Un autor admirado por sus anotaciones para libros que nunca escribió.
Un nombre poco familiar que las grandes mentes no dejaban de mentar.
“Podemos utilizar los escritos de Lichtenberg como la varilla de zahorí más maravillosa: doquiera que él hace una broma, se esconde un problema”, dijo el polímata Goethe.
Schopenhauer lo valoraba como una autoridad filosófica a la par del griego Teofrasto y el francés Michel de Montaigne, y lo declaró Selbstdenker (pensador independiente).
Kant le pasaba su obra para que la revisara. Kierkegaard y Schopenhauer lo citaban a menudo.
Para Nietzsche, quien tendía más al desprecio que al aprecio, era el único escritor alemán que “valía la pena leer una y otra vez”.
Al gigante de la literatura rusa León Tolstói le fascinaba; era uno de los escritores favoritos de Albert Einstein, y Sigmund Freud lo consideraba su predecesor en sus reflexiones sobre el inconsciente y los sueños.
“El ingenio de Lichtenberg es la llama que sólo puede arder en una vela pura“, declaró el filósofo Wittgenstein.
¿Quién fue y qué hizo para que lo tuvieran en tan alta estima?
En pocas palabras, un poco de mucho y espléndidamente.
Depósitos de ideas
Si empezamos por lo ingenioso, este excéntrico delegado de la República de las letras -esa amplia comunidad de intelectuales de Europa y América de los siglos XVII y XVIII- dejó un rico y singular legado.
A lo largo de toda su vida fue registrando “todo, como lo veo o como me lo sugiere mi pensamiento” en cuadernos que no eran sus diarios sino una suerte de depósitos de ideas, repletos de monólogos secretos, reflexiones y ocurrencias, así como anotaciones sobre investigaciones soñadas, reflexiones, citas, cálculos y esbozos de proyectos posibles.
Lo que escribió en esas páginas lo reveló al mundo como un virtuoso del arte de destilar ideas complejas en pocas palabras llamado aforismo, una palabra que él nunca mencionó.
Es difícil escoger entre las miles de observaciones, tan a menudo profundas como graciosas, que deslumbraron a tantas luminarias, pero para darnos una idea (y un gusto), he aquí un puñado de las más breves:
- “No puedo decir si las cosas mejorarán si cambiamos; lo que puedo decir es que deben cambiar si quieren mejorar”.
- “La más peligrosa de todas las falsedades es una verdad ligeramente distorsionada”.
- “Es casi imposible llevar la antorcha de la verdad en medio de una multitud sin chamuscarle la barba de alguien”.
- “A ciertas personas se las llama genios de la misma manera que ciertos insectos reciben el nombre de ciempiés, no porque tengan cien pies, sino porque la mayoría de la gente no puede contar más de 14”.
- “Que el hombre es la criatura más noble también pueden inferirse del hecho de que ninguna otra criatura ha disputado esta afirmación”.
- “Un libro que, por encima de todos los demás en el mundo, debería estar prohibido, es un catálogo de libros prohibidos”.
“Todos somos genios al menos una vez al año…
… Los verdaderos genios sencillamente tienen sus ideas brillantes más a menudo”, dijo además en esos cuadernos que se conocen como Lichtenberg solía llamarlos: sudelbücher, una traducción del inglés waste books (libros basura).
Antaño, era donde se iban apuntando todas las transacciones (compras, ventas, recibos, pagos, etc.) en el momento en el que ocurrían, para luego anotarlas en orden en los libros de las empresas. Se les llamaba así pues una vez copiada la información, no servían para nada más que para la basura.
Las transacciones que Lichtenberg apuntó en sus cuadernos eran las de su alma, y quedaron para siempre en borrador pues aunque alguna vez señaló que había “esparcido semillas de ideas en casi todas las páginas que, si caen en el suelo adecuado, pueden convertirse en capítulos y incluso disertaciones completas”, él nunca los escribió.
Quizás, como dijo el escritor austríaco Karl Krauss, otro de sus admiradores, “alguien que puede escribir aforismos no debería desperdiciar su tiempo en ensayos”.
No obstante, eso que él en ocasiones desestimaba como una colección de “verdades de a centavo” le compró el boleto a la posteridad.
Póstumamente.
Lichtenberg nunca publicó sus aproximadamente 4.000 observaciones que plasmó en nueve volúmenes de sus cuadernos.
La primera edición alemana de su contenido fue publicada a principios del siglo XIX, bajo el título “Observaciones sobre temas diversos”. Las ediciones posteriores se titularon con aquella pintoresca palabra Sudelbücher.
Pero el hecho de que la obra literaria no fuera famosa hasta después de su muerte no quiere decir que no fuera conocido durante su vida, tanto por sus ensayos satíricos como por varias cosas más.
