Todo inició precisamente cuando el 31 de diciembre del 2019 la Oficina de la Organización Mundial de la Salud en China fue informada de varios casos de “neumonía de etiología desconocida” que habían sido detectados en la ciudad de Wuhan, en la provincia de Hubei.
Para el 3 de enero, las autoridades del país habían notificado un total de 44 pacientes con la neumonía. De esos casos, 11 eran de enfermos graves, y 33 en situación estable. Estos datos habrían salido a la luz dos días después de que el mercado del que surgieron los contagios había sido cerrado por saneamiento y desinfección ambiental.
El 9 de enero del 2020, el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades identificó que los cuadros de infección eran causados por un nuevo coronavirus. Identificada la situación, para finales de ese mes se habían detectado más de 9 mil 700 casos en China y otros 106 en 19 países.
Fue así como el Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró el brote como una emergencia de salud pública de importancia internacional, misma que llevó por nombre SARS–CoV–2 o covid-19.
De manera consecutiva, debido a los flujos y el contacto entre las personas alrededor del mundo, los casos se expandieron y hasta el 31 de diciembre de 2021 se han detectado más de 287 millones de contagios después de aquella neumonía extraña que detonó en Wuhan.
En Guatemala, el primer caso de covid-19 fue detectado el 13 de marzo del 2020 y desde entonces se han registrado cerca de 628 mil contagios. Tanto en el país como en el resto del mundo, los estragos del coronavirus han sido críticos y han terminado por modificar los planos de salud, sociales y económicos.
Según un informe publicado en marzo del 2021 por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la saturación de los sistemas públicos de atención de salud alrededor del mundo ha obstaculizado el acceso a la atención médica por otras enfermedades distintas del covid–19, tanto físicas como mentales, incluido el acceso de las mujeres a los servicios de salud sexual y reproductiva.
El informe apunta que las repercusiones sanitarias de la pandemia “han demostrado la importancia de contar con un sistema de atención de la salud público y universal que sea robusto y se base en el principio de la solidaridad y la protección de todos, independientemente de la capacidad de pago de la persona”.
Aunque en la actualidad hay diversidad de vacunas alrededor del mundo, lo cierto es que su acceso también se ha visto complicado dados los obstáculos en los sistemas de salud de muchos países.
Uno de los aspectos importantes de la pandemia por covid-19 y relacionado al bienestar humano tiene que ver con la salud mental. La ONU ha subrayado una falta de invesiones en la promoción, prevención y atención de las enfermedades mentales, lo cual ha “impedido ofrecer
respuestas suficientes a las enormes necesidades”.
Un reporte publicado por el Banco Mundial estimó que para 2020, año en el que el covid-19 tuvo más impactos, la economía mundial se iba a reducir a un 5,2%.
Los datos del Banco Mundial también revelaron que los efectos de esta pandemia llevaron a que se comprendiera en términos económicos como “la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial, y la primera vez desde 1870 en que tantas economías experimentarían una disminución del producto per cápita”.
Por otro lado, el Fondo Monetario Internacional advirtió que esta crisis llevó a una disminución del casi 5% del producto interior bruto mundial.
La firma Deloitte también apuntó que el covid-19 podía afectar en cuanto a los trastornos en la cadena de suministro. Los impactos financieros se han podido ver durante los dos últimos años en recortes laborales masivos.
Otras instancias del mundo como la Iglesia Católica han invitado a buscar la positividad más allá de todos los hechos que no pueden negarse. Así lo ha abordado Alessio Pecorario del del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral del Vaticano en una entrevista a Vatican News:
“Hemos asistido a una explosión de solidaridad, por lo que podemos observar el “contagio” de la solidaridad, que a menudo ha sido más viral que covid. Pensemos en las organizaciones sin ánimo de lucro del sector sanitario que se han acercado a las públicas haciéndose cargo de pacientes que padecen enfermedades no covid y que no tenían acceso a tratamiento, o en las empresas del sector alimentario que han ofrecido descuentos”, dijo el especialista.
Asimismo, agregó que era imposible no caer en una simplificación de una mala política y una buena sociedad civil. “Nuestra experiencia nos enseña que es precisamente de la cooperación de los actores solidarios que nace el bien común”, agregó.