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Del desprecio al respeto: Cómo evolucionó el legado de Carter tras su presidencia

Si bien la presidencia de Carter no fue trascendental, ahora muchos historiadores la analizan con mayor benevolencia.

Un retrato de Jimmy Carter, junto al libro de condolencias, en el Capitolio, durante el funeral del expresidente. (Foto Prensa Libre: AFP)

Un retrato de Jimmy Carter, junto al libro de condolencias, en el Capitolio, durante el funeral del expresidente. (Foto Prensa Libre: AFP)

Jimmy Carter dejó el cargo en 1981 como uno de los presidentes más impopulares de los tiempos modernos, perdió la reelección y al parecer estaba condenado a ser recordado para la posteridad como un comandante en jefe fracasado con poco que mostrar de sus cuatro años de mandato.

“La Historia lo tratará con mayor amabilidad que el pueblo estadounidense el 4 de noviembre”, declaró entonces Clark Clifford, quien fue consejero de presidentes y uno de los llamados sabios de Washington. Luego, tras suavizar el golpe, añadió la cuchillada: “Pero su presidencia no tuvo nada de trascendental, nada realmente destacable”.

No obstante, tras la muerte de Carter el domingo, más de 40 años después, la primera parte del juicio de Clifford parecía más evidente. Si bien la presidencia de Carter no fue trascendental, ahora muchos historiadores la analizan con mayor benevolencia , una reevaluación motivada no solo por lo que hizo en el cargo, sino por lo que hizo después de dejarlo. Los republicanos siguen considerando a Carter un monumento al fracaso, sigue siendo una línea de ataque contra demócratas, al igual que el presidente Joe Biden. Pero las pasiones de la década de 1970 se han enfriado y la reputación del 39.º presidente se ha visto favorecida en cierta medida por las tribulaciones de quienes le siguieron en el Despacho Oval.

Carter no ha escalado posiciones en el panteón de los grandes presidentes, ni mucho menos, pero tampoco está relegado a los últimos puestos. En las encuestas realizadas a historiadores por el Siena College, Carter pasó del puesto 33 en 1982, poco después de abandonar la Casa Blanca, al 24 en 2022. Ahora que media docena de presidentes forman parte de las evaluaciones, eso significa que Carter, quien fue juzgado mejor que otros seis presidentes hace cuatro décadas, es considerado superior a otros 21 presidentes en la actualidad.

“La mayoría de los ciudadanos admitirán que después de salir de la Casa Blanca su vida fue admirable, repleta de buenas obras, pero de inmediato añadirán que su presidencia fue un fracaso”, comentó Kai Bird, autor de “The Outlier”, una nueva mirada a la presidencia de Carter publicada en 2021. “Los historiadores de los últimos años no estarían de acuerdo. De hecho, su presidencia fue bastante relevante”.

Carter negoció la paz entre Israel y Egipto en Camp David, estableció relaciones diplomáticas formales con China y consiguió la ratificación de los tratados que transferían a Panamá el control del Canal de Panamá. Intentó que el país superara los traumas de la década anterior, con el indulto a los evasores de la guerra de Vietnam e inició las reformas posteriores a Watergate.

Creó los departamentos de educación y energía y abordó la política energética de un modo que prefiguró algunas cuestiones relacionadas con los combustibles fósiles y el cambio climático que ahora dominan el debate nacional. Nombró presidente de la Reserva Federal a Paul Volcker, que acabó controlando la inflación, e inició la desregulación de las industrias y la expansión militar que más tarde definieron la presidencia de Ronald Reagan.

Claro está que nada de eso eclipsa los contratiempos de su mandato: la conmoción económica, las largas filas para cargar gasolina, el llamado malestar que diagnosticó en la sociedad estadounidense o, por supuesto, la crisis de los rehenes iraníes que dominó los últimos 444 días de su presidencia. Durante años fue el hazmerreír de la televisión nocturna y un paria en las convenciones demócratas, el modelo que los sucesores demócratas esperaban evitar.

