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Escuchó el llamado de Rusia a enlistarse; cinco meses después, estaba muerto

Las promesas de pagos de US$3 mil o US$4 mil al mes resultaron ser un gran incentivo, junto a los llamados al machismo y a la defensa de la patria.

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En una fotografía proporcionada por sus familiares, Ivan Ovlashenko con su exesposa, Valeria Ovlashenka, y su hija, Polina. (Vía The New York Times)

En una fotografía proporcionada por sus familiares, Ivan Ovlashenko con su exesposa, Valeria Ovlashenka, y su hija, Polina. (Vía The New York Times)

El otoño pasado, poco después de ser desplegado a Ucrania, el soldado raso Ivan A. Ovlashenko grabó un video breve de sí mismo en uniforme con camuflaje y un gorro verde olivo, sentado en un bosque con algunas hojas amarillentas, mientras sus compañeros preparaban una ronda de artillería para disparar hacia las líneas ucranianas.

Ovlashenko comentó: “Estoy grabando todo” y sonrió antes de gritar en tono de advertencia: “¡Mortero!”. El fragmento del video tenía la intención de tranquilizar a sus familiares en Rusia de que todo estaba bien tras su cambio repentino a un grupo de artillería en el frente de guerra.

Hasta que ya no fue así.

En septiembre, el presidente ruso, Vladimir Putin, ordenó la movilización de 300.000 hombres para fortalecer las alicaídas defensas rusas en Ucrania. En ese momento, las hordas de hombres que huían de Rusia para evitar ser conscriptos acaparaban la mayor atención. Sin embargo, cientos de miles de rusos como Ovlashenko (obreros de fábricas, electricistas, auxiliares sanitarios, jugadores de baloncesto, conductores de tractores y trabajadores escolares) fueron a la guerra.

Las promesas de pagos de US$3 mil o US$4 mil al mes resultaron ser un gran incentivo, junto a los llamados al machismo y a la defensa de la patria. Ovlashenko les dijo a dos mujeres, su hermana y su exesposa: “¿Qué soy? ¿No soy un hombre? Necesito proteger a mi país, a mi hija”.

En largas entrevistas, las mujeres afirmaron que estaban sorprendidas de cómo Ovlashenko, en gran medida apolítico hasta este momento, de repente comenzó a replicar incesantemente el discurso descabellado del gobierno sobre los planes de Occidente para utilizar a Ucrania como un campo de preparación con el fin de atacar a Rusia. Mencionó que si no combatía en Ucrania, tendría que luchar contra el enemigo en las calles de Bataisk, su ciudad natal, un centro neurálgico para los trenes en las afueras de la ciudad sureña de Rostov del Don.

La movilización modificó el cálculo de la guerra. Ya no era una “operación militar” distante, como el Kremlin todavía la denomina, en la que pelean combatientes por contrato, mercenarios y separatistas ucranianos obligados a enlistarse. De repente, rusos comunes se vieron lanzados a las trincheras.

Ahora, más de cinco meses después, el ritmo al que los muertos y heridos regresan a Rusia está aumentando, los ataúdes de zinc llegan a lugares como Bataisk. Es un patrón que se repite en toda Rusia, incluso cuando los muertos permanecen, en gran medida, ocultos.

Max Trudolyubov, un analista político ruso y columnista de periódicos que reside en Vilna, Lituania, indicó: “Las cifras son secretas. Los movilizados provienen de pueblos pequeños y lugares lejanos. La estrategia es dispersar las pérdidas en todo el país de una manera tan leve como sea posible”.

Funcionarios de inteligencia occidentales estiman que 200 mil militares del bando ruso han perdido la vida o han resultado heridos en la guerra. Entre ellos, más de 16 mil han sido confirmados como muertos en fuentes públicas, según un proyecto conducido de manera conjunta por Mediazona, un medio informativo independiente ruso, el servicio ruso de BBC News e investigadores voluntarios. Aunque el número verdadero es, sin duda, mucho más alto, incluso esa cifra ya supera el saldo oficial de bajas durante la guerra de nueve años de la Unión Soviética en Afganistán.

Entre los fallecidos, están más de  mil 366 reclutas nuevos, según el proyecto. Ovlashenko, de 30 años, es uno de ellos.

Ovlashenko se crio en Bataisk, era descendiente de una larga estirpe de trabajadores ferroviarios y era solo 16 meses más joven que su hermana, Valentina, con quien tenía una relación muy estrecha.

Valentina Strelkova, su nombre de casada, recuerda a su hermano como un niño muy delgado, ágil e intrépido (un acróbata de circo en potencia). Relató que Ovlashenko fue devoto de ella durante toda su vida y que dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo cuando ella lo necesitaba.

Después de que Ovlashenko terminó su servicio militar obligatorio, comenzó a trabajar para Pepsi en mercadotecnia.

