Con discursos corrosivos que bailan al son de las frustraciones e inseguridades de los estadounidenses en un mundo en mutación, se convirtió en la voz del cambio para millones de ellos.
Y ha hecho explotar el partido republicano, incapaz de comprender a sus electores y aun desconcertado sobre cómo responder al huracán Trump.
Antes de lanzar su campaña en junio del 2015, el empresario era sobre todo conocido por su inmensa fortuna, por sus hoteles de lujo, campos de golf y casinos que llevan su nombre, sus divorcios de revista y por ser el animador estrella del programa de telerrealidad El Aprendiz.
Todo eso lo hizo una cara conocida en los hogares estadounidenses.
Pero demostró ser un formidable animal político, el millonario héroe improbable de la clase trabajadora, prometiendo “devolver a Estados Unidos su grandeza”.
Imprevisible
Se atreve a decir de todo, realmente de todo. Denuncia un sistema político “manipulado”, acusa a funcionarios de “corruptos” y en su opinión los medios “envenenan el espíritu de los estadounidenses”.
Ofrece soluciones simples a problemas complejos: para detener la inmigración clandestina quiere construir un muro en la frontera mexicana, pagado por México.
Habla de expulsar a los 11 millones de indocumentados, en su mayoría latinoamericanos. Y promete devolver empleos a Estados Unidos renegociando acuerdos comerciales internacionales.
Para prevenir ataques, defiende la prohibición de entrada al país de inmigrantes provenientes de naciones con “una historia probada de terrorismo”, luego de haber dicho que rechazaría a todos los musulmanes.
Es arrogante, carismático, rudo y a veces simpático. Y a pesar de que se contradice y se muestra, como en los tres debates presidenciales, sus seguidores quieren creer en él.
Provocador
Trump -que desembolsó US$56 millones de fondos propios para financiar su campaña- parece incorruptible frente Hillary Clinton, cercana a Wall Street y a veces odiada. Trump la apodó Hillary, la Tramposa.
Durante la campaña, insultó a mujeres, musulmanes, latinos, y alienó a los afrodescendientes.
Siempre provocador, se ha negado a decir que reconocerá los resultados del 8 de noviembre, sea cuales sean.
Al margen de su perfil político, su vida privada está envuelta en lujos. Su esposa Melania, una exmodelo eslovena de 46 años, se ocupa de criar a Barron, el hijo de ambos que ahora tiene 10 años, lejos de los focos y la atención pública.
La pareja vive en un penthouse triple en la cúspide la torre Trump en Manhattan -un verdadero mini Versalles- y se desplaza en un Boeing 757 privado, con su apellido estampado en letras gigantes, el mismo que suele servir de fondo en sus mítines.
Sus hijos mayores, Ivanka, Donald Jr, Eric et Tiffany, son sus principales pilares. Todos se han involucrado al máximo en la campaña de su padre, a quien han defendido hasta la saciedad.
Con su característica tenue y rubia melena, impecablemente vestido, fascina y horroriza a la vez.
Miente tanto y sobre tantos temas, que los verificadores de hechos perdieron la cuenta.
Cuando una decena de mujeres lo acusaron de besos robados y gestos sexuales inapropiados, las tachó a todas de mentirosas.
Trayectoria
No es precisamente un ideólogo: fue demócrata hasta 1987, luego republicano (1987-1999), miembro del partido de la Reforma (1999-2001), demócrata otra vez (2001-2009) y nuevamente republicano.
Nacido en Nueva York, es el cuarto de cinco hijos de un promotor inmobiliario neoyorquino. Temprano fue enviado a una escuela militar para intentar calmar su temperamento volcánico.
Tras estudiar negocios, se unió a la empresa familiar. Su padre lo ayudó con lo que Trump denominó “un pequeño préstamos de un millón de dólares”.
Tomó el control del negocio familiar en 1971 e impuso su sello. Si su padre construía apartamentos para la clase media, él prefirió las torres de lujo, los hoteles-casinos y los campos de golf, de Manhattan a Bombay.
Además, es un apasionado del espectáculo: le encanta la lucha libre y hasta el 2015 fue copropietario de los concursos Miss Universo y Miss USA. Del 2004 al 2015 animó El Aprendiz, programa que fue seguido por decenas de millones de telespectadores.
En su carrera, promovió y fue objeto de decenas de demandas civiles liadas a sus negocios.
Se negó a publicar sus declaraciones de impuestos -una tradición para los candidatos a la Casa Blanca- y reconoció a regañadientes que no había pagado impuestos federales durante años, luego de haber declarado una pérdida colosal de US$916 millones en 1995.
“Eso me hace una persona inteligente”, dijo.
Trump dice que tiene un programa “fenomenal” para sus primeros 100 días.
Pocos lo creen. Durante la campaña ha demostrado ser su peor enemigo, metiendo regularmente la pata con declaraciones sensacionalistas o con tuits sorprendentemente inmaduros.