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Y es que el templo vaticano poco o nada se pareció al del pasado en una fecha festiva tan señalada como esta, en la que se conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret, una de las misas más importantes del año litúrgico.
En esta ocasión el papa estuvo acompañado por sus concelebrantes y por unos ciento cincuenta fieles, religiosos, religiosas y residentes del Estado pontificio, todos separados y con mascarillas.
UNA MISA ESPECIAL
Esta solemne ceremonia desde hace varios años no se celebra a medianoche pero en esta ocasión ha tenido que ser adelantada aún más, en dos horas y media, a las 19.30 locales, para respetar el toque de queda nocturno impuesto en toda Italia.
La misa comenzó con el anuncio del nacimiento con la lectura del antiguo texto de las “Kalendas” y luego Francisco descubrió una imagen del Niño Jesús ya situada a un lado del altar y le besó la rodilla.
Además la eucaristía, retransmitida también en lenguaje de signos, transcurrió en el altar de la cátedra de San Pedro, en el ábside del templo, y no en el papal, que se encuentra en el centro de la basílica, bajo el imponente baldaquino de Bernini.
Fuera, la plaza de San Pedro aparecía espectral en esta nublada jornada romana, iluminada eso sí por el árbol y el Portal de Belén pero solo poblada por unas patrullas de policía encargadas de la seguridad y de vigilar el cumplimiento de las normas.
EL VIRUS QUE ROBÓ LA NAVIDAD
Y es que el coronavirus ha marcado el año del pontífice, que se ha sometido a varias pruebas en los últimos meses y algunos de cuyos colaboradores enfermaban.
Esta misa del Gallo da inicio a una celebración de la Navidad del todo inusual, debido a las restricciones impuestas por la pandemia y en la que no habrá actos con miles de fieles como siempre.
Esto debido a que el Gobierno italiano confinó a su población durante los días grandes de estas fiestas y sus vísperas y solo se permite salir de casa por razones de necesidad.
En la mañana del 25 de diciembre Francisco leerá su mensaje de Navidad e impartirá la bendición “Urbi et Orbi”, dirigido “a la ciudad y al mundo”, dentro del Palacio Apostólico y no desde el balcón de la logia central de la basílica de San Pedro.
Queda por saber si decidirá asomarse a esta balconada para una bendición silenciosa ante una Roma confinada, como hizo el pasado 27 de marzo, cuando bendijo al mundo ante una plaza vacía, oscura y lluviosa, en los peores momentos de la crisis sanitaria.
Los Ángelus del 26 y 27 de enero, así como los del 1, 3 y 6 de enero de 2021, tendrán lugar en la biblioteca del Palacio Apostólico ya que Italia seguirá confinada.
Mientras que en el último día del año celebrará las primeras vísperas y el Te Deum en acción de gracias del año que concluye de nuevo en una desierta basílica vaticana.
En cualquier caso el pontífice argentino ha invitado a pensar que estas restricciones pueden servir para descubrir el verdadero sentido de la Navidad más allá del consumismo.
LA NAVIDAD, UN PERIODO DE RENACIMIENTO
En su homilía el pontífice explicó que la Navidad es un periodo que permite a los fieles “nacer interiormente de nuevo” y por eso lanzó un mensaje de fraternidad y religiosidad, citando incluso a la poetisa estadounidense Emily Dickinson.
“Hoy Dios asombra y nos dice a cada uno: ‘Tú eres una maravilla’. Hermana, hermano, no te desanimes ¿Estás tentado de sentirte fuera de lugar? Dios te dice: ‘No, ¡tú eres mi hijo!”, animó, a pesar de “la ingratitud” del hombre y de las injusticias.
Francisco se preguntó por qué el mesías nació de noche, pobre y rechazado, sin un alojamiento digno: “Para hacernos entender hasta qué punto ama nuestra condición humana: hasta el punto de tocar con su amor concreto nuestra peor miseria”, sostuvo.
Por esa razón este periodo de renovación espiritual se antepone a la conducta de los hombres de nuestro tiempo que “hambrientos de entretenimiento, éxito y mundanidad” alimentan sus vidas “con comidas que no sacian y dejan un vacío dentro”.
Porque las personas, dijo, “hablamos mucho, pero a menudo somos analfabetos de bondad”.
“Es verdad: insaciables de poseer, nos lanzamos a tantos pesebres de vanidad, olvidando el pesebre de Belén. Ese pesebre, pobre en todo y rico de amor, nos enseña que el alimento de la vida es dejarse amar por Dios y amar a los demás”, apuntó.
Así, llamó a atender a las necesidades del prójimo: “Su amor indefenso, que nos desarma, nos recuerda que el tiempo que tenemos no es para autocompadecernos, sino para consolar las lágrimas de los que sufren”.