Valeria Ovlashenka también trabajaba para Pepsi, en ventas. Cuando ella desdeñó sus intentos de conquista, él dio una fiesta para todo el personal y la recibió con un ramo de flores. En poco tiempo, le pidió matrimonio y al día siguiente ella descubrió que estaba embarazada. Se casaron en marzo de 2017 y su hija, Polina, nació el verano de ese año.

La pareja peleaba con frecuencia, sobre todo, acerca de cómo criar a su hija. Ovlashenka buscaba replicar su propia crianza estricta, mientras que su marido convirtió a Polina en el centro de su vida. Planchaba sus pañales y la acostaba a dormir. Le compraba juguetes y dulces, la llevó a ver el mar y le enseñó a elegir hongos en los profundos bosques del norte. La mamá relató: “Siempre era una fiesta para la niña”.

Se divorciaron después de dos años, pero ninguno salió con otras personas y Ovlashenka siempre mantuvo la esperanza de que se reconciliarían.

Las convocatorias a las movilizaciones del 26 de septiembre llegaron como una sorpresa para su exesposa y hermana, en especial porque Ovlashenko aceptó de inmediato. Su hermana aseguró: “Nunca estuvo interesado o involucrado en noticias políticas”.

A Ovlashenko lo desplegaron, de manera inesperada, a Donetsk tras solo una semana en el campamento, según sus familiares. Durante su servicio militar previo, fue un conductor. En esta ocasión, se le asignó a una unidad de artillería. Los recién movilizados militares no recibieron entrenamiento en el centro apropiado, él les dijo: “Todo lo que aprendí, lo aprendí en el frente de guerra”.

Nunca compartió con exactitud dónde estaba, pero con cada llamada el sonido de armas grandes retumbaba cada vez más fuerte. Lo habitual era que dijera cosas como “Estoy bien”, aunque una vez dejó que la realidad se asomara tras la fachada. Con una voz de terror, le dijo a su hermana: “No puedes imaginar lo que estoy haciendo aquí”. Después, se volvió hermético.

En diciembre, tras sufrir una herida leve por metralla en el hombro, sus llamadas se volvieron más frecuentes y más emocionales. Ovlashenka señaló: “Es como si él hubiera estallado”. Enviaba dinero de manera constante para Polina (para ropa, un árbol de Navidad, el circo y un viaje para esquiar).

No obstante, cuando su exesposa abordó el tema de que la reconciliación, él se echó para atrás y pospusieron la discusión hasta que regresara.

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La víspera de Año Nuevo fue la última vez que su hermana habló con él. Ella expresó: “Estaba muy alegre, de muy buen ánimo, optimista”. El 6 de enero, le habló a su exesposa para preguntar si a Polina le habían gustado sus regalos.

La última señal de vida llegó el 9 de enero. Cuando no podía hablar, enviaba un mensaje de texto con un emoji, como, por ejemplo, una carita sonriente.

A partir del 10 de enero hubo un silencio inquietante. Su hermana marcó todos los números telefónicos desde los que él había marcado, pero nadie sabía nada. Ovlashenko la abrazó en un sueño tan vívido que sintió que fue para decirle adiós.

El 14 de enero, los familiares se enteraron a través de la oficina de reclutamiento militar de Bataisk de que Ovlashenko había muerto cuando artillería de tanque explotó en su trinchera cerca de la ciudad de Makíivka, en Ucrania.

Les dijeron que su cadáver había sido enviado a la cercana Rostov, a la morgue militar principal, pero los militares les dijeron que no lo vieran. La explosión había hecho pedazos su cuerpo y estaban teniendo problemas para identificarlo. La familia tenía la esperanza de que fuera la persona equivocada, pero una huella dactilar confirmó con rapidez que se trataba de él.

No se abrió el ataúd en el funeral que se realizó el 20 de enero. Una guardia de honor realizó disparos al aire en el cementerio fangoso y su padre lanzó un grito: “¡Vanyuk!” (el apodo de su hijo) mientras lo sepultaban, según 161.ru, un periódico regional en línea.

Polina, de 5 años, no asistió al funeral, pero sabía de la guerra. Su madre le dijo en un principio que su padre estaba en un largo viaje de negocios, pero Polina se dio cuenta por las llamadas de que estaba en el frente.

A finales de febrero, los familiares realizaron la ceremonia tradicional para marcar los 40 días desde su muerte. No efectuaron el ritual tradicional de dejar alimentos en su tumba, ya que el sacerdote local recomendó que sería mejor donarlos a familias que los necesitan.

Su hermana aseveró: “Había escogido una vida pacífica, una profesión pacífica, una especialidad no militar. Pero su vida se desintegró por completo de una manera diferente”.

Daños en una zona ucraniana ocupado por los rusos. (. (Foto Prensa Libre: Nicole Tung/The New York Times)