Recordó la choza que había construido una vez mientras vivía en una comuna. Así que ató madera al techo de su vehículo y condujo hacia uno de los barrancos de la Ciudad para construir otra: una caja de madera —de 2.40 metros por 1 metro— sellada con una barrera de vapor y rellena con suficiente aislamiento para mantenerla caliente en las noches que bajaban a hasta menos 20 grados centígrados. Puso una ventana para tener luz y colocó detectores de humo y monóxido de carbono. Luego pegó un recado que decía: “Cualquiera puede quedarse aquí”.
Desde entonces, Seivwright, de 28 años, ha construido unos 100 refugios similares con un equipo de 40 voluntarios y más de 200 mil dólares en donativos. Los ha trasladado a parques de todo Toronto.
Los burócratas locales los tacharon de inseguros y les pegaron avisos de invasión de propiedad y desalojo a muchos de ellos. Le entregaron a Seivwright un requerimiento judicial que le ordenaba que dejara de colocar las estructuras en terrenos municipales.
Pero para quienes viven en ellos, los refugios son cuartitos de su propiedad. “Este hombre es un héroe”, dijo Domenico Saxida, quien vive en un parque del Centro.
Un domingo reciente, más de 200 personas se reunieron para protestar por los avisos de desalojo.
“Resulta cada vez más caro para la gente vivir aquí”, dijo Seivwright a la multitud. “Es como si todos estuviéramos en una fila, esperando ser expulsados. Y todos los que se quedan afuera aquí están al final de esa fila”.
Seivwright ha experimentado lo que es no tener un hogar, aunque más como un experimento que como resultado de la mala fortuna. En el 2017, montó una tienda de campaña en un parque del área de Vancouver. Durante cinco meses aprendió cómo se sentía quedarse dormido preocupado por los coyotes. Se inspiró en el experimento de Henry David Thoreau de afrontar “sólo los hechos esenciales de la vida” al mudarse a una cabaña de troncos en el bosque, como se documenta en el libro de 1854 “Walden”.
Seivwright creció en una cooperativa de viviendas en las afueras de Toronto, el hijo de enmedio de inmigrantes jamaiquinos. Su padre, un electricista, empezó a llevarlo a obras de construcción cuando tenía 12 años. Después de la preparatoria, encontró un empleo armando estructuras de casas. A los pocos años, dirigía su propia cuadrilla.
Después de su segundo refugio, Seivwright se dedicó siete días a la semana al proyecto. Inició una petición instando a la Ciudad a no retirar los refugios, esfuerzo que ha recibido alrededor de 100 mil firmas. Hasta ahora, los políticos no han sido persuadidos. Incendios en los refugios, uno de los cuales resultó fatal, han endurecido su oposición. En octubre, un juez dictaminó que la Ciudad tenía derecho a retirar los campamentos.
Ana Bailão, vicealcaldesa de Toronto, dijo que la Ciudad tenía en construcción 2 mil 40 unidades de viviendas a precios económicos y miles más aprobadas, un aumento considerable respecto a años anteriores, pero eso casi no hace mella en la lista de espera de más de 80 mil viviendas sociales de la Ciudad.
A Seivwright le preocupa que una vez que los parques se queden vacíos, se olvide la conversación sobre viviendas al alcance del bolsillo. Ha contratado abogados para pelear la orden judicial. Mientras espera, ha dejado de hacer refugios.
2021 The New York Times