Un año después del inicio de la guerra, y contra todo pronóstico, las brigadas de helicópteros de Ucrania siguen operativas. Todos los días de la semana, varias veces al día, entran en combate contra las fuerzas enemigas, lanzando ataques con cohetes a lo largo de las líneas del frente en apoyo de los soldados en tierra y, en ocasiones, escabulléndose bajo las defensas aéreas rusas para volar en misiones encubiertas en territorio enemigo.
Lejos de quedar fuera de combate en los primeros días de la invasión, los helicópteros y reactores ucranianos han seguido volando, siendo un elemento inspirador y útil del esfuerzo de guerra.
En una oportunidad poco común, la Brigada 18 Sikorsky, la más destacada de las cuatro brigadas de helicópteros de Ucrania, permitió hace poco a los periodistas acceder a una unidad de combate durante dos días. Oficiales y pilotos describieron cómo las brigadas ucranianas trasladaron sus aeronaves al comienzo de la guerra para eludir los ataques rusos y cómo adaptaron sus tácticas a la lucha contra un adversario mucho más poderoso y mejor equipado.
“Vamos donde no debemos ir”, comentó Oleksiy, de 38 años, coronel y comandante adjunto de la brigada. Solo dio su nombre de pila para respetar el protocolo militar. “La tarea principal es destruir al enemigo con fuego”.
En comparación con la guerra terrestre bien documentada en Ucrania, donde los tanques y blindados destruidos han sido tan visibles, se sabe mucho menos sobre la guerra aérea, en parte porque hay menos pruebas fotográficas y de video. Pero los jets rusos atacaron objetivos de manera intensa en las primeras semanas de la guerra y los jets ucranianos y rusos se enfrentaron en numerosas ocasiones en los cielos.
Ambas partes también utilizaron helicópteros para tareas críticas debido a su movilidad. Rusia desembarcó soldados en los primeros días en al menos dos lugares y Ucrania voló en misiones de rescate a la planta asediada de Azovstal en Mariúpol. Sin embargo, los helicópteros también han demostrado su vulnerabilidad cuando los combates se convirtieron principalmente en una guerra de artillería en las llanuras abiertas del este de Ucrania, y las tareas se limitaron a disparar cohetes desde las líneas ucranianas.
Los ucranianos vuelan viejos helicópteros de fabricación rusa —principalmente el Mi-8 y el Mi-24, ambos utilizados como helicópteros de ataque— que fueron diseñados en la Unión Soviética en las décadas de 1960 y 1970.
“Son helicópteros del siglo pasado”, aseguró Oleksiy, que tiene ocho años de experiencia en combate, cinco de ellos en misiones de mantenimiento de la paz en África, conteniendo a grupos guerrilleros. Sus armas, cohetes no guiados de la era soviética, “están muy anticuadas y no cumplen los requisitos del combate moderno”.
Un consuelo para los ucranianos es que sus adversarios rusos pilotan máquinas similares cuyo diseño no ha avanzado mucho en las últimas décadas, pero Rusia tiene una gran ventaja en el volumen de helicópteros y municiones. “La mayoría de sus armas también son de la época soviética”, afirmó Oleksiy, “pero no se puede subestimar el hecho de que tienen mucho de ese metal soviético”.
La abrumadora potencia de fuego rusa ha obligado a los ucranianos a buscar otras formas de luchar.
“Somos más pequeños, así que debemos utilizar un enfoque inteligente”, explicó Roman, de 34 años, uno de los pilotos más experimentados de la brigada 16, que ha sido destinado a la 18, en una entrevista entre vuelos de combate. “Hacemos lo mejor que podemos”.
Eso ha supuesto reciclarse, adaptarse de manera constante a las condiciones y también cierta audacia en sus operaciones. La brigada mantiene sus helicópteros a la vista, en la amplia estepa barrida por la nieve del este de Ucrania, utilizando aeródromos provisionales, desplazándose con frecuencia por seguridad.
