Los delitos ocurrieron durante décadas, entre los años 1950 y 2017, pero se descubrieron recientemente.
BBC NEWS MUNDO
Tysfjord, el pueblo en Noruega donde viven sólo dos mil personas y hay más de 150 casos de abuso sexual
151 casos de abuso sexual, incluyendo violación de menores. Ese es el recuento oficial de las autoridades noruegas en una población de dos mil habitantes de Tysfjord, en el norte del círculo Ártico.
¿Cómo es posible que estos crímenes sexuales serios no hayan sido denunciados antes?
Nina Iversen se considera una persona que habla. Y muchas veces contó lo que le ocurrió en Tysfjord, donde creció.
“Siempre hablé sobre eso. Cuando tenía 14 años, pensé: ‘Escribiré un libro sobre estos abusos; voy a detenerlos’. Pero, por supuesto, no pude”.
En su adolescencia, ella y sus amigas se confesaban mutuamente sobre las vejaciones que habían sufrido, pero los adultos no las escuchaban.
“Nos llamaban prostitutas y mentirosas. A muchas de nosotras incluso nos escupían (como amenaza) si tratábamos de hablar de eso”, recuerda.
Los abusadores de Iversen eran sus parientes, así que de niña vivió la vida familiar en un perpetuo estado de terror.
Ahora, a los 49 años, ya no vive en Tysfjord, pero aún no se siente segura.
Ciudad dividida
Tysfjord es una comunidad remota dominada por un fiordo de 900 metros de profundidad.
Y está dividida en dos: una parte, Drag, se encuentra en la orilla occidental y la otra, Kjopsvik, en la oriental. Y están conectadas por un ferry.
Aproximadamente la mitad de las personas que viven allí pertenecen a la comunidad indígena Sami, los habitantes originarios de Escandinavia, que se encuentran en territorio de Noruega, Suecia, Finlandia y Rusia.
Pero los Sami representan alrededor de dos tercios de las 83 víctimas y 92 perpetradores identificados en el informe policial sobre abuso sexual.
La discriminación y el racismo tuvieron un impacto en cómo se desarrolló la historia.
En 2005, Nina Iversen ya era madre. Preocupada por sus hijos y por la amenaza que representaba para ellos el abuso sexual, se puso en contacto con los servicios de protección infantil.
Allí habló nuevamente sobre sus propias experiencias.
“Se lo dije a todos”, cuenta. “Pero para ser escuchada, debes tener los antecedentes adecuados. Alguien como yo, que proviene de una familia pobre, termina siendo ignorado”.
No era la única
Iversen no fue la única en tratar de llamar la atención de las autoridades.
En 2007, en un intento desesperado, los padres de un niño Sami que había sido abusado sexualmente le escribieron una carta al primer ministro pidiendo ayuda.
La misiva llegó a los medios de comunicación y la gente esperaba una reacción.
En ese momento, Anna Kuoljok, una diácono de la Iglesia noruega, y su esposo Ingar, un abogado, ambos Sami, estaban en contacto con 20 familias cuyos hijos habían sufrido abusos.
La pareja habló en reuniones públicas a las que asistieron políticos locales, trabajadores de la salud, la Policía y otras autoridades.
“Pensaron que no podía ser cierto, había tantos casos, eso es lo que nos dijeron”, recuerda Anna. “Pensaron que estábamos mintiendo”.
“Simplemente no estaban cómodos con este tipo de historias”, afirma Ingar. “No sabían cómo manejarlo”.
“El alcalde de Tysfjord, Tor Asgeir Johansen, también recuerda esas reuniones, pero tiene una explicación diferente de lo que salió mal.
“No entendían las cosas porque las personas no las contaban”, asegura refiriéndose a las víctimas.
“La comunidad no es la Policía, no podemos buscar en los hogares de las personas. La gente debe venir a nosotros y pedir ayuda”.
Denunciar el abuso sexual es difícil para muchas víctimas, independientemente de su herencia cultural.
Pero en Tysfjord había un mayor rechazo a hacerlo. En muchos casos los Sami no confiaban en la Policía o en las autoridades.
Al mismo tiempo, Nina Iversen intentaba contar su historia, pero no fue escuchada.
Las divisiones étnicas se vieron agravadas por la geografía y la política.
La aldea Drag, en el oeste, era mayoritariamente Sami, mientras que la mayoría de las autoridades noruegas se encontraban en el pueblo de Kjopsvik, en el este.
habría que esperar casi otra década para que la historia del abuso apareciera en la Prensa.
Esos años fueron difíciles y solitarios para Nina Iversen.
Estaba deprimida y publicó un poema sobre abuso sexual en Facebook, escribiendo enojada ‘TYSFJORD’ en mayúsculas.
Otra mujer local con experiencias similares a la de Iversen lo vio y se puso en contacto. Dijo que estaba hablando con dos periodistas independientes. Y luego la pelota comenzó a rodar.
Nina se contactó con otras víctimas que conocía, incluidas mujeres de su familia.
El 11 de junio de 2016, el periódico nacional Verdens Gang publicó un artículo sobre el abuso sexual en Tysfjord basado en el testimonio de 11 víctimas: mujeres y hombres.
Reacción inmediata
Tone Vangen, jefe del distrito de policía de Nordland, estaba en su casa ese sábado cuando se enteró por la Prensa.
“Esto era realmente serio. Tuvimos que ponerlo en el tope de nuestra lista de prioridades. El objetivo principal era evitar nuevos casos de abuso sexual en Tysfjord”.
Vangen les pidió a todos los que habían sido víctimas de abuso sexual, aunque hubiese sido hacía mucho tiempo, que se presentaran a declarar.
“Incluso si el Estatuto de Limitaciones sobre delitos significaba que no podíamos llevar el caso a los tribunales, queríamos tomarlo en serio y hacer frente al problema. Pero no nos dimos cuenta de lo grande que era”.
El agente de policía Aslak Finvik comenzó a contactarse con gente de la comunidad Sami y crear confianza para que se animaran a hablar.
“Fue complicado”, recuerda. “Había muchas cosas que la Policía desconocía: lazos familiares, religión… Y en la cultura Sami hay elementos de la época precristiana. La gente cree en la curación y que un chamán puede tener poder sobre alguien al leer su dolor”.
“Se sentían avergonzados de hablar de ello porque, desde el punto de vista de Noruega, no podemos entenderlo, pero fue muy importante para los Sami lo que hicimos”.
Ese procedimiento dio lugar a la primera acusación formal en el caso Tysfjord: un hombre que abusó de mujeres diciendo que tenía el poder de sanar y ahuyentar los espíritus malignos durante las sesiones de “tratamiento”. Fue sentenciado a cinco años y medio de prisión.
¿Cuestión cultural?
Para 2016 los abusadores de Nina Iversen estaban muertos, por lo que nunca vería que se hiciera justicia en los tribunales.
Sin embargo, ella estaba muy feliz de colaborar con la Policía.
Mientras tanto, en las semanas posteriores a que se publicara su historia, unas 40 víctimas buscaron ayuda del médico local, Fred Andersen. El más joven tenía 10 años, el mayor, 80.
“Tuvimos que darles mucho apoyo médico y psiquiátrico”, dice.
“Era una carga muy pesada. Los jóvenes sobrevivirán y saldrán de esto con nuevas fuerzas y autoestima. Pero los ancianos, y los de 50 o 60 que están desempleados con problemas psiquiátricos, sufren”.
Inevitablemente surgieron preguntas sobre por qué son los Sami los que aparecen mayormente en esta historia de abuso.
Pero Lars Magne Andreassen, director de Arran, el centro de la comunidad Sami en Drag, se resiste a dar una explicación cultural.
“Tenemos que ser autocríticos. Pero eso no significa que nosotros como pueblo tenemos la culpa. Podemos comparar lo que sucedió aquí, en Tysfjord, con el movimiento #MeToo. ¿Por qué las mujeres más poderosas en el mundo se callaron? ¿Deberíamos culparlas? Por supuesto que no. Tuvieron buenas razones para no hablar, temían algo”, explica.
