La aplicación del código de salud de su teléfono —un pase digital que indica posibles exposiciones al coronavirus— estaba en verde, lo que significaba que podía viajar. Su ciudad natal, Changsha, no tenía casos de covid, y Xie no había salido de allí en semanas.
De repente, su aplicación pasó a estar roja, lo que lo marcó como ciudadano de alto riesgo. La seguridad del aeropuerto intentó ponerlo en cuarentena, pero él se resistió. Xie acusó a las autoridades de manipular su código de salud para prohibirle viajar.
“El Partido Comunista Chino ha encontrado el mejor modelo para controlar a la población”, manifestó en diciembre. En enero recién pasado, la policía detuvo a Xie, un crítico del gobierno, tras acusarlo de incitar a la subversión y provocar problemas.
La pandemia le ha dado a Xi Jinping, el máximo líder de China, una poderosa excusa para profundizar la intromisión del Partido Comunista en las vidas de mil 400 millones de ciudadanos. Eso contribuye a su visión del país como un modelo de orden garantizado, en contraste con el “caos de Occidente”. En los dos años transcurridos desde que las autoridades aislaron la ciudad de Wuhan en la primera cuarentena de la pandemia, el gobierno chino ha perfeccionado sus poderes para rastrear y acorralar a la población, respaldado por tecnología mejorada, ejércitos de trabajadores comunitarios y un amplio apoyo público.
Alentadas por sus éxitos en la erradicación del covid, las autoridades chinas están dirigiendo su afinada vigilancia a otros riesgos, como el crimen, la contaminación y las fuerzas políticas “hostiles”. Esto constituye una potente herramienta tecnoautoritaria a disposición de Xi para intensificar sus campañas contra la corrupción y la disidencia.
La base de esos controles es el código de salud. Las autoridades locales, en colaboración con las empresas de tecnología, generan un perfil de usuario basado en la ubicación, el historial de viajes, los resultados de las pruebas de diagnóstico y otros datos de salud. El color del código (verde, amarillo o rojo) determina si el titular tiene autorización para ingresar a edificios o espacios públicos. Su uso se practica entre legiones de funcionarios locales que tienen la autoridad para poner en cuarentena a los residentes o restringir sus movimientos.
Estos controles son clave para el objetivo de China de erradicar el virus por completo dentro de su territorio, una estrategia en la que el partido ha apostado su credibilidad a pesar de la aparición de variantes altamente contagiosas. Tras los errores iniciales de China que permitieron la propagación del coronavirus, su estrategia “cero covid-19” ha ayudado a mantener baja la cantidad de infecciones, mientras que el número de muertes sigue creciendo en Estados Unidos y otros lugares. Pero, en ocasiones, los funcionarios chinos han sido severos. Por ejemplo, han aislado a niños pequeños sin la presencia de sus padres o encarcelado a personas que consideran que han violado las reglas de contención.
Los funcionarios de la ciudad no respondieron a las preguntas sobre las afirmaciones de Xie. Si bien es difícil saber qué es lo que sucede en casos individuales, el propio gobierno ha dejado claro que quiere utilizar estas tecnologías de otras maneras.
Los funcionarios han utilizado los sistemas de vigilancia de la salud creados en torno a la pandemia para encontrar fugitivos. Algunos fugitivos han sido localizados gracias a sus códigos de salud. Otros que lograron evitar las aplicaciones han encontrado tantas dificultades en su vida que han terminado por rendirse.
Sin embargo, a pesar de toda su aparente sofisticación, el sistema de vigilancia de China sigue siendo laborioso. Y aunque la población ha apoyado en general las intrusiones de Pekín durante la pandemia, las preocupaciones por la privacidad están aumentando.
‘Surge un círculo vicioso’
Una epidemia de covid que se extendió por la provincia de Zhejiang, en el este de China, a finales del año pasado, comenzó con un funeral. Cuando uno de los asistentes, un trabajador de la salud, dio positivo en una prueba de rutina, 100 rastreadores pusieron manos a la obra.
