Tras ella se escucha el eco de conversaciones de pasillo. El ruido de comunicación por radioteléfono, un conteo lejano, chirridos de cadenas.
BBC NEWS MUNDO
Mi asfixiante experiencia en una celda de confinamiento solitario a través de la realidad virtual
Abres los ojos y lo primero que ves es el baño. Un inodoro de metal, con un pequeño lavamanos de espaldar, encajado en el vértice de dos paredes de ladrillo gris gastado. A la derecha, hay una puerta con un agujero.
"Abres los ojos y lo primero que ves es el baño...". Así se vive "6x9, una experiencia virtual del confinamiento solitario". 6X9 VR THE GUARDIAN
Y un goteo. El sonido sutil y exasperante de una gotera que nunca se va.
“Bienvenido a su celda, usted pasará aquí 23 horas del día”, dice la voz de un hombre.
Estoy dentro de “la caja”. O al menos quienes han estado allí la llaman así.
También le dicen “la perrera”, “el infierno”, “la esquina”, “el hueco” y “The Matrix”, entre otros nombres.
Es la celda de 2×3 metros (6×9 pies) destinada al confinamiento solitario en las prisiones de Estados Unidos y a la que yo tuve acceso el jueves en la ciudad de Nueva York.
Pero yo no cometí ningún delito.
Asistí al Festival de Cine de la organización de los derechos humanos Human Rights Watch, en el que se presentó el proyecto “6×9, una experiencia virtual del confinamiento solitario”.
Se trata de una aplicación móvil de Realidad Virtual, desarrollada por el diario británico The Guardian, que permite experimentar lo que, según datos del Reporte Liman de la Universidad de Yale de 2015, viven día a día entre 80.000 y 100.000 reclusos en sus celdas de aislamiento en EE.UU.
Algunos pasan dentro de ese pequeño espacio unos días o meses.
Otros, años. Incluso décadas.
Acaban en esas celdas por tener un comportamiento violento hacia otros presos o hacia los funcionarios de prisiones o por pertenecer a pandillas dentro de las cárceles.
Castigo estricto
A excepción de la pena de muerte -legal en 31 estados de esa nación- el aislamiento prolongado representa el castigo más drástico para los criminales.
Sin embargo en varios estados, como Nueva York, frecuentemente se impone para crímenes no violentos.
Durante su tiempo aislados, los reclusos no tienen contacto con casi nadie y sólo pueden dejar la celda por una o máximo dos horas diarias para ir al patio de cemento enrejado destinado a hacer ejercicio.
Para muchas organizaciones como Human Rights Watch, Amnistía Internacional o la Organización de Naciones Unidas, esta práctica de segregación constituye “tratos crueles, inhumanos o degradantes e incluso tortura”.
Y piden que sea reevaluada con el fin de “abolirse o utilizarse en circunstancias muy excepcionales, como último recurso, durante un tiempo lo más corto posible”, como lo manifestó en un reporte del Comité contra la Tortura de la ONU en 2011.
Para otros, es un mecanismo efectivo de seguridad que protege a la población carcelaria de los presos más conflictivos.
Gafas de cartón y audífonos
Bastaron unas gafas dentro de las que se pone el celular -conocidas también como óculos o cardboards, en la versión económica de cartón-, unos audífonos y una silla de oficina, para que yo pudiera penetrar en la intimidad de “los más peligrosos delincuentes del país”.
Durante los nueve minutos de viaje virtual, no me fue posible caminar. Es decir, no podía desplazarme dentro de la celda, aunque sí podía cambiar la dirección en la que miraba girando la cabeza.
Pero sentí que casi todo se podía tocar y que atravesar “la caja” no requería más de un paso largo.
Mientras tanto, me agarraba de la silla en la que estaba sentada como evitando caerme con el movimiento que estaba experimentando.
Al voltearme para mirar lo que había detrás, me topé sorpresivamente con la pared junto a la cama. Casi la rocé con la nariz. Sentí que el cuarto se hizo diminuto y hasta imaginé -ahora sé que lo imaginé, en ese momento lo sentí- el frío del cemento. Vi con detalle la textura del ladrillo, sus grietas y sus uniones.
