El conflicto, iniciado en marzo del 2011 con una revuelta popular contra el régimen de Asad, se regionalizó rápidamente antes de internacionalizarse a partir del 2014, contribuyendo a crear así un intrincado caos en el terreno, cuya única víctima es la población civil.
Por un lado, Rusia e Irán apoyan sin reservas al régimen de Damasco, financiera y militarmente, y no parecen dispuestos a dejar caer al presidente Asad.
Por el otro, los países occidentales, las monarquías sunitas del Golfo y Turquía quieren la marcha a corto plazo del presidente sirio, considerado como el verdugo de su propio pueblo, y apadrinan cada uno de ellos diferentes grupos de opositores en el terreno.
Sin embargo, todos ellos, tanto los que apoyan a Damasco como a la oposición, aseguran querer luchar contra los yihadistas del grupo Estado Islámico (EI) y, con este pretexto, bombardean objetivos en Siria.
Todos los actores internacionales subrayan además su compromiso en la búsqueda de una solución política al conflicto y consiguieron ponerse de acuerdo en Viena en noviembre. En diciembre, también acordaron en Naciones Unidas una hoja de ruta para salir de la crisis.
Pero detrás de este esquema relativamente simple, los intereses y las agendas de unos y otros están tan alejados, y los desafíos son tan importantes, que el proceso de Ginebra parece en principio no haber comenzado con buen pie, resume una fuente diplomática europea.
Para Teherán y Moscú, Siria es un asunto crucial por varias razones. “Si Irán pierde Siria, pierde de lejos su principal aliado en Oriente Medio. Si Rusia pierde Siria, será un desaire geopolítico” , indicaba recientemente a la AFP Shashank Joshi, investigador del Royal United Services Institute (RUSI) de Londres.
Teherán, que ha desplegado miles de “consejeros militares” en el terreno en Siria, quiere asegurar su brazo armado en la región, el movimiento chiita libanés Hizbulá, que combate junto a las tropas de Asad.
Siria constituye para Moscú su última posibilidad de influencia y de consolidación en Oriente Medio. Por ello, lanzó en septiembre una intervención militar para bombardear a los “terroristas” , si bien estos ataques aéreos han reforzado en realidad a un régimen en dificultades, cuyo ejército ha recuperado terreno en el norte, el noroeste y el sur.
Oposición con distintos apoyos
Frente a los pesos pesados de Irán y Rusia, el bando occidental y árabe apoya a una oposición que aparece a menudo dispersa.
Estados Unidos renunció en agosto del 2013 a atacar el régimen de Bachar al Asad, acusado de haber perpetrado una “masacre química” en la región de la Guta, en las afueras de Damasco.
El presidente estadounidense, Barack Obama, fue elegido en parte por su promesa de retirar las tropas de la región y su país no tiene intereses vitales en Siria. Washington combate militarmente al EI, apoya a los grupos de oposición moderada, especialmente una fuerza kurda y árabe sunita, pero no considera una prioridad absoluta la marcha de Asad.
Otros miembros de la coalición antiyihadista, como Francia y Reino Unido, sí que cuentan con intereses directos en Siria.
Los atentados en el 2015, reivindicados por los yihadistas del EI, golpearon de lleno París y, junto a Berlín, Londres y toda Europa, también hace frente a la mayor crisis de migrantes en el Viejo Continente, en su mayoría sirios, desde la Segunda Guerra Mundial.
Los países árabes, especialmente Arabia Saudí y Catar, desempeñan un importante papel en el conflicto en Siria, donde luchan contra Irán, su primer y principal rival en la región, apoyando a grupos opositores sirios. Riad y Doha financian precisamente a grupos armados salafistas en Siria.
Y aunque la oposición política y militar ha logrado más o menos unirse en diciembre en Arabia Saudí, el régimen sirio y sus aliados rebaten su representatividad.
Finalmente, Turquía, un país esencial pero débil de la coalición contra los yihadistas, tiene también sus propios intereses. Ankara, acusada durante mucho tiempo de ser indulgente con los combatientes del Estado Islámico, considera a los kurdos como su primera amenaza, pese a que los yihadistas perpetraron en su suelo mortíferos atentados.