En cuestión de horas, los funcionarios alertaron a las autoridades en Hangzhou, a 72 kilómetros de distancia, que un posible portador del coronavirus andaba suelto allí: un hombre que había conducido al funeral días antes. Los trabajadores gubernamentales lo encontraron y le hicieron la prueba. Dio nuevamente positivo.
A través del uso de los registros de códigos de salud digitales, los equipos de rastreadores trazaron una red de personas basándose en los lugares donde había estado el hombre: un restaurante, un salón de mahjong, salas de juegos de cartas. En menos de dos semanas, detuvieron la cadena de infecciones en Hangzhou. En total, se reveló que 29 personas estaban infectadas.
La capacidad de China para rastrear esos brotes ha dependido en gran medida del código de salud. Los residentes se registran en el sistema con el ingreso de su información personal en una de las diversas aplicaciones que existen. El código de salud es en esencia obligatorio, porque sin él, las personas no pueden entrar a edificios, restaurantes o incluso parques. Antes de la pandemia, China ya tenía una enorme capacidad para rastrear personas a través de los datos de ubicación de los teléfonos celulares; ahora, ese monitoreo es mucho más amplio.
En los últimos meses, las autoridades de varias ciudades han ampliado su definición de “contacto cercano” para incluir a las personas cuyas señales de teléfono celular hayan sido registradas a una distancia de hasta 1 kilómetro de una persona infectada.
El experimento del partido de utilizar datos para controlar el flujo de personas ha ayudado a mantener a raya al covid. Ahora, estas mismas herramientas podrían otorgarles a los funcionarios un mayor poder para resolver otros desafíos.
Xi ha elogiado al centro “Cerebro urbano” de Hangzhou —que reúne datos sobre el tráfico, la actividad económica, el uso de hospitales y las quejas públicas— y lo ha posicionado como modelo de la forma en que China puede utilizar la tecnología para atender problemas sociales.
Desde 2020, Hangzhou también ha utilizado cámaras de video en las calles para verificar si los residentes usan cubrebocas. Un distrito monitoreó el consumo de energía en los hogares para ver si los residentes cumplían con las órdenes de cuarentena. La ciudad de Luoyang instaló sensores en las puertas de los residentes que estaban en aislamiento domiciliario, para notificar a las autoridades si las abrían.
Al centrarse en la tecnología y la vigilancia, las autoridades chinas podrían estar dejando de lado otras formas de proteger vidas, como ampliar la participación en programas de salud pública, escribió Chen Yun, una académica de la Universidad de Fudan en Shanghái, en una evaluación reciente de la respuesta de China al covid.
El riesgo, escribió, es que “surja un círculo vicioso: la población sea cada vez más marginada, mientras que la tecnología y el poder penetran cada vez más todos los aspectos de la vida”.
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‘Disponible en todo momento’
Durante más de una década, el Partido Comunista ha estado reforzando a sus ejércitos de funcionarios de base que realizan vigilancia de casa en casa. El nuevo aparato digital del partido ha potenciado esta antigua forma de control.
Según los medios estatales, China ha movilizado a 4.5 millones de los denominados “trabajadores de la red” para combatir el brote, cerca de 1 de cada 250 adultos. Bajo el sistema de gestión de red, las ciudades, los pueblos y las aldeas se dividen en secciones, a veces conformadas por unas pocas cuadras, que luego son asignadas a trabajadores individuales.
En tiempos normales, sus deberes incluían quitar la maleza, mediar disputas y vigilar a posibles alborotadores.
En medio de la pandemia, esos deberes se multiplicaron.
A los trabajadores les asignaron la tarea de custodiar los complejos residenciales y registrar las identidades de todas las personas que ingresaban. También comenzaron a llamar a los residentes para asegurarse de que se habían realizado pruebas y aplicado la vacuna, y a ayudar a los que cumplían cuarentenas a sacar su basura.