Pero una serie de libros y películas recientes ofrecen una imagen más compleja a una nueva generación sin recuerdos de primera mano de aquella época, incluido el relato de Kai, “His Very Best” de Jonathan Alter en 2020 y “President Carter”, el libro de 2018 de Stuart Eizenstat, antiguo asesor de Carter en política interior. Coincidiendo con esos volúmenes se estrenaron un par de películas, “Carterland”, en 2021, de Will y Jim Pattiz, dos jóvenes directores nacidos una década después de la presidencia de Carter, y “Jimmy Carter: Rock & Roll President”, el entretenido documental de Mary Wharton que se estrenó en 2020 y que analiza su relación con músicos como Willie Nelson, Bob Dylan y los Allman Brothers.

En medio de esa reevaluación, el público también ha adoptado una actitud más generosa. En una encuesta de Gallup del año pasado, el 57 por ciento de los estadounidenses dijo que aprobaba la forma en que Carter gestionó su presidencia, contra un 36 por ciento que dijo desaprobarla. Eso lo posiciona más o menos al mismo nivel que Bill Clinton (58 por ciento) y George W. Bush (57 por ciento), y por delante de Donald Trump (46 por ciento).

El revisionismo histórico de expresidentes es habitual, por supuesto. A Dwight Eisenhower se le solía tachar de jugador de golf afable pero perezoso, hasta que el libro de Fred Greenstein de 1982 “The Hidden-Hand Presidency” describió a un actor más astuto que movía los hilos tras bambalinas. Del mismo modo, al terminar su presidencia, Harry Truman era bastante impopular, pero fue rehabilitado por la magistral biografía de 1992 de David McCullough, del mismo modo que Ron Chernow reformó la opinión sobre Ulysses Grant con su biografía de 2017.

En cambio, presidentes estadounidenses antaño icónicos han perdido lustre en los últimos años. Thomas Jefferson y Andrew Jackson, los venerados primeros titanes del Partido Demócrata, han caído en desgracia al centrarse más la atención en su condición de propietarios de esclavos. Woodrow Wilson, el eterno héroe de los idealistas progresistas, es cada vez más recordado por su apoyo a la segregación y la represión de la disidencia, como se ilustra en el libro de Adam Hochschild de 2022, “American Midnight”.

Los funerales suelen ser un momento para limar las aristas más duras de los legados presidenciales. Cuando Gerald Ford murió en 2006, muchos críticos habían cambiado de opinión sobre él, coincidiendo en que, después de todo, hizo bien en indultar a Richard Nixon para que el país superara el Watergate. Cuando murió George H. W. Bush, muchos dijeron que quizá era el presidente de un solo mandato con más éxito por su liderazgo al final de la Guerra Fría.

Quizá el más sorprendente fue Nixon, que pasó los 20 años posteriores a su destitución esforzándose por restaurar su legado con una serie de libros de política exterior que recordaban al mundo sus logros diplomáticos. Cuando murió en 1994, se le concedió una forma de absolución en su funeral nada menos que por Clinton, un demócrata cuya esposa había trabajado en el comité de la Cámara de Representantes que investigaba el Watergate. “Que llegue a su fin el día en que se juzgue al presidente Nixon por algo menos que toda su vida y su carrera”, declaró Clinton.

Trump también ha ayudado a algunos presidentes. Reagan y el joven Bush, ambos detestados por los liberales durante años, han sido citados a menudo con más aprobación por los demócratas que por los republicanos en los últimos años como contrastes de Trump.

Carter, quien murió a los 100 años, tuvo más tiempo para reconfigurar la percepción pública que cualquiera de sus predecesores, ya que vivió más que todos los expresidentes de la historia estadounidense. Su labor tras dejar la presidencia en materia de derechos humanos, resolución de conflictos, supervisión de elecciones y control de enfermedades, además de las casas que construyó para Hábitat para la Humanidad, recordaron a los estadounidenses lo que admiraban de él más que lo que no.

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“Jimmy Carter se presentó a la presidencia como un personaje ajeno a la política, y cuando dejó el cargo, volvió a ese mismo estatus”, afirmó Lawrence Wright, autor de “Thirteen Days in September”, sobre los acuerdos de Camp David. “Vivía con sencillez, en su casa de Plains, Georgia, y daba clases en la escuela dominical de la Iglesia Bautista Maranatha. Su largo historial de compromiso público ha fomentado una opinión mucho más favorable de su presidencia”.

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