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El enfrentamiento con Colombia da pistas de cómo sería la política exterior de Trump

Estados Unidos suspendió los aumentos de aranceles antes de que ocurrieran, y Rubio dijo que las restricciones de visado a los líderes colombianos se mantendrían hasta que los aviones aterrizaran.

Familias colombianas llegan a su país deportadas de EE. UU. tras acuerdo entre el presidente Gustavo Petro y Washington. (Foto Prensa Libre: AFP)

Familias colombianas llegan a su país deportadas de EE. UU. tras acuerdo entre el presidente Gustavo Petro y Washington. (Foto Prensa Libre: AFP)

Sin reuniones en la Sala de Crisis, ni informes de políticas públicas, ni llamadas discretas para desescalar una disputa con un aliado. Solo amenazas, contraamenazas, y un indicio de lo que el presidente puede estar planeando, desde Groenlandia hasta el canal de Panamá.

Al final, solo hicieron falta unas 12 horas para que el primer enfrentamiento directo del presidente Donald Trump con uno de los aliados más cercanos de Estados Unidos en Latinoamérica —un exabrupto sobre el rechazo en pleno vuelo por parte de Colombia de los vuelos militares estadounidenses para devolver inmigrantes indocumentados— desembocara en una retirada completa por parte del blanco de las amenazas de Trump.

No era una competencia en realidad. Colombia depende de Estados Unidos en más de una cuarta parte de sus exportaciones. Y aunque los detalles de la disputa, a solo seis días de iniciada la presidencia de Trump, probablemente queden pronto en el olvido, la rápida amenaza de Trump de imponer aranceles aplastantes y la rápida rendición del presidente Gustavo Petro probablemente animen a Trump a contemplar cómo utilizar la misma arma contra nuevos objetivos.

No hay ningún misterio sobre a quién tiene en mente: Dinamarca, cuyo primer ministro le dijo que Groenlandia no estaba en venta durante una acalorada conversación llena de improperios hace casi dos semanas, y Panamá, donde se supone que el Secretario de Estado Marco Rubio aterrizará en unos días para exigirle que devuelva el control del canal de Panamá a Estados Unidos, el país que lo construyó hace 120 años.

No hay ningún misterio sobre a quién tiene en la mira: Dinamarca, cuya primera ministra le dijo que Groenlandia no estaba en venta durante una acalorada conversación llena de improperios hace casi dos semanas, y Panamá, donde se espera que el Secretario de Estado Marco Rubio aterrice en unos días para exigir la devolución del control del canal a Estados Unidos, el país que lo construyó hace 120 años.

Bienvenidos a la era de lo que Fred Kempe, presidente del Atlantic Council, un centro de ideas en Washington, caracterizó el fin de semana como la era de “más mercantilismo, menos libre comercio y más fanfarronería de gran potencia”.

La debacle diplomática del domingo con Colombia tuvo elementos de los tres. Pero también resultó aleccionadora sobre cómo se toman las decisiones de política exterior en la Casa Blanca de Trump: no hubo documentos de políticas públicas, ni reuniones en la Sala de Crisis para sopesar opciones, ni conversaciones sobre una misión discreta para desescalar las tensiones con un aliado cuya cooperación Estados Unidos necesita en una variedad de problemas. En una presidencia ordinaria, fuera el presidente demócrata o republicano, así sería como se resolvería una disputa sobre colombianos retornados, deportados por estar ilegalmente en Estados Unidos.

En este caso, quizá no había mucha necesidad de debate interno: Colombia no es China, ni Rusia, ni siquiera Corea del Norte e Irán, países todos ellos que disponen de medios para contraatacar a Estados Unidos o sus intereses. Por tanto, era un objetivo fácil y un lugar relativamente libre de costos para que Trump expusiera su visión sobre el uso del poder estadounidense.