También recibieron poderosas nuevas herramientas.
El gobierno central le ha ordenado a la policía, así como a las compañías telefónicas y de internet, que compartan información sobre el historial de viajes de los residentes con los trabajadores comunitarios, para que puedan decidir si dichos residentes deben ser considerados de alto riesgo.
En un condado de la provincia suroccidental de Sichuan, las filas de trabajadores de la red se triplicaron a más de 300 en el transcurso de la pandemia, relató Pan Xiyu, una de las nuevas trabajadoras contratadas. Pan, quien es responsable de unos dos mil residentes, afirma que pasa gran parte de su tiempo distribuyendo folletos e instalando altavoces para explicar las nuevas reglas y fomentar la vacunación.
Puede ser agotador. “Tengo que estar disponible en todo momento”, comentó.
La presión por mitigar los brotes puede hacer que los funcionarios tomen medidas extremas y le den prioridad al cumplimiento de las reglas sin importar el costo.
Durante el confinamiento en Xi’an, los trabajadores de un hospital le negaron atención médica a una mujer que tenía ocho meses de embarazo porque el resultado de su prueba de covid había expirado horas antes. La mujer perdió al bebé, y el episodio desencadenó la indignación pública. Sin embargo, algunos culparon a la pesada carga impuesta sobre los trabajadores de bajo nivel para acabar con las infecciones.
“Desde su punto de vista, siempre será preferible ser intransigente que ser demasiado blando, pero ese es el resultado de la presión creada por el entorno en la actualidad”, dijo Li Naitang, trabajador retirado en Xi’an, sobre los funcionarios locales.
Sin embargo, para los defensores de las estrictas medidas de China, los resultados son innegables. El país ha registrado solo 3.3 muertes por coronavirus por cada millón de habitantes, en comparación con cerca de dos mil 600 por cada millón en Estados Unidos. A mediados de enero las autoridades de Xi’an anunciaron cero nuevas infecciones; la semana pasada, el cierre de la ciudad se suspendió por completo.
El éxito del gobierno en el control de las infecciones se ha traducido en que su estrategia haya obtenido algo que ha resultado difícil de alcanzar en muchos otros países: un amplio apoyo público.
Pan afirma que su trabajo es más fácil ahora que al comienzo de la pandemia. En aquel momento, los residentes a menudo discutían cuando se les pedía escanear sus códigos de salud o utilizar cubrebocas. Ahora, dice, las personas han aceptado las medidas sanitarias.
Las autoridades han promovido abiertamente el uso de las medidas de control del virus en formas no relacionadas con la pandemia. En la región de Guangxi, en el sur de China, un juez notó que el recuento sobre los residentes locales por parte de los trabajadores de la red era “más detallado que el censo”. Eso le dio una idea.
“¿Por qué no aprovechamos esta oportunidad para que los trabajadores de la red epidémica encuentren personas que antes no podíamos encontrar, o envíen citaciones a lugares a los que antes nos era difícil llegar?”, se preguntó, según una noticia local. Como resultado, 18 citaciones fueron entregadas con éxito.
Los gobiernos locales de China han intentado asegurarle a la población que no abusarán de los datos de su código de salud. El gobierno central también ha emitido regulaciones en las que promete proteger la privacidad de los datos. Pero muchos chinos asumen que las autoridades pueden adquirir cualquier información que deseen, sin importar las reglas.
Zan Aizong, experiodista de Hangzhou, afirma que la expansión de la vigilancia podría facilitar aún más que las autoridades neutralicen las actividades de los disidentes. Se ha negado a usar el código de salud, pero le resulta complicado explicar su razonamiento a los trabajadores en los puestos de control.
“No puedo decirles la verdad, que me resisto a usar el código de salud porque estoy en contra de la vigilancia”, relató, “porque si menciono que es un acto de resistencia, pensarán que es una ridiculez”.