El 6 y 9 de agosto de 1945 Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima y Nagasaki las dos únicas bombas nucleares que se hayan utilizado en una guerra.
BBC NEWS MUNDO
“El núcleo del demonio”: cómo era la tercera bomba atómica que EE.UU. alistaba para lanzar sobre Japón (y los dos accidentes fatales que provocó)
Su apodo era Rufus, y consistía en un núcleo de plutonio, similar al que se utilizó en la bomba Fat Man, que detonó sobre Nagasaki.
Louis Stolin (izquierda), era uno de los mayores expertos en manipular materiales radioactivos. Los Álamos National Laboratory
Juntas fueron los ataques más letales que jamás hayan ocurrido, en los que se estima que murieron alrededor de 200.000 personas.
Desde la perspectiva de EE.UU., tenían el objetivo de presionar la rendición de Japón y poner fin a la Segunda Guerra Mundial.
Y en caso de que no fueran suficientes, Washington tenía prácticamente lista una tercera bomba atómica.
Su apodo era Rufus, y consistía en un núcleo de plutonio, similar al que se utilizó en la bomba Fat Man, que detonó sobre Nagasaki.
Rufus nunca llegó a convertirse en una bomba funcional, pero sí causó dos accidentes letales, por lo que quedó grabado en la historia como “el núcleo del demonio”.
“Era esencialmente igual al núcleo de Fat Man”, le dice a BBC Mundo Alex Wellerstein, historiador especialista en armas nucleares y autor del blog Nuclear Secrecy.
Eso quiere decir que podría haberse convertido en una bomba con capacidad de generar una explosión de unos 20 kilotones, como ocurrió en Nagasaki.
Según comunicaciones oficiales de EE.UU. citadas en un artículo de Wellerstein, una bomba fabricada a partir de Rufus tendría que haber estado lista para ser lanzada a partir del 17 o 18 de agosto de 1945.
En los primeros días de agosto de 1945, no estaba claro si dos bombas atómicas bastarían para doblegar a Japón, explica Wellerstein.
Solo después de su rendición el 15 de agosto “quedó claro que dos bombas habían sido ‘suficientes’, sino demasiado“, dice el experto.
Así que finalmente no fue necesario utilizar a Rufus.
“¿Qué ocurrió entre el 15 y el 21 de agosto? No lo sé”, escribe Wellerstein, pero lo que sí está documentado es que a partir del 21 de agosto, los investigadores del Laboratorio Los Álamos en Nuevo México, donde se diseñaron las bombas atómicas, comenzaron a utilizar este núcleo de plutonio para experimentos extremadamente peligrosos.
Cosquillas a un dragón
En 1945, los únicos núcleos de plutonio que se habían fabricado eran Rufus, Fat Man y el que se colocó en la bomba Gadget, que se utilizó en la prueba Trinity, el primer ensayo de una explosión nuclear que realizó EE.UU.
En Los Álamos, los investigadores querían averiguar cuál era el límite en que el plutonio se volvía supercrítico, es decir, querían saber cuál era el punto en que una reacción en cadena del plutonio desataría una explosión de radiación mortal.
La idea era encontrar maneras más eficaces de lograr que un núcleo llegara al estado supercrítico y optimizar la carga de la bomba.
Manipular un núcleo de plutonio es una maniobra extremadamente delicada. Por eso los investigadores se referían a esos ejercicios como “hacerle