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Hambre, incertidumbre y escasez: Así es la vida en Rafah, al sur de Gaza, en medio de la guerra
El gas para cocinar es tan escaso que el aire está denso por el humo de las hogueras que queman la madera recuperada y los trozos de muebles.
Palestinos rezan entre escombros en Rafah, al sur de Gaza. (Foto Prensa Libre: AFP)
Durante semanas, el miedo ha ido creciendo.
Más de un millón de palestinos han huido a Rafah, la región que está más al sur de Gaza, con la esperanza de escapar de la guerra. Ahora, Israel ha amenazado con extender su invasión también en esa zona.
En días signados por los esfuerzos para conseguir comida, agua y refugio, la incertidumbre ha dominado las conversaciones de las personas, afirmó Khalid Shurrab, un trabajador de un organismo de beneficencia que se está quedando en una tienda de campaña maltrecha en Rafah con su familia.
“Tenemos dos opciones: quedarnos como estamos o enfrentarnos a nuestro destino, la muerte”, dijo Shurrab, de 36 años. “Literalmente, la gente no tiene otro lugar seguro para ir”.
Rafah, que hasta ahora se había librado de la respuesta de Israel, se ha convertido en un nuevo punto central de una guerra que está en su sexto mes. A esa zona ha llegado la mayoría de los 2.2 millones de habitantes de Gaza, con lo que la población ha aumentado y sus limitados recursos se han agotado.
Y ahora, cuando Israel señaló su intención de ir tras los militantes de Hamás en Rafah, y mientras Egipto impide a la mayoría de los gazatíes cruzar su frontera con el sur, las familias temen quedar atrapadas.
En la provincia de Rafah, donde vivían menos de 300 mil personas antes de la guerra, el espacio se ha convertido en un bien escaso. Las familias desplazadas llenan las escuelas, los campamentos de tiendas de campaña se extienden por terrenos descampados y los peatones abarrotan las calles.
El gas para cocinar es tan escaso que el aire está denso por el humo de las hogueras que queman la madera recuperada y los trozos de muebles. El combustible es costoso, así que la gente camina, monta en bicicleta o usa carros tirados por burros y caballos. Como Rafah se encuentra junto a la frontera egipcia, por donde entra la mayor parte de la ayuda humanitaria, recibe más suministros que otras partes de Gaza.
Sin embargo, muchos residentes están tan desesperados que lanzan piedras a los camiones de ayuda para tratar de que se detengan o se agrupan a su alrededor para intentar conseguir todo lo que puedan. El mes pasado, cientos de personas murieron o resultaron heridas en medio de un episodio de caos en el que hubo disparos israelíes luego de que un convoy de camiones intentó entregar ayuda en la ciudad de Gaza, en el norte del territorio.
La mayoría de las personas que se han refugiado en Rafah pasan el día tratando de cubrir sus necesidades básicas: encontrar agua potable para beber y bañarse, conseguir alimentos suficientes e intentar tranquilizar a sus hijos cuando los ataques israelíes impactan lugares cercanos.
“Aquí todo es difícil”, dijo Hadeel Abu Sharek, de 24 años, quien se está quedando con su hija de 3 años y otros familiares en un restaurante cerrado en Rafah. “Nuestros sueños se han destrozado. Nuestra vida se ha convertido en una pesadilla”.
Por lo general, su familia solo encuentra alimentos suficientes para una comida al día, afirmó, y aunque hierven el agua antes de beberla, muchos han enfermado, incluida su hija. No tienen un lugar donde sea fácil conseguir medicinas.
“Los bombardeos son aterradores, sobre todo para los niños”, dijo, y añadió que todos se agrupan en un rincón cuando oyen los ataques israelíes, temiendo que el techo se derrumbe.
El restaurante era el segundo lugar en el que encontraron refugio desde que abandonaron sus hogares en el norte de Gaza al comienzo de la guerra. Ahora tienen que mudarse de nuevo, dijo. Los sacarán del restaurante, pero les dieron postes metálicos y tela impermeable para construir una tienda de campaña provisional.
