Los rescatistas recorrieron 2.500 kilómetros en un espacio concreto. Y nada. Los niños permanecieron 40 días desaparecidos.
BBC NEWS MUNDO
Niños desaparecidos en la selva de Colombia: “No se entiende que, con todo lo que recorrimos, los encontráramos por donde ya habíamos pasado”
El operativo contó con tecnología de punta y saberes ancestrales. Cientos de soldados y guardias indígenas. Helicópteros, aviones. Bocinas que los llamaban con la voz de su abuela.
Fabián Mulcue es dirigente indígena. Lideró un grupo en la selva por dos semanas buscando a los niños.
Los cuatro niños indígenas finalmente fueron encontrados el viernes en lo más remoto de la selva amazónica colombiana.
El 1 de mayo el avión en el que viajaban con su madre se estrelló. Solo ellos quedaron vivos, pero sin comida, sin techo; en una selva oscura, plagada de animales silvestres.
Fabián Mulcue es uno de los miembros de la Guardia Indígena que hizo parte del operativo.
Él viene del Cauca, una región distinta a la Amazonía. Estuvo allí 15 días. Vio de cerca el entorno donde estuvieron los niños. Y no se explica cómo es que no los encontraban.
Ya de vuelta en el Cauca, Mulcue habló con BBC Mundo vía telefónica sobre el operativo, las teorías sobre cómo sobrevivieron los niños y lo que aprendió de los indígenas amazónicos y de los soldados del ejército.
¿Cuál fue su rol en el operativo de rescate?
Yo soy dirigente del Consejo Regional Indígena del Cauca. Dos días después de que se accidentó el avión, a mí me llamaron y me pidieron que juntara un grupo para colaborar con el rescate.
Fuimos 40 compañeros guardias. Nos encontramos con unos 20 guardias uitotos, que sí son del Caquetá. Entramos en tres helicópteros. Algunos duramos 15 días, otros más o menos. Fue cambiando, y lo más impresionante es ahora pensar que eso niños estaban ahí.
Porque, mirar esa selva es como mirar el cielo, es un espacio que nunca termina. Y cuando llegamos, cayó un aguacero, nos mojó de pies a cabeza.
¿Cómo es la selva?
Es una selva que no se puede explicar. Llueve todo el tiempo. No se pueden secar las cosas de la humedad. Se escuchan muchas voces, sonidos, ruidos.
En la primera noche amanecimos llenos de garrapatas de ganado. Otro día fueron las termitas.
Algunos soldados hablaban de que esto es un infierno verde. Y los entiendo.
Por las noches se escucha el llorar del duende, situaciones que uno no ve pero siente.
Hay árboles muy grandes. La sola selva es muy alta y oscura.
Ustedes pasaron tres veces por donde finalmente se encontró a los niños. Con un operativo tan grande, ¿por qué fue tan difícil localizarlos?
Eso es lo que nos preguntamos. Uno podría decir que ellos nos estaban observando. Porque no se entiende que, con todo lo que recorrimos, los encontramos donde ya habíamos pasado.
Nosotros caminábamos 10 kilómetros al día cada uno. El ejército tenía toda la tecnología.
Encontramos la moña, las tijeras, otros rastros, pero nada que aparecían.
Las brújulas no funcionan en ese lugar: se descalibran. Y a veces los rastros que dejaban eran muy débiles; no dejaban huellas porque tenían los pies envueltos en tela.
Un día, a las 7:00 am, salimos a hacer una ronda y escuchamos a un niño llorar.
Quisimos rodearlo, como si fuéramos a coger una gallina, y encontramos rastros, que comieron mojojoy, palma, que tomaron agua, pero en ese momento llovió, y eso ahí cuando llueve no se puede ver nada, toca parar y no pudimos avanzar.
¿Cree que tal vez los niños se estaban escondiendo?
Lo que nos decían los abuelos de la comunidad de ellos es que el duende los estaba escondiendo. Y con esa información pudimos llegar a una de las cuevas donde estuvieron.