Los ucranianos han desarrollado un método de ataque que consiste en volar por debajo de la línea de árboles, a menos de 9 metros del suelo, siguiendo los contornos del terreno a una velocidad de hasta 241 kilómetros por hora. La baja altitud es traicionera, pero evita la detección por radar.
Luego, justo en la línea del frente, ascienden repentinamente para disparar una ráfaga de 30 a 40 cohetes antes de desviarse por donde han venido.
Atacan en parejas, a veces en grupos de cuatro. Pueden disparar sobre posiciones rusas sin volar demasiado cerca de ellas, pero eso pone a prueba a pilotos y máquinas hasta sus límites, y durante peligrosos segundos en el ascenso los expone a los sistemas de defensa antiaérea rusos.
Al acercarse a las líneas enemigas, los jets y helicópteros ucranianos se enfrentan a toda la gama de ataques rusos, desde interferencias radioelectrónicas hasta misiles antiaéreos disparados desde jets y desde tierra.
“Cada operación, cada salida es un vuelo heroico”, señaló Oleksiy. “Muchos de los ejércitos de otros países no emprenderían estos vuelos ante tales contramedidas”.
Un piloto de la Brigada 18, Ivan, de 31 años, fue alcanzado por la defensa antiaérea rusa justo cuando soltaba su carga de cohetes en junio. Recuerda que todo se volvió negro, pero consiguió hacer girar el helicóptero.
“Tienes pensamientos, pero no sientes nada ni ves nada”, comentó al relatar su terrible experiencia en una entrevista. “Comprendes que algo está pasando. Me di cuenta de que era muy probable que me hubieran alcanzado”.
Se estrelló en un bosque lleno de cráteres y humeante por el fuego de los proyectiles. Su copiloto murió, pero Iván y el ingeniero salieron despedidos por la parte delantera de la cabina cuando el aparato estalló en llamas, según relató.
Con una conmoción grave, la cabeza abierta, la columna vertebral fracturada y una pierna rota, consiguió arrastrarse para ir a ver a su ingeniero, que se quejaba de clavículas rotas. Nadando y perdiendo el conocimiento, envió sus coordenadas a su brigada. Bajo el fuego de proyectiles a pocos metros de las posiciones rusas, permanecieron inmóviles cuando un avión de reconocimiento pasó por encima, sin saber de quién era, hasta que los médicos ucranianos los rescataron.
Todas las brigadas de helicópteros ucranianas han perdido hombres y máquinas, aunque la cantidad sigue siendo un secreto militar. Pero su supervivencia y la continuación de sus operaciones un año después de la guerra es un gran éxito, según los analistas militares.
Estos días, la brigada Sikorsky se ha asentado en una rutina practicada. Los pilotos se levantan antes del amanecer, aunque algunos más tarde que otros, bromeó un piloto. La mayoría de los pilotos rechazaron ser entrevistados o pidieron que sus nombres y fotografías no se publicaran por razones de seguridad.
A menudo están en el cielo en la primera misión de combate del día con las primeras luces del día, si el tiempo lo permite, y pueden hacer hasta diez vuelos al día, regresando para repostar, rearmarse y esperar la siguiente tarea. Bebiendo café instantáneo en su cantina la semana pasada, se levantaron al unísono cuando llegó la orden.
“Siempre estamos cerca de nuestros ‘caballos de hierro’”, apuntó Iván, el piloto, que ha vuelto al servicio, pero no volará hasta que se recupere del todo. “Ellos te indican la ubicación y lo que tienes que hacer”.
La formación occidental ha permitido que las tripulaciones tengan más iniciativa a la hora de elegir sus rutas y tácticas, añadió.
Los pilotos siguen confiando en sus capacidades, pero son muy conscientes de sus limitaciones. Un piloto dijo que quería preguntar a los pilotos de la OTAN si llevaban sus helicópteros a tales extremos. Codician las máquinas voladoras occidentales: “Halcones negros”, dijo uno. “Apaches”, replicó otro, “muchos de ellos”.