Los refugios son tan escasos que los alquileres han subido, las escuelas se han convertido en campos de refugiados de facto y muchas familias duermen en tiendas o cuelgan pedazos de plástico para protegerse de la lluvia y el frío.
Poco después de que comenzara la invasión, Ismail al Afify, un sastre del norte de Gaza, acampó con su familia bajo la escalera de hormigón de una escuela. Desde entonces, el edificio se ha llenado con muchos otros refugiados, y a veces cuatro familias comparten una sola aula.
Para cubrir sus necesidades, los hijos de Al Afify están atentos a los camiones de ayuda y agua para poder ir corriendo por suministros o llenar de agua sus baldes. Cuando tienen harina, su nuera hornea pan plano con otras mujeres en un horno de barro improvisado en la calle.
A menudo se va a dormir con hambre, dijo Al Afify, de 62 años.
La escasez de combustible y otros suministros casi ha paralizado las instalaciones médicas locales.
En una entrevista, Marwan al Hams, director del hospital Abu Yousef al Najjar, el más grande de Rafah, enumeró los servicios que ya no podía ofrecer: cuidados intensivos, cirugías complejas, tomografías computarizadas o resonancias magnéticas y tratamientos contra el cáncer. Los médicos carecen de analgésicos y medicamentos para la diabetes y la hipertensión. Su capacidad para realizar diálisis es tan reducida que han muerto pacientes con enfermedades renales.
El hospital mismo está saturado, con familias desplazadas que se han refugiado en el edificio y en sus pasillos. Solo hay 63 camas para unos 300 pacientes, dijo.
“La mayoría de los casos se tratan en el suelo”, dijo.
En los primeros meses de la guerra, el ejército israelí ordenó reiteradamente a los habitantes de Gaza que evacuaran hacia el sur por su propia seguridad. Pero, a menudo, Israel también ha atacado Rafah, lo que ha ocasionado el fallecimiento de personas y daños en las edificaciones. El miércoles, las fuerzas israelíes atacaron un almacén con ayuda en Rafah, un evento en el que murió un trabajador de la ONU, según la Agencia de Naciones Unidas para la población refugiada de Palestina en Oriente Próximo, el mayor grupo de ayuda sobre el terreno en Gaza.
Grupos de asistencia y funcionarios de las Naciones Unidas han advertido que una invasión a Rafah sería catastrófica para la población civil en Gaza, y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, calificó esa posibilidad como un “límite”, aunque añadió que ayudar a Israel a defenderse seguía siendo “crítico.” El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, respondió con su propio límite: “Que el 7 de octubre no vuelva a ocurrir”, dijo, refiriéndose al ataque contra Israel dirigido por Hamás que inició la guerra. Según las autoridades israelíes, murieron unas 1200 personas y alrededor de 240 fueron llevadas como rehenes a Gaza.
Con la promesa de destruir a Hamás, Israel lanzó una campaña de bombardeos y una invasión que, según las autoridades de Salud de Gaza, ha derivado en la muerte de más de 31 mil personas, un número que no distingue entre civiles y combatientes.
A mediados de febrero, un ataque israelí alcanzó la mezquita de Al Hoda, en Rafah, derrumbando su tejado y causando daños importantes al edificio, según informaron los medios de comunicación palestinos y Aaed Abu Hasanein, el líder de oraciones del recinto. No estaba claro el motivo del ataque. Israel ha acusado a Hamás de utilizar edificios civiles, como escuelas y mezquitas, para actividades terroristas, una acusación que Hamás niega.
El ataque inutilizó la mayor parte del edificio, dijo Abu Hasanein.
“Como ven, no queda nada”, dijo. “Todo ha desaparecido”.
Pero la gente sigue rezando en la mezquita, añadió. En el pasillo, la parte menos dañada del edificio, caben unas 150 personas. Ahí, antes, los visitantes dejaban sus zapatos.
“Este es el lugar más seguro, el que no se ha quemado”, dijo Abu Hasanein.