En ese punto, no debía llevar ni dos minutos dentro de la celda y sentí el encierro, la claustrofobia y una especie de tristeza.
“Insultaba al guardia sólo para que me mirara”
El recorrido virtual mezcla testimonios cortos de personas que han vivido el confinamiento solitario. Al ritmo de su narración, la celda cambia, las paredes se agrietan, se llenan de mamarrachos y frases alucinatorias, aparecen sombras.
Así fue como, antes de que se acabara el video, dentro de mi celda cayó la noche, mi cuerpo flotó y terminé casi asfixiada contra el techo, mirando al piso alejarse de mí, inmersa en una especie de alucinación y de sueño ajeno.
En la voz de ese sueño aparece la del cubano Johnny Pérez, con quien tuve la oportunidad de conversar después de “salir de la celda”, pues asistía al evento en compañía de otros hombres que habían vivido lo mismo.
“Los guardias no te hablan”, le dice a BBC Mundo el hombre de 37 años, “esa es una de las peores partes para mí”.
“Que te ignoren o no te saluden cuando estás dentro de la sociedad no importa, pero esta gente te está alimentando a diario y son las únicas personas con la que tienes contacto por meses o años”, agrega.
“Yo le decía “¡mírame!” y como no me miraba lo insultaba, sólo para ver si me miraba, si me saludaba”, señala.
“Y como lo insultaba me daba un tiquete de dos semanas más en 'la caja'”, dice entre risas.
Pérez nació en Cuba pero ha vivido desde que tenía 10 meses en EE.UU.. Estuvo 13 años en la cárcel, en total tres de ellos en confinamiento solitario. La primera vez cuando era menor de edad.
“La primera vez que estuve en 'la caja' tenía 16 años, fue por un problema de pandillas. La última vez fue en 2011, durante ocho meses”.
“Algunas veces eran castigos por cosas simples como dar positivo por consumo de marihuana”, me cuenta el hombre, quien ahora trabaja en el Centro de Justicia Urbana en un proyecto que aboga por la reinserción de exconvictos a la sociedad de manera segura.
Durante uno de sus aislamientos Johnny se desprendió de la realidad y sentía que se estaba volviendo loco. Perdió la noción del tiempo, luchaba contra una gran ansiedad y pasaba los días conversando con un amigo imaginario.
Sentía miedo de que nunca saldría y de que moriría en el olvido solitario.
Su caso es como el de muchos otros que han experimentado este castigo prolongado.
De acuerdo al Comité de Tortura de la ONU, “el confinamiento solitario causa dolor físico y mental severo o sufrimiento, cuando se utiliza como un castigo, durante la detención preventiva, por tiempo indefinido, prolongado”.
Repensar el confinamiento solitario
Con más de 2,2 millones de presos, Estados Unidos alberga un cuarto de la población carcelaria de todo el mundo, que le cuesta US$80.000 millones, según cifras que ofreció el presidente Barack Obama en enero de este año cuando anunció su decisión de prohibir el confinamiento solitario para jóvenes en prisiones federales.
La decisión ejecutiva del mandatario estadounidense benefició a cerca de 10.000 menores detenidos en asilamiento pero no a los cerca de otros 10.000 jóvenes detenidos en correccionales estatales, sobre los que el presidente no puede decidir.
Sin embargo, en su anuncio, publicado en el periódico The Washington Post titulada “Por qué debemos repensar el confinamiento solitario”, animó a los estados y sistemas de correccionales locales a seguir sus pasos.
“Estos eventos son importantes porque hacen que las personas vean la inhumanidad que vivimos nosotros dentro de 'la caja'”, me dice Pérez al final de nuestra conversación, refiriéndose al evento en el que mucha gente hacía fila para adentrarse en la celda virtual.
Y por mi propia experiencia, tiene razón.
La realidad virtual -unas gafas de cartón de no más de US$5 y una aplicación móvil- es una herramienta poderosa para ver realidades completamente ajenas y ponerse en los pies de otro.