio ambiente, pero nunca un cheque al portador.
Además de seguir a pies juntillas la Doctrina Monroe, si Washington quiere conquistar el Ártico, explotar nuevos recursos energéticos y combatir el cambio climático, necesita hacerse con el control de esa autonomía danesa, insiste.
“Si Estados Unidos comprara, Groenlandia podría hacer frente a esos desafíos y solucionar problemas que nos afectan a todos”, apunta.
En el plano político, Petrov considera que el presidente estadounidense necesita un éxito diplomático de cara a la reelección en 2020, ya que “la economía va bien y el dólar también”, pero hay “problemas” con Rusia, Irán, Corea del Norte, Siria, América Latina, “ya no digamos con China”.
“Trump ganaría peso político si comprara Groenlandia. Eso también ayudaría a lograr un consenso entre republicanos y demócratas, algo que le hace mucha falta”, opina y recuerda que EE.UU. ya lo intentó en el siglo XIX y después de la Segunda Guerra Mundial para contrarrestar a la Unión Soviética.
En cuanto a la amenaza que supondría para el Kremlin que EEUU diera un paso de gigante en la conquista del Ártico, Petrov apuesta por la cooperación, ya que Rusia tiene una “gran experiencia” en la exploración del norte y cuenta con una flota de rompehielos que están abriendo la Ruta Ártica, la alternativa al canal de Suez.
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