“Los niños acaban de pasar el trauma de ser separados de sus padres, lloraban fuertemente, y a mí me ordenaron decirles que tendrían que dormir separados y, por política del albergue, no podían tocarse entre ellos”, relata Davidson, también de origen brasileño.
Recuerda muy bien cuando el mayor de estos hermanos, de 16 años, le preguntó que cómo mostrarse “fuerte” mientras sus hermanas, de 10 y 6 años de edad, lloraban desconsoladamente por “no saber dónde estaban sus padres”.
“Fue cuando decidí renunciar y, de alguna manera, hablar para que la gente sepa lo que está pasando”, dice sobre un centro que, en su opinión, no brinda el apoyo psicológico que requieren estos menores y que es operado con personal poco capacitado.
Este trabajador recuerda que parte de su familia también llegó a Estados Unidos como refugiados y por este motivo le había interesado trabajar en este centro y ayudar a los niños migrantes.
Cuando los niños son separados de sus padres en la frontera, estos son entregados al Departamento de Salud y Servicios Humanos, que tiene contrato con 100 albergues en 17 estados, donde actualmente hay más de 11 mil niños.
Uno de ellos es el Estrella del Norte, que hasta esta pasada semana acogía a unos 280 niños y jóvenes, 70 de ellos menores de 13 años.
Davidson considera que la política de “tolerancia cero” anunciada en mayo pasado por la Administración del presidente Donald Trump, y que ha supuesto ya la separación de unos 2 mil niños inmigrantes de sus padres tras ser detenidos en la frontera, tiene un efecto devastador en los menores.
Asegura que estos chicos sufren un “triple trauma”: el primero es dejar su país de origen, después la dura travesía que tienen que enfrentar antes de llegar a Estados Unidos y, por último, el ser separados de sus padres.
Pero a estos problemas hay que añadir, advierte, que el albergue, abierto en 2014 en medio de la oleada de menores no acompañados que llegaron a la frontera sur desde Centroamérica, carece del personal adecuado para atender a los chicos.
“Lo más preocupante es que estos niños no están recibiendo la ayuda y la terapia psicológica que necesitan”, lamenta al comentar que “muchos de los empleados antes trabajaban en restaurantes, en otros lados, y no tienen la experiencia para este tipo de trabajo”.
Este es el panorama que se encuentran los chicos, algunos incluso de 4 y 5 años.
“Al principio solo teníamos jóvenes adolescentes, entre los 12 a 17 años, quienes habían venido por su propia cuenta y sabían lo que podrían enfrentar”, explica Davidson sobre lo que vio en el centro desde que comenzó a trabajar allí en febrero pasado.
Pero, indica, la situación cambió radicalmente en las últimas semanas tras la aplicación de la política de “tolerancia cero” y comenzaron a llegar niños más pequeños.
“Muchos de estos jóvenes que vienen llegando de Guatemala, el español no es ni siquiera su primer idioma, muchos son indígenas que hablan quiche, que hablan man, que hablan Kanjobal, hay como 24 diferentes dialectos que hablan”, explica.
En declaraciones envidas a EFE, Southwest Key asegura que su albergue de Tucson cumple con todas los requisitos establecidos, incluyendo el número de empleados por niños.
“Por los últimos 20 años hemos contratado personal que tiene experiencia cuidando niños o como trabajadores sociales que sirvan de apoyo para el desarrollo de los niños que llegan a nuestras instalaciones”, indicó la compañía texana.