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Canonización de monseñor Óscar Romero: 5 anécdotas personales del “santo de América”

<em>*Este artículo fue publicado en 2010 y BBC Mundo lo recupera con motivo de la canonización de monseñor Óscar Romero este domingo en el Vaticano.</em>

Romero era conocido por denunciar en diferentes ocasiones la desigualdad e injusticia de la que eran víctimas los pobres en El Salvador. Foto: Getty Images

Romero era conocido por denunciar en diferentes ocasiones la desigualdad e injusticia de la que eran víctimas los pobres en El Salvador. Foto: Getty Images

Un amigo divertido, un jefe estricto, una figura del pueblo, un sacerdote resuelto o un líder preocupado: cinco personas que conocieron de cerca al Arzobispo de San Salvador Óscar Arnulfo Romero -de cuyo asesinato han pasado casi 40 años- relatan a BBC Mundo los diferentes aspectos del lado personal del hombre que hoy es un mito y que este domingo será canonizado en el Vaticano.

“Ayúdame”

Ricardo Urioste fue asistente personal de Oscar Romero durante sus años como arzobispo. Pero inicialmente consideraba que Romero pertenecía al ala más conservadora de la Iglesia Católica.

Pero con una palabra, Romero lo convenció para que se sumara a su equipo.

“Fui al seminario, toqué el timbre y quien me abrió la puerta fue monseñor Romero. Por supuesto, lo saludé, pero él me respondió con una sola palabra: ‘Ayúdame’. Pero me lo dijo con tal humildad, con tal sinceridad”, cuenta Urioste.

  Además, no tardó mucho en darse cuenta de que Romero se sentía cercano al pueblo salvadoreño.
“Me acuerdo una ocasión cuando preguntó algo a los ‘cerebros’ del arzobispado, a los que consideraba más inteligentes, y ellos le respondían. Él sólo tomaba notas. Después de una hora y media, terminó la reunión y él bajó las escaleras del seminario.

Había un hombre pidiendo limosna. Y monseñor Romero se le acercó. ¿Y qué hizo? Le preguntó a ese hombre lo mismo que nos había preguntado a nosotros durante la reunión. Y lo que entendí en esa actitud es que él quería escuchar a la iglesia de la calle.”

  Los aguacates y las botas militares

En 1980, la hermana Luz Isabel Cueva vivía en el Hospital La Divina Providencia, donde también residía Romero y donde encontró su trágico final en marzo de 1980.

  Pero esta religiosa mexicana también recuerda con cariño los momentos divertidos de la convivencia con Romero.
“Una mañana él vino al desayuno y dijo: ‘Pensé que hoy no me despertaría; pensé que era mi última noche. Porque escuché fuertes pasos, como de botas militares, en el techo de mi casa'”, recuerda Cueva.

“Y dijo: ‘Aquí tengo las pruebas’. Todos pensábamos que nos iba mostrar balas o algo. Pero después, sacó de sus bolsillos dos aguacates y dijo: ‘Éstas son las pruebas’. Porque tenía un árbol de aguacates que crecía al lado de su casa y los aguacates caían sobre el techo haciendo un ruido similar al de las botas militares…”

“Preocupado”

Patricia Morales era una adolescente cuando pudo ver, en primera persona, el tormento que afectaba al arzobispo en plena convulsión política de El Salvador.

“Mi hermana y yo lo vimos dos días antes de su muerte, en el lugar adonde fue asesinado, la capilla. Nosotros fuimos a una boda allí. Y después de la boda, cuando salimos, lo vimos.”

“Estaba caminando por el rosedal, vestido de blanco. Nosotras éramos adolescentes, y dijimos: ‘Mira, monseñor Romero, vamos a saludarlo, está solo’ Y nos acercamos y le dijimos: ‘Hola, ¿cómo está?’ Y respondió con una sola palabra: ‘Preocupado’. Fue muy amable, pero dijo sólo eso: ‘Preocupado'”.

“No tenemos miedo”

A sus 93 años, Francisca Gutiérrez, una campesina de la zona norte de El Salvador, recuerda el día que Monseñor Romero fue a visitar su pueblo, Los Sitios Arriba.

Dado que se pensaba que la zona era un bastión de la guerrilla, un cordón militar intentó detener el paso del arzobispo ese día de 1979.

Pero Francisca y otros habitantes se acercaron a donde habían detenido a Romero. Y empezaron a cantar.

“Mi hijo me decía ‘cállate mamá, esas son canciones de protesta’. Pero yo cantaba: ‘No tenemos miedo, no tenemos miedo’. Así fue. Y al final lo dejaron pasar. Tuvimos un hermoso día con él. Fue la última vez que vino”.

“Relojito”

Salvador Barraza fue durante años el chofer personal de Romero. Lo acompañaba en sus visitas pastorales a todo el país e incluso al extranjero.

Barraza dice que eran amigos y se divertían mucho, pero que la disciplina de Romero se hacía notar.

“Monseñor Romero era relojito, muy puntual y yo era todo lo contrario. Una vez teníamos que ir creo a Guatemala y él, a las cinco de la mañana, ya estaba listo. Y yo tranquilo, en la cama, bien dormido. Mi sobrina me tocó la puerta y me dijo: ‘¡Ahí está Monseñor!’… Entonces me vestí y salí corriendo.

Y cuando íbamos llegando a una gasolinera en Santa Ana, me dijo: ‘Vé a lavarte, si sólo te vestiste y saliste’. Era muy estricto y muy exacto”, recuerda Barraza.

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