La verdad
Lichtenberg era, profesionalmente, un hombre de ciencia y un académico cuyos cursos en la Universidad de Gotinga eran famosos en toda Europa.
Fue un maestro inmensamente popular, uno de los primeros en entretejer experimentos en sus conferencias de física. Sus clases se llenaban de estudiantes que acudían no sólo para aprender, sino para presenciar, para “escuchar a Lichtenberg”.
Y recibían, más que una lección, una educación, como se transluce en las palabras de agradecimiento de uno de sus más célebres pupilos.
“No se trata simplemente la suma de ideas positivas que pude reunir de lo que me dijo -lo que valoro aún más es la dirección general que flujo de pensamientos tomó bajo su dirección. La verdad en sí misma es preciosa, pero aún más preciosa es la habilidad para encontrarla“, expresó Alexander von Humboldt.
El poeta romántico Novalis también fue su alumno. El físico y químico Alessandro Volta y el matemático Karl Friedrich Gauss asistieron a sus conferencias.
Pero además de ser tan excelente, Lichtenberg era un nativo del Siglo de la Ilustración, encantado por sus sueños, experimentos e ideas.
Estrellas de polvo
Vivió en una era en la que los científicos estaban fascinados por el “fluido eléctrico”, como denominaban la electricidad, y, como muchos, se involucró en experimentos en los que chispas saltaban entre objetos cargados, y se utilizaban todo tipo de aparatos.
Con ellos, descubrió algo que lleva su nombre: las figuras de Lichtenberg.
Tras construir un gran generador electrostático, conocido como electróforo, que medía casi dos metros de diámetro, para estudiar el comportamiento del fluido eléctrico, “mi pequeña habitación todavía estaba cubierta con un finísimo polvo resinoso” que “caía, para mi disgusto, sobre el disco conductor del electróforo”.
Pero cuando colgó el disco del techo notó que el polvo no lo cubría por completo.
“Para mi gran alegría, se fue acumulando formando estrellitas, tenues y pálidas al principio, pero a medida que el polvo se esparció más abundante y enérgicamente, había figuras muy bellas y definidas, no muy diferentes de un diseño grabado.
“A veces aparecían casi innumerables estrellas, vías lácteas y grandes soles“, escribió en “Un nuevo método para investigar la naturaleza y el movimiento del fluido eléctrico”.
Además de descubrirlas, Lichtenberg procedió a “poner un trozo de papel negro untado con un material viscoso sobre las figuras y presioné ligeramente. Pude producir impresiones de las figuras (…)”.
“Este nuevo tipo de tipografía me ha resultado extremadamente satisfactorio” pues, señaló, no tenía “tiempo ni ganas de dibujar las figuras o destruirlas todas”.Al transferir las imágenes dio el primer paso de lo que luego serían los procesos modernos de xerografía e impresión láser. Y la física subyacente que creó las figuras de polvo de Lichtenberg evolucionó hasta convertirse en la ciencia moderna de la física del plasma.
“Por eso soy tan razonable”
Además de físico experimental, Lichtenberg investigó en una amplia variedad de campos, incluidos la geofísica, vulcanología, meteorología, química, astronomía y matemáticas.
Pero, a pesar de chispas de genialidad en varias materias que inspiraron a otras grandes mentes, era un gran procastinador: fue, por ejemplo, probablemente el primero en concebir el globo de hidrógeno, pero, a su pesar, nunca llegó a probarlo.
Dejó sin embargo otras herencias para el mundo venidero: fue él quien introdujo los símbolos + y – en la ciencia de la electricidad.
También quien dedujo que el formato ideal para una hoja de papel era un rectángulo cuyo lado más largo es √2 veces el lado más corto, lo que derivó en la norma ISO internacional métrica para los tamaños de papel que se utiliza ampliamente en todo el mundo, con excepción de EE.UU., Canadá y algunos países latinoamericanos.
En 1799, Lichtenberg, el decimoséptimo, y uno de los cinco que sobrevivieron, de los hijos de un destacado clérigo del movimiento reformista luterano pietismo, murió a los 56 años.
A los 16 años se había desencantado de la religión, aunque no abandonó lo divino: “Doy gracias a Dios mil veces por permitirme ser ateo”.
Durante toda su vida, lo aquejaron dos dolencias: la hipocondría y una malformación de la columna vertebral que lo convirtió en jorobado.
Pero ser poco agraciado físicamente no le impidió tener relaciones amorosas ni le agrió su sentido de humor.
“Mi cabeza está al menos un pie más cerca de mi corazón que en el caso de otros hombres: por eso soy tan razonable”, escribió, y más tarde reflexionó:
“Si el cielo encontrara útil y necesario producir una nueva edición de mí y de mi vida, me gustaría hacer algunas sugerencias no superfluas para la nueva edición, principalmente en relación con el diseño del frontispicio y la forma en que está la obra está ordenada”.