Un agitado baile a ritmo de samba que toca en vivo una banda desde lo alto de un camión que sirve de escenario, mueve en la calle a un caleidoscopio conformado por miles de piratas, vikingos, gatos, conejos, payasos, cavernícolas, faraones, bebés, insectos, mariposas, es mucha, mucha piel.
Las mujeres con diminutos pantalones y los hombres sin camisa o con camisetas sin mangas, pueden sumar unos dos millones de brazos desnudos y otro tanto de piernas de donde elegir, es un buen menú para cualquier mosquito.
- Vea abajo la GALERÍA de la fiesta de carnaval de Río.
Pese a la preocupación internacional sobre la posible relación, aún no probada, entre el zika y el incremento de bebés con microcefalia o la posibilidad de que la picadura provoque un trastorno neurológico poco frecuente y potencialmente mortal, el temor parecía ser tan mínimo como la ropa.
“No tengo miedo”, dice Cristiane Ruiz, de 30 años, con pantalones cortos de mezclilla y la parte superior de un bikini de color naranja que cubre muy poco.
“No creo que una zona de la ciudad como ésta sea buena para los mosquitos, porque no hay mucha vegetación” apunta mientras observa a su alrededor los altos edificios y las calles bordeadas por palmeras.
Al igual que muchos de los entrevistados, esta mujer dice que no se ha molestado con cargar un repelente de insectos. Los ocupados vendedores ofrecen cerveza, agua helada y hasta disfraces a la multitud, pero ninguno parece tener repelente de insectos.
Los mosquitos pican a los pobres
La creencia de que el zika pueda provocar microcefalia – es decir cráneos anormalmente pequeños – en los recién nacidos de madres infectadas, ha impulsado a varios gobiernos a advertir a las mujeres embarazadas que eviten viajar a gran parte de América Latina.
La Organización Mundial de la Salud ha declarado una emergencia, aunque sin confirmar todavía los temores de que el virus también pueda ser transmisible a través del semen, la sangre e incluso la saliva.
En el epicentro del zika, Brasil está luchando contra los mosquitos de forma simultánea a sus insistencias en que los turistas no enfrentan un peligro real, ya sea durante el Carnaval o cuando vengan a Río en seis meses para los Juegos Olímpicos.
Las autoridades dicen que están erradicando el agua estancada donde se reproducen los mosquitos, fumigando estadios y aconsejan a los atletas y aficionados a usar ropa de manga larga, cerrar ventanas y aplicarse repelente.
Pero en la fiesta callejera en el centro de Río – sólo una de las múltiples que tienen lugar a lo largo de la ciudad este sábado- Luiz Marinho, de 51 años, expresa convencido que la guerra contra los mosquitos no se extiende a los barrios menos glamorosos.
“Aquí, en el centro el alcalde hace todo lo necesario. Es perfecto. No hay agua por aquí, no hay basura. Habrá basura después de esta fiesta, pero es asfalto y sólo con accionar la manguera podrán dejar limpio el lugar”, dice Marinho, que trabaja en un hospital público y lleva un chaleco de lunares.
En las favelas de Río, donde los pobres viven apretados en calles estrechas con pocos servicios públicos, “tenemos los verdaderos lugares de reproducción de los mosquitos” , agrega. “Tenemos agua estancada alrededor e incluso sin un alcantarillado básico”.
“Usted no va a ser picado aquí” , interviene alegre su esposa Valeria Marinho, de 43 años, que luce una minifalda con los mismos lunares.
“Tal vez alguien aquí tenga una piscina donde podrían estar los mosquitos” , riposta su marido.
Bésame sin preocupaciones
A pesar del flujo de alcohol, el calor y la multitud, la gran fiesta de Bola Preta no tuvo mayores incidentes. Los informes de televisión señalan apenas un puñado de peleas o intentos de robo. Cuando un hombre fue detenido después de ser perseguido por la policía, los agentes fueron aplaudidos por la multitud.
Cuando el cortejo de camiones que transportan la banda que toca en vivo, el sistema de sonido masivo y un grupo de bailarines, la multitud estalla en un frenesí de baile, saltos y movimientos al unísono.
Hasta los gigantescos vehículos empiezan a temblar al ritmo de los latidos. La buena onda, no deja lugar a preocupaciones, manifiesta Felipe Nazaret, un trabajador bancario de 22 años de edad, apenas vestido con una malla.
Cuando le preguntaron si se había puesto repelente, sacude la cabeza y suelta la risa citando una famosa línea de una canción de samba que dice: “El que me protege, nunca duerme”.