Una cacería de elefantes de Juan Carlos en Botsuana en el 2012, en el peor momento de la crisis económica, o el futuro juicio por delito fiscal a una de sus dos hijas, la infanta Cristina, habían hundido la popularidad de la institución.
Felipe decidió cortar por lo sano y el jueves despojó a su hermana del título de Duquesa de Palma que su padre le había concedido en 1997.
Nada más llegar al trono, el 19 de junio de 2014, el joven rey, de 47 años, había prometido una Corona con “una conducta honesta y transparente.”
Rápidamente ordenó una auditoría de las cuentas de la Casa Real y dictó un código de conducta para sus miembros, al tiempo que se distanciaba de la infanta Cristina y trataba de acercarse a los nuevos sectores de la sociedad española.
“El rey ha dirigido sus mensajes mucho más a los colectivos sociales, a los españoles de a pie, que a los estamentos institucionales”, dice el escritor Fermín Urbiola, experto en temas reales.
Más cercano a la calle
En apenas un año, ha concedido un centenar de audiencias, muchas de ellas a ONG y colectivos como el de los homosexuales, y asistido a más de 140 actos, a los que se suman 15 viajes oficiales, superando con mucho los realizados por su padre en su primer año de reinado.
A ello se unen gestos como que la heredera al trono, la infanta Leonor, de 9 años, hiciera en mayo la primera comunión junto a unas compañeras de clase, como una más, o ver a la reina Letizia paseando con amigas por las calles de Madrid.
Felipe VI “sabe que su monarquía se debe ejercer en la calle en contacto con la realidad del pueblo”, afirma César de la Lama, autor de la primera biografía autorizada de Juan Carlos I.
Su trabajo redundó en un pequeño repunte de la popularidad de la Corona, que obtenía 4,34 puntos sobre 10, según un sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas de abril, frente a 3.72 en el momento de la abdicación de Juan Carlos I.
Pero, todavía no ha conseguido superar la barrera de los cinco puntos por encima de la cual estuvo hasta 2010 y está lejos de los 7 que tenía a mediados de los años 1990.
“La monarquía como institución aún no tiene ese aprobado del que disfrutó durante tantos años”, advierte la periodista experta en la Casa Real Ana Romero, recordando que el monarca, aún “tiene trabajo por hacer.”
En el último año, surgió un nuevo mapa político con dos fuerzas emergentes, Podemos (izquierda antiausteridad) y Ciudadanos (centro-derecha), que piden una regeneración de la democracia y se muestran tibias con la monarquía.
‘Mejora de la democracia’
“A su padre los españoles lo identificaron con la llegada de la democracia y yo creo que Felipe VI debería lograr que los nuevos españoles lo identifiquen con la mejora de la democracia”, comenta Romero.
Su gran objetivo debe ser “asentar la monarquía, que se convierta en algo que forma parte del paisaje, como ocurre en Gran Bretaña”, afirma el articulista Francisco G. Basterra.
Felipe VI cuenta con la baza de que los nuevos líderes políticos “forman parte de su generación”, según Urbiola. E incluso las formaciones más críticas con la Corona están más centradas en la regeneración de la política, que en el debate monarquía-república, añade.
Dentro de un año, “cuando la nueva España que está saliendo de las urnas (las próximas legislativas de finales de año) se estabilice, podremos ver como navega Felipe VI por esas aguas”, advierte Romero.
Durante este primer año, Felipe VI ha buscado también mostrarse como un factor integrador, especialmente frente al auge independentista en Cataluña.
Ha viajado seis veces a la región, donde el 30 de mayo soportó estoicamente la sonora pitada al himno español por aficionados vascos y catalanes en la final de la Copa del Rey entre Barcelona y Athletic de Bilbao.