Pero ese método reduccionista ha generado un profundo debate sobre si el caos en Kabul, la capital, era inevitable o es el resultado de no considerar otras opciones que podrían haber generado resultados distintos. La inusual confluencia de dos presidentes de partidos rivales que comparten el mismo objetivo y el mismo enfoque ha llevado a cuestionamientos y acusaciones que durante años serán analizados en libros de historia que aún no se han escrito.
Al plantear la decisión que debía tomar, ya fuese una retirada completa o una escalada interminable, Biden le ha estado diciendo al público que no había opción en absoluto, porque sabía que desde hace mucho tiempo los estadounidenses se habían desencantado con la guerra de Afganistán y estaban a favor de abandonar ese país. El hecho de que Trump forjara un acuerdo de retirada ha permitido que Biden intente compartir la responsabilidad.
“Solo existía la dura realidad de cumplir con el acuerdo para retirar nuestras fuerzas o intensificar el conflicto y enviar miles de soldados estadounidenses más al combate en Afganistán, entrando en la tercera década del conflicto”, dijo Biden mientras los talibanes tomaron el control de Kabul este mes.
Los críticos lo consideran poco sincero o al menos poco imaginativo, argumentando que había alternativas viables, aunque no especialmente satisfactorias, que tal vez nunca habrían llegado a ser una victoria absoluta, pero que podrían haber evitado el desastre que se desarrolla en Kabul y las provincias.
“El gobierno está presentando las opciones de una manera que, en el mejor de los casos, es incompleta”, dijo Meghan O’Sullivan, asesora adjunta de seguridad nacional del presidente George W. Bush que supervisó las primeras etapas de la guerra afgana. “Nadie que yo conociera abogaba por el regreso de decenas de miles de estadounidenses al ‘combate abierto’ con los talibanes”.
En cambio, algunos, incluido el liderazgo militar actual del secretario de Defensa Lloyd Austin y el general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, afirmaron que mantener una fuerza relativamente modesta de tres mil a cuatro mil 500 soldados junto con el uso extensivo de drones y apoyo aéreo cercano podría haber permitido a las fuerzas de seguridad afganas seguir manteniendo a raya a los talibanes sin poner a los estadounidenses en gran riesgo.
El senador Chris Murphy, demócrata de Connecticut, apoya la retirada de Biden. Murphy dijo que quienes defendieron la permanencia de las tropas en Afganistán fueron los que no pudieron ganar la guerra durante dos décadas y presionaron perpetuamente para quedarse a pesar de que “hemos estado perdiendo durante seis u ocho años”.
“Para mí, es el mismo juego”, dijo en una entrevista. “Todo el mundo tiene un plan. Pero he estado trabajando en esto el tiempo suficiente para saber que los planes de todos son” horribles, agregó, usando un improperio. “La realidad es ineludible”.
Biden fue el tercer presidente consecutivo que estaba decidido a terminar la guerra en Afganistán de una vez por todas, la cual ha costado la vida a más de dos mil 400 soldados estadounidenses y a unos 240 mil afganos, con un gasto de hasta dos billones de dólares. Sin embargo, en los últimos años el conflicto se había convertido en una incómoda situación con un impacto mucho menor por parte de Estados Unidos. Después de las reducciones que comenzaron con Obama, se quedó una fracción de las tropas que llegaron a estar en el punto álgido, pero los estrategas militares dijeron que tuvieron un impacto enorme al mantener a las fuerzas de seguridad afganas en la lucha sin participar en tantos combates.
Menos de 100 soldados estadounidenses murieron en combate en Afganistán durante los últimos cinco años, aproximadamente el equivalente a la cantidad de estadounidenses que mueren por covid-19 cada dos horas. Hasta que esta semana el devastador ataque del Estado Islámico Khorasan en el aeropuerto de Kabul ocasionó el fallecimiento de 13 miembros del servicio estadounidense, el ejército no había sufrido muertes en combate desde que se firmó el acuerdo con Trump.
Según el acuerdo de cuatro páginas firmado en febrero de 2020, Trump accedió a retirar a todas las tropas estadounidenses antes del 1 de mayo de 2021, levantar las sanciones e imponer la liberación de cinco mil prisioneros retenidos por el gobierno afgano, que fue dejado fuera de las negociaciones. Los talibanes se comprometieron a no atacar a las tropas estadounidenses durante su salida del país, ni a permitir que los grupos terroristas usen Afganistán como base para atacar a los Estados Unidos.
Si bien los talibanes acordaron hablar con el gobierno afgano, nada en la versión publicada de manera oficial del acuerdo les impidió tomar el país por la fuerza, como finalmente lo hicieron, y volver a imponer su régimen represivo de tortura, asesinato y subyugación de mujeres. Fue un trato tan unilateral que incluso el exasesor de seguridad nacional de Trump, H. R. McMaster, lo llamó un “acuerdo de rendición”.
Tras el acuerdo, Trump redujo las fuerzas estadounidenses en Afganistán de 13 mil a cuatro mil 500. Ansioso por ser el presidente que ponía fin a la guerra, firmó un memorando dirigido al Pentágono en el que le indicaba que retirara todas las fuerzas restantes antes del 15 de enero, antes de que dejara el cargo, pero los asesores lo convencieron de no hacerlo. En cambio, ordenó que la fuerza se redujera a dos mil 500 soldados en sus últimos días, aunque en realidad quedaban unos tres mil 500.
Para Biden, heredar una fuerza tan pequeña en Afganistán significaba que los comandantes se quedaban con muy pocas tropas para responder a una nueva ofensiva de los talibanes contra las fuerzas estadounidenses, lo que estimó sin duda sucedería si desechaba el acuerdo de Trump, lo que le obligaría a enviar de vuelta a miles de tropas más, dijeron los funcionarios.
Los demócratas que trabajaron anteriormente con Biden dicen que ya había tomado su decisión en el tema de Afganistán cuando tomó posesión del cargo en enero, por lo que sus asesores actuales no se resistieron a la idea. Pero los asesores del mandatario insistieron en que, si bien tenía opiniones sólidas, se involucró en un metódico proceso de políticas para probar sus propias suposiciones y explorar alternativas, insistiendo repetidamente en que “no se escatimó ningún esfuerzo”.
Biden asignó a Jake Sullivan, su asesor de seguridad nacional, para que realizara un examen interinstitucional de la política de Afganistán que resultó en 10 reuniones de delegados de departamento, tres reuniones a nivel de gabinete y cuatro reuniones en la Sala de Crisis en las que participó el presidente.
Los asesores dijeron que una serie de evaluaciones de inteligencia que solicitó Biden sobre los vecinos de Afganistán y otros vecinos cercanos resultaron ser muy influyentes; esos informes revelaron que Rusia y China querían que Estados Unidos permaneciera estancado en Afganistán.
Al final del día, dijeron los funcionarios, cada opción eventualmente condujo a una de las dos alternativas finales: salir por completo, como Trump había acordado hacer, o prepararse para una guerra abierta prolongada y más peligrosa con muchas más tropas. Si bien no todos en la sala prefirieron el camino de Biden, los funcionarios sostuvieron que todos fueron escuchados.
En este punto, la suerte está echada. Biden tomó su decisión. Quería ser el presidente que finalizara la guerra más larga de Estados Unidos. Bien o mal, lo ha hecho y en eso no hay término medio.