En el nuevo texto se subraya que “la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona, y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo”.
En la modificación se señala que “durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común”.
En la versión antigua del Catecismo no se excluía la pena de muerte “si ésta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas”.
El cambio se debe a que, según el nuevo texto, “hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves” y “se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado”.
“En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente”, se justifica en el nuevo texto.
El cambio, datado el 1 de agosto de 2018, entrará en vigor con su publicación en el diario oficial, L’Osservatore Vaticano, y en el “Acta Apostolicae Sedis”, que recoge los textos oficiales de la Santa Sede.
Para presentar la modificación del Catecismo, libro doctrinal que recoge las bases del Catolicismo, Ladaria dirigió una carta a los obispos de todo el mundo en la que subraya que el nuevo desarrollo “descansa principalmente en la conciencia cada vez más clara en la Iglesia del respeto que se debe a toda vida humana”.
“Si de hecho la situación política y social del pasado hacía de la pena de la muerte un instrumento aceptable para la tutela del bien común, hoy es cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera luego de haber cometido crímenes muy graves”, señala el cardenal español.
Décadas de batalla
La decisión del Papa argentino llega tras décadas de batalla de varios pontífices contra la pena de capital, comenzando por Pablo VI a mediados del siglo XX.
Basado en el principio de que la condena a muerte es una ofensa a la vida, el papa Juan Pablo II hizo un fuerte llamado a favor de la abolición en Estados Unidos en 1999, país donde aún es vigente, tras tildarla de “cruel e inútil”.
Fue justamente Juan Pablo II, quien a través de un “motu proprio”, una ley papal, emanada en febrero del 2001, decidió suprimirla de forma definitiva como ley vaticana.
Fiel a esa línea, el papa Francisco pidió a inicios del 2016 a los gobernantes de los países que aún aplican la pena de muerte de suspender las ejecuciones durante ese año por respeto al Jubileo Santo de la Misericordia.
La mayoría de los países predominantemente católicos de todo el mundo han abolido o suspendido las ejecuciones judiciales y en muchas ocasiones el Vaticano y el papa han intercedido para que Estados Unidos suspenda ejecuciones.
Francisco en varios discursos e intervenciones públicas, como en el histórico discurso en el Congreso de Estados Unidos en septiembre de 2015, ha abogado por la abolición de la pena de muerte.
Según datos del 2017 de la organización humanitaria Amnistía Internacional se registraron 993 ejecuciones en 23 países, con una reducción del 4% con respecto al 2016.
La mayoría de las ejecuciones tuvieron lugar en China, Irán, Arabia Saudí, Irak y Pakistán, por este orden.
Al terminar 2017, un total de 142 países (más de dos tercios) habían abolido por ley o en la práctica la pena capital.
Estados Unidos sigue siendo el único país de la región de las Américas que llevó a cabo ejecuciones (23) y dictó 41 condenas a muerte.
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