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Las personas que se ofrecen voluntarias para ver las ejecuciones de los condenados a muerte en Estados Unidos

Teresa Clark ha visto morir a tres desconocidos. La primera vez agarró la mano de su marido, pero después empezó a vivir la experiencia con más normalidad.

La pareja, dueños de un negocio de deshollinadores de chimeneas en Waynesboro (Viriginia), se ofrece como voluntaria para ver ejecuciones.

Larry, el marido de Teresa de 63 años, fue sólo la primera vez.

“Tenía mucha curiosidad. Le llevé hasta el lugar y le hice muchas preguntas”, explica ella. “Luego me dijo: tienes que ver esto”.

Finalmente, ella también fue. En 1998 presenciaron la ejecución de Douglas Buchanan, Jr, condenado por matar a su padre, a su madrastra y a dos hermanastros.

Que haya testigos en las ejecuciones como Teresa y Larry Clark es una necesidad legal.

En Virginia, al igual que en otros estados de Estados Unidos donde está vigente la pena de muerte, la ley requiere que personas sin conexión con el crimen estén presentes en todas las ejecuciones.

Los voluntarios son considerados “testigos públicos, y en las ejecuciones toman el lugar del público general”, dice Robert Dunham, director ejecutivo del Centro de Información sobre la Pena de Muerte.

“Es el reconocimiento de que este tipo de procedimientos tienen que llevarse a cabo bajo el ojo público”.

“Estoy listo para irme”

En la noche de la ejecución el bus de la cárcel pasó a recoger a Teresa, Larry y a los otros voluntarios y los llevó a la penitenciaría de Greensville en Jarrat (Virginia).

Tras pasar un tiempo junto a los reporteros en la cafetería, los llevaron a una pequeña habitación.

La habitación estaba bien iluminada y tenía una gran ventana. Cuando se abrieron las cortinas, vieron la camilla. Luego entró Buchanan.

Cuando le preguntaron si quería decir sus últimas palabras, el reo respondió: “Empecemos el viaje. Estoy listo para irme”.

Durante las ejecuciones, explica Teresa, los prisioneros miran a la derecha, hacia la galería de los testigos, y la habitación se mantiene en silencio.

“Es bastante extraño ver a alguien mirarte mientras se prepara para morir”, admite ella.

Tras la ejecución, el doctor dictamina la muerte del reo y se cierran las cortinas. Se agradece su presencia a los testigos y éstos se van a casa.

Avalancha de voluntarios

Este proceso figuró en los titulares recientemente cuando Wendy Kelley, directora del departamento correccional de Arkansas, pidió voluntarios en un encuentro comunitario.

El estado planeaba ejecutar a un número récord de siete reos en 11 días, pero no encontraba a suficientes personas dispuestas a mirar.

La ley estatal de Arkansas establece que al menos seis “ciudadanos respetables” tienen que estar presentes en cada ejecución para “verificar que se ha llevado a cabo en la forma requerida por la ley”.

La publicidad funcionó. Arkansas tiene ahora una avalancha de voluntarios.

Beth Viele, de 39 años, escribió una carta a Kelley comunicándole su interés.

“Por favor, acepte esta carta como petición formal para ser testigo voluntaria para las ocho ejecuciones que se van a producir”, escribió.

“Me gustaría ser parte de la ayuda a las familias de las víctimas para que puedan ver cómo se hace por fin JUSTICIA”.

En apoyo a la ley

Frank Weiland, de 77 años, trabaja como artesano del metal en Lynchburg, también en Virginia. Ha sido voluntario en cuatro ejecuciones. Dice que va como muestra de apoyo a los cuerpos del orden.

La última ejecución que presenció fue en el 2006, cuando Brandon Hedrick eligió la silla eléctrica como modo de morir en lugar de la inyección letal.

“Este tío no vivía lejos de mi, y conozco a alguna gente que lo conocía”, afirma.

“Dicen que le daban miedo las jeringuillas”, afirma Weiland riéndose.

Él vio cómo a Hedrick lo ataban a una silla y cómo el guardia le ponía una esponja en la cabeza para ayudar a la corriente eléctrica a trasmitirse más rápido.

“Y lo siguiente que ves, es ¡boom!”, relata Weiland.

“Vi sus manos en los brazos de la silla y me dije, bueno, si queda algo de vida ahí, se agarrará, y no se agarró”.

“No se convulsionó ni nada. De hecho, si yo tuviera que elegir, también elegiría la silla”.

“Lo único que indicaba que le estaba llegando la corriente era la forma en que sus piernas humeaban, un poco”.

Sin pena

Aun así, ver tres muertes deja huella.

“Lo he vuelto a rememorar muchas veces en mi mente”, dice. “No sé por qué, pero lo he hecho”.

Teresa Clark cuenta la historia sobre la noche posterior a la primera ejecución que presenció.

“Estaba sentada en mi carro en un semáforo y miré por el retrovisor, y juro que vi al hombre que acababa de ver morir”.

“La imagen como que se te queda dentro”.

Pero ella sigue convencida.

“Si me llamaran ahora diciendo que necesitan a alguien, yo iría”.

“Pensé, y todavía pienso, que esta gente sabe cuándo van a morir, mientras que la gente a la que mataron no lo sabía. Ellos pueden despedirse, así que realmente no puedo sentir pena por ellos”.

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