Trump contraatacó en Truth Social —donde publica pronunciamientos antes de que los difunda la oficina de prensa de la Casa Blanca (que se pone al día citando las publicaciones de Truth Social)— exigiendo que Petro se apartara de su camino o iba a ver cómo aplastaría su economía. Prometió imponer de inmediato aranceles del 25 por ciento a las exportaciones colombianas, lo que obviamente afectaría a las industrias del crudo, el carbón y el café. Los aranceles se duplicarían si Petro no cedía en el asunto en el plazo de una semana, dijo Trump. Por si fuera poco, calificó al presidente colombiano de “socialista”, algo que Petro admitiría libremente.

Lo que ocurrió a continuación fue fascinante: Petro contraatacó brevemente, anunciando sus propios aranceles a las importaciones estadounidenses y acusando a Trump de tratar de derrocar a su gobierno elegido democráticamente. “A usted no le gusta nuestra libertad, vale”, escribió Petro. “Yo no estrecho mi mano con esclavistas blancos”.

Aquí había mucha historia, por supuesto. Hace 122 años, Estados Unidos apoyó una revolución panameña contra Colombia, sabiendo que eso aceleraría el camino hacia la construcción del canal. Es una época de la que Trump sigue hablando con nostalgia.

Al parecer, Petro analizó sus posibilidades de salir victorioso de este conflicto y decidió que eran nulas. Y pronto decidió que lo mejor era apartarse del camino de Trump. Su Ministerio de Relaciones Exteriores anunció que los vuelos militares podían reanudarse. Hubo más palabras sobre brindar un trato digno a los pasajeros, pero claramente eso no era exigible. Estados Unidos suspendió los aumentos de aranceles antes de que ocurrieran, y Rubio dijo que las restricciones de visado a los líderes colombianos se mantendrían hasta que los aviones de hecho aterrizaran.

Así que cuando terminó el día, no era mucho lo que había cambiado. Petro había rechazado algunos vuelos, Trump había amenazado con represalias, Petro se había retirado, y el statu quo se había reanudado en su mayor parte.

Pero para cualquiera que trate de averiguar cuáles serán los próximos movimientos por parte del gobierno de Trump, hubo muchos indicadores en este exabrupto sobre hacia dónde pueden dirigirse las cosas.

Empecemos por Dinamarca, cuya primera ministra, Mette Frederiksen, mantuvo una tensa y agresiva conversación con Trump apenas cinco días antes de su toma de posesión. Tras escuchar su amenaza de que él podría utilizar la coerción militar o económica para salirse con la suya en Groenlandia y el canal de Panamá, ella comenzó con ideas sobre cómo Estados Unidos podría ampliar su presencia militar actual en Groenlandia —hay una base de la Fuerza Espacial allí— y ayudar a explotar sus considerables recursos minerales. Trump no estaba interesado en la cooperación; quería controlar, tal vez adueñarse, y parecía feliz de alentar un movimiento en Groenlandia para buscar la independencia de Dinamarca a fin de conseguirlo.

Fue un intercambio notable. Dinamarca es, después de todo, un aliado de la OTAN, y en el último mes Trump ha hablado de utilizar todos los elementos del poder estadounidense —económico y militar— para alcanzar el objetivo de obligarla a ceder territorio. Si alguna vez hubo un ejemplo de cómo Trump no está interesado en mantener el “orden basado en reglas” posterior a la Segunda Guerra Mundial y sustituirlo por una política de superpotencia, fue este.

Dinamarca “habría estado ansiosa por negociar con los estadounidenses sobre derechos de base, desarrollo de recursos, coordinación de seguridad en el Ártico y cualquier otra cosa que el gobierno de Trump quisiera”, escribió el lunes por la mañana Ian Bremmer, que dirige la consultora Eurasia Group. “Ahora es más probable que Groenlandia vote a favor de la independencia en un próximo referéndum, creando su propio acuerdo de seguridad con los estadounidenses, socavando críticamente nuestras relaciones con Dinamarca y, con ella, el Bloque Nórdico”.

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Y luego está Panamá, que se prepara para recibir a Rubio. Por lo general, la primera visita de un secretario de Estado consiste en reafirmar alianzas y el deseo de años de cooperación. Es probable que la llegada de Rubio incluya algo de eso y la exigencia de que se elimine el Tratado del canal de Panamá y se vuelva a lo que Theodore Roosevelt tenía en mente en 1903: el control estadounidense.

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