Pero la verdad es que uno tiene que cerrar los ojos e imaginarse una película, porque solo así se explica.
¿Quién es el duende?
Para el ejercicio de la selva, es un espíritu que se ve representado en una persona o en un animal. Puede ser cualquier cosa.
¿Qué técnicas usaron para buscar?
Hubo varias, entre ella la del barrido de la peineta, que es que cada 10 metros alguien se abre y luego se cierra. Y del otro lado viene otro grupo. Es como un zigzag de ambos lados. Cubre todo el espacio.
¿Qué aprendieron de los soldados del ejército?
Aprendimos de sus estrategias tecnológicas. Algunos de nosotros no sabíamos cómo se usa la brújula, el teléfono satelital, las raciones militares.
No sabíamos su capacidad de sentido de pertenencia. Hubo un comando que se resbaló y se le perforó la boca y casi pierde el ojo. Hubo otro que se cortó los testículos.
Y a pesar de esas dificultades, ellos siguen, y lo hablan en el sentido de que pueden ser nuestras familias.
¿Y cree que ellos aprendieron algo de ustedes?
Claro. Primero, yo creo que se dieron cuenta de que nos podemos coordinar y que pueden leer el entorno con nuestras herramientas.
Aunque nosotros no somos de esa región, sabemos de las plantas, de la comida, qué se puede y no hacer en la selva, qué animales son salvajes, qué otros para comer.
En la vida de los soldados siempre hay una ración y recogen agua para hervir. Pero no contemplan las plantas. Eso es una enseñanza.
Y claro, para nosotros también fue enseñanza aprender de los compañeros indígenas del Amazonas.
¿Por qué cree que los niños se salvaron?
Primero, la valentía y la capacidad que han tenido de vivir en zonas como esa. La araracuara (zona de la comunidad uitoto) tiene todavía mucha parte selvática. Ellos allá juegan escondidas, patipelados, juegos que consisten en entrar a la selva.
También las raciones que tiraba el bienestar familiar. Fue un reguero grande. Una de esas raciones la encontraron.
Tenían suero hidratante, fariña, galletas y una panela. También había un encendedor y no encontramos rastro de fuego, y eso es porque en esas condiciones es muy difícil prender candela. Y no se llevaron el suero.
Si ustedes y los soldados sufrieron lesiones, uno se imagina que los niños también.
Claro. Pero ellos se llevaron el botiquín de la avioneta y sí se estuvieron curando entre ellos.
Como ellos (en el vuelo) iban a vivir a Villavicencio (una ciudad a la que se mudarían), llevaban muchas cosas, entre ellas un toldillo. Y se llevaron dos maleticas, sacaron los cuadernos y dejaron lo necesario.
Algunos colombianos piensan que la Guardia Indígena es terrorista, aliada de las guerrillas. ¿Qué piensa de eso ahora?
Pues fue una experiencia darse cuenta en el terreno de que los que piensan así son apenas unos pocos. Los soldados nos decían que nunca habían estado en esta situación.
Que les habían dicho que la Guardia era la columna de la guerrilla. Y, decían, “para nosotros venir a esta selva y conversar con ustedes es algo único”.
Les han dicho por años que no nos pueden hablar y ahora estábamos comiendo juntos.
Esta experiencia nos permite mostrar que nosotros estamos en el tema humanitario. Vamos a seguir acompañando a la fuerza aérea, al ejército, al bienestar familiar.
Ahí nos vieron con nuestra simbología, con nuestras ollas, y ellos mismos se preguntaban por qué estábamos tan estigmatizados si podemos trabajar juntos.
En las dos últimas noches el tigre nos rondó por hasta 20 metros de distancia. Yo nunca había escuchado a un tigre y eso lo vimos juntos.
Y la enseñanza es que la selva hay que cuidarla y es responsabilidad de todos: de soldados y de guardias.
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