Sin justicia
Más de mil personas entre víctimas, testigos y abusadores fueron entrevistadas por la Policía en el curso de su investigación.
Pero de los 151 casos documentados en Tysfjord, solo un puñado irá a los tribunales porque en la mayoría de los casos transcurrió el tiempo límite para el enjuiciamiento.
Esto significa que muchos supuestos abusadores sexuales todavía viven en esta comunidad pequeña y unida.
No hace mucho, Nina Iversen incluso pensó en regresar a Tysfjord. Una tarde fue y echó un vistazo al pueblo de Kjopsvik. Mientras estaba allí, vio a tres personas que habían sido acusadas de abuso frente a las puertas de la escuela primaria local.
“Había niños caminando a sus casas desde el colegio, mientras esta gente deambulaba. Era horrible”, dice.
El trabajo del agente Aslak Finvik consiste en monitorear a estos hombres y a algunas mujeres.
“A todos aquellos con quienes hemos hablado, Samis y noruegos, les contamos lo que sabemos sobre ellos. Les pedimos que no se pongan en contacto con las víctimas. Si lo hacen, podemos enjuiciarlos”, advierte.
Los Sami en Noruega
- Cerca de 60 mil personas Sami viven en Noruega.
- Muchos de los residentes Sami llegaron a Tysfjord en las décadas de 1960 y 1970, desde áreas remotas de la provincia del país.
- En ese momento el Gobierno intentó “norueguizar” a los Sami. Los niños de familias de esta comunidad solían ser educados para que hablen sólo en noruego.
- Solo las personas con nombres noruegos podían comprar propiedades, y solo aquellos que podían hablar noruego podían comprar tierras.
Cultura inclusiva
En Tysfjord, parece que todos conocen a alguien afectado por esta historia: un sobreviviente, un perpetrador.
En su papel de diácono en la Iglesia noruega, Anna Kuoljok organiza reuniones en una pequeña iglesia tradicional Sami en Drag.
“Hablamos sobre los sentimientos y cómo manejarlos. Hay tanto dolor y enojo”, afirma.
Pero rechazar a los abusadores no es una opción.
La cultura Sami es inclusiva, y su creencia se basa en un círculo de vida que abarca a Dios, a las personas, a los animales y a la naturaleza.
“Entonces debemos encontrar una manera de convivir, porque todos están en este círculo de la vida”, asegura.
Cuando se publicó el informe de las autoridades en noviembre de 2017, el jefe de policía Tone Vangen se disculpó con los pobladores de Tysfjord.
“El trabajo que la Policía hizo hasta junio de 2016 no fue lo suficientemente bueno”, afirma. “Estos crímenes afectaron a mucha gente durante mucho tiempo”.
Poco a poco, la confianza vuelve a aparecer en Tysfjord.
Se está impartiendo capacitación sobre la protección infantil y el gobierno de Noruega está financiando proyectos para promover la cohesión y crear resiliencia.
En la actualidad, tanto los Sami como los noruegos participan juntos en eventos comunitarios: un concierto que celebró la música y la cultura Sami contó con la asistencia de 700 personas a principios de este mes.
El alcalde también ha visto otro cambio.
“En general, las personas son mucho más amables entre sí, se cuidan más que antes”, dice.
Las revelaciones cobraron un alto precio en una comunidad vulnerable. Dejaron una estela de familias fracturadas, vidas rotas y al menos dos suicidios.
La experiencia de Nina Iversen estuvo enredada en esa sombría historia durante décadas, y hoy sale a la luz como una de las primeras 11 supervivientes que contó su historia. Siente que la vida finalmente se está moviendo en la dirección correcta.
“Hoy puedo decir que estoy orgullosa de lo que hicimos. Ahora están escuchando. Estamos yendo hacia un lugar, la gente nos cree”.