Tenía granadas colgando del uniforme, armas en el cinturón. Era verano de 1967 y la guerra de Vietnam —que enfrentaba a las fuerzas de Vietnam del Sur, Estados Unidos y sus aliados, contra los comunistas vietnamitas— estaba escalando.
BBC NEWS MUNDO
“No quería seguir viviendo, me sentía muerta por dentro”: 1968, el año que atormenta a cientos de mujeres en Vietnam
El hombre había entrado para comprar salsa de soja. Tran Thi Ngai trabajaba como partera y enfermera, pero aquella mañana estaba al cuidado de la tienda de sus padres, en el sur de Vietnam, mientras ellos habían salido.
Al acercarse al mostrador, le tendió el dinero. Y cuando Tran extendió la mano para tomarlo, él la agarró del brazo, después de su cabello, y la arrastró al trastero de la tienda. Allí mismo la violó.
“Sentí que mi vida se había acabado”, dice Tran.
Lo único que podía hacer era canalizar sus energías en trabajar más que nunca.
Cuando se percató de que su barriga había crecido, supuso que simplemente estaba ganando peso. Pero el día que sintió una patada se dio cuenta de que estaba embarazada.
A sus padres les aterraba que estuviera esperando un bebé fuera del matrimonio, un gran tabú en el país.
El confucianismo tenía una gran influencia sobre las costumbres sociales y se espera que las mujeres permanecieran vírgenes hasta el matrimonio.
“Mis padres me llamaban ‘chửa hoang‘ (embarazo extramatrimonial) y me daban fuertes palizas”.
“Yo no quería seguir viviendo, me sentía muerta por dentro”.
Trató de suicidarse en varias ocasiones, pero sobrevivió; “Era como si el feto estuviera luchando por mí”.
Sus padres solo dejaron de pegarle cuando dio a luz, en febrero de 1968.
Ella se sintió conmovida por la belleza de su bebé, pero pronto le sobrepasó la ansiedad.
“Me preocupaba que mi niña creciera, me preocupaba el dinero, me preocupaba cómo iba a poder volver al trabajo para ganarme la vida”.
La llamó Oanh.
Pero, por más difícil de comprender que pueda resultar, ella quería que el padre de la pequeña la reconociera de alguna manera. Así que decidió que su segundo nombre fuera Kim, el apellido del soldado.
El hombre que la había violado no era ni vietnamita ni estadounidense. Era surcoreano.
Cuatro años antes, su nación se había unido a Estados Unidos para luchar contra las tropas comunistas del Vietncong en el sur de Vietnam.
Poco después de dar a luz, Tran se despertó una noche y supo que Kim había regresado a buscarla.
“No dijo ni una sola palabra. Se quedó ahí parado durante uno o dos minutos y después se fue”, recuerda ella.
Unos días más tarde llegó otro soldado surcoreano. Había sido enviado por Kim para llevarse a Tran y a la bebé a su base militar —la del 28 ° regimiento de la División del Caballo Blanco de Corea del Sur— en una remota zona montañosa al sur de su ciudad natal.
Aislada y avergonzada, sintió que no tenía alternativa. Se metió en el auto que la vino a buscar y pasó los siguientes dos años junto a su violador. Se sentía aterrorizada todo el tiempo; temía por su vida y por la de su hija.
“Era coacción, violación. No había amor”, dice ella.
Tran tuvo otra niña con Kim, antes de ser abandonada cuando él tuvo que cambiar de base.
Encontró el camino de vuelta a casa de sus padres en Phu Hiep y trató de trabajar el mayor número de horas posible para alimentar a sus hijos, hasta que Kim volvió a enviarle a un camarada.
Pero esta vez el soldado —quien recuerda que se llamaba Park— estaba allí, al menos aparentemente, para ayudarla con los niños.
“Las cargaba en sus brazos, las alimentaba, se ocupaba de ellas mientras yo estaba fuera trabajando”.
Hasta que un día Park también abusó de ella. Tran tuvo otro bebé, esta vez fue un niño.
El prestigio social de su familia estaba ahora irrevocablemente dañado.
“Llegó un punto en el que vivir en la aldea se volvió muy difícil. La gente me rechazaba y me acusaba de tener un esposo coreano que había venido a matar vietnamitas“, relata.
Ella y sus padres se mudaron a otra parte de la provincia, pero su mala reputación les siguió.
“Si me presentaba como ‘Ngai’, la gente me decía: ‘Ah, sí, señora Ngai. Bonita, pero sin esposo”.
Me preguntaban por qué no había abortado. Yo les decía que siendo comadrona no podía concebir la idea.
“Mi trabajo consistía en ayudar a otras mujeres a parir. Yo cuidaba de sus bebés, los tomaba en mis brazos, los abrazaba y lavaba, y les cortaba el cordón umbilical. ¿Cómo podía ni siquiera pensar en destruir a mi propio bebé?”, dice Tran con la voz quebrada.
Vidas destrozadas
El mismo mes en que Tran daba a luz a su primera hija, la vida de Nguyen Thi Thanh, de 11 años, cambiaba para siempre.
En la mañana del 25 de febrero de 1969, Nguyen escuchó gritos lejanos que provenían de las afueras de su aldea, Ha My —no lejos de la ahora popular y turística ciudad de Hoi An— y vio humo elevándose hacia el cielo.
Corrió hacia esa dirección para ver qué ocurría. Unos soldados surcoreanos le apuntaron con sus armas.
“No había terminado la frase cuando irrumpieron en nuestra casa”.
Informes posteriores sugirieron que aquellos soldados eran miembros de la División del Dragón Azul, un conocido cuerpo de marines de Corea del Sur.
Les ordenaron a ella y a toda su familia —junto con otra mujer y sus hijos, y una amiga de su hermano menor— que se metieran enel refugio subterráneo del patio delantero.
Una vez estuvieron dentro, les arrojaron granadas, matando al instante a la tía de Nguyen y a su primo pequeño.
Ella dice que su madre trató de protegerla a ella y a su hermano. “Estamos condenadas, mi amor”, lloraba mi madre.
“Sentía que todo mi cuerpo ardía y después me entumecí… Podía ver la sangre de las otras personas a mi alrededor”, dice Nguyen.
El hermano de Nguyen, que tenía 8 años, perdió una pierna y terminó muriendo de las heridas en el hospital. Solo Nguyen y una de sus primas, gravemente heridas, sobrevivieron, y llegaron arrastrándose a casa de un vecino, suplicando ayuda.
Después los soldados quemaron su casa.
“Podía escuchar el ruido del bambú crujiendo y estallando. Olí el humo, el fuego”.
Más de 135 personas en Ha My fueron asesinadas ese día. Solo una docena de los habitantes de la aldea sobrevivieron, cuenta Nguyen.
Aunque ella dice que los soldados surcoreanos habían visitado Ha My antes con regularidad, buscando al Vietcong, no sabe por qué aquel 25 de febrero de 1968 fue todo tan diferente.
“No sabemos por qué fueron tan agresivos ese día. Incluso mataron a bebés de tres y cuatro meses“.
Lo que se sabe es que ese año marcó un punto de inflexión en la guerra de Vietnam.
A finales de enero de aquel año, las tropas norvietnamitas y el Vietcong lanzaron su famosa ofensiva del Tet, una sangrienta campaña militar contra las tropas de Vietnam del Sur, Estados Unidos y sus aliados.
Las represalias fueron atroces.
La más notoria fue la masacre de My Lai: la violación en grupo y el asesinato en masa de civiles vietnamitas por parte de las tropas estadounidenses en marzo de 1968.
Nguyen no fue testigo de las secuelas inmediatas a los asesinatos en Ha My: fue llevada a un hospital de Da Nang. Pero su hermano mayor le dijo que vio cómo los soldados regresaban al día siguiente con tractores para aplanar la aldea, destruyendo los cuerpos.
Estados Unidos también perpetró atrocidades durante los 20 años que duró la guerra de Vietnam, pero ha habido, si no una disculpa, un reconocimiento a modo de reparación simbólica, y un tribunal condenatorio de crímenes de guerra.
Pero el gobierno de Corea del Sur, que ahora tiene vínculos económicos con Vietnam, parece no estar dispuesto a revisar su papel en la guerra. Seúl envió unos 320.000 soldados, algo que, según algunos analistas, tuvo como origen el temor a la propagación del “efecto dominó” del comunismo.
El ministro de Defensa de Corea del Sur le envió una carta a Nguyen y a otras 102 sobrevivientes el pasado mes de septiembre en la que decía que no tiene registros de que sus militares hubieran asesinado a civiles en Vietnam y que debería hacerse una investigación conjunta entre ambos gobiernos para comprobar los datos, pero eso es irrealizable hoy en día.
En busca de respuestas
Una mujer que ha hecho de su propósito en la vida descubrir la verdad sobre Corea del Sur es la investigadora Ku Su-jeong.
Mientras hacía un doctorado en Historia de Vietnam en la década de 1990, recibió un documento de un funcionario del Ministerio de Asuntos Externos del país en el que se describían las atrocidades llevadas a cabo por los surcoreanos.
Logró obtener una copia no autorizada de un funcionario del gobierno vietnamita a cambio de dinero, y ha estado los últimos 20 años visitando aldeas vietnamitas y hablando con los sobrevivientes.
Ella calcula que unos 9.000 civiles vietnamitas fueron asesinados en 80 masacres llevabas a cabo por los surcoreanos, aunque no existe forma de verificar esa información con fuentes independientes.
Ku cree que hay todavía más muertes no reportadas y a menudo la gente se pone en contacto con ella para que las investigue.
“Sigo recibiendo llamadas de personas que me piden que visite su aldea”, dice.
Dedicar su vida a la investigación ha tenido un gran costo personal para ella.
Dos meses después de que sus averiguaciones fueran publicadas por un periódico de Corea del Sur en abril de 1999, unos 2.000 veteranos de unos 50 años, todos ellos en uniforme, se amontonaron a las puertas de las oficinas del diario en Seúl.
Los hombres destrozaron el edificio y algunos de ellos también destruyeron la casa de Ku, cuenta ella.
Ella y su madre tuvieron que mudarse a un apartamento con alta seguridad.
La Asociación de Veteranos de Corea del Sur también trató de demandarle por difamación y fraude, aunque el caso fue retirado.
Es imposible probar quién fue responsable de la masacre que mató a la familia de Nguyen en Ha My. Pero un veterano surcoreano, Ryu Jin-sung, dice que su división fuer responsable de una masacre similar solo dos semanas antes de los asesinatos en Ha My.
El grupo de Ryu estaba patrullando cuando les abrieron fuego desde Phong Nhi y Phong Nhat, dos pueblos a pocos kilómetros de Ha My. Los ataques fueron una represalia: la compañía se dividió en tres unidades para atacar a las aldeas desde tres direcciones diferentes.
La unidad de Ryu fue la primera en irse, después de que su compañero matara a tiros a un anciano desarmado.
Aquella misma noche escuchó a sus camaradas alardear de haber matado a niños y mujeres jóvenes, y al día siguiente vio cuerpos de civiles tendidos a un lado de la carretera.
“Había una gran multitud. Cuando llegamos allí, nos gritaron. Sentí como si estuvieran a punto de matarme, con los ojos fijos en mí”.
“Usé el cañón de mi rifle para abrirme paso. Vi cadáveres, vi familias desconsoladas, su ira. Incluso ahora esos recuerdos siguen muy vivos”.
Ryu dice que aquellos que niegan que hubo masacres en Phong Nhi y Phong Nhat bien están desinformados o no quieren admitir la verdad.
La BBC organizó un encuentro entre Ryu y Nguyen, quien ahora tiene 63, en un restaurante de Seúl. Ambos dicen que, como muchos otros vietnamitas traumatizados por la guerra, les persiguen los fantasmas.
Tras intercambiar historias sobre la guerra, Rye lee una sencilla frase que se ha preparado en vietnamita: “Lo siento”, le dice. Nguyen asiente con la cabeza mientras él le sirve comida en el plato.
Al salir, dice que siente como si le hubieran quitado un peso de encima, pero sigue guardando la esperanza de escuchar una disculpa oficial de Seúl.
El gobierno surcoreano le dijo a la BBC que desde que establecieron relaciones diplomáticas en 1992, ambos países “han hecho esfuerzos continuados por desarrollar sus relaciones bilaterales, con la visión de futuro compartida de que deberían dejar atrás su desdichado pasado y mirar hacia adelante”.
Nguyen, sorda de un oído y con cicatrices por todo el cuerpo, culpa a su propio país por ignorar el problema.
El gobierno vietnamita rechazó dos solicitudes de la BBC para filmar un documental sobre esta cuestión.
“Vietnam teme cualquier cosa que pueda afectar a la relación entre ambos países, por eso no quiere aclararlo”, explica.
De vuelta en Phu Hiep, Tran Thi Ngai, ahora de 79, también sigue teniendo presentes las consecuencias de la guerra.
Ella dice que sus hijas experimentaron siempre el abuso y la discriminación, y que se reían de ellas por ser lai dai han (hijas de mujeres vietnamitas y padre surcoreanos durante la guerra).
Su padre fue torturado y golpeado hasta la muerte en 1977 por haber “permitido” que su hija tuviera relaciones con un surcoreano. La propia Tran fue detenida o llevada a prisión tres veces entre 1975 y 1978.
Las secuelas de la guerra de Vietnam son un intenso periodo de castigos y represalia.
Algunos grupos piden una disculpa a las mujeres que fueron violadas por los soldados surcoreanos y a sus hijos. Se cree que 800 de esos ellos siguen vivos.
Este mes, algunos sobrevivientes de masacres presentaron su caso ante los tribunales contra el gobierno surcoreano. Si el juez decide perseguirlo, la primera audiencia podría ser este verano, aunque se espera que tarden varios años en llegar a una conclusión.
“Puede que una disculpa no valga mucho, pero para nosotras lo significa todo”, dice Nguyen Thi Thanh.
Con reportería adicional de Hyung Eun Kim, de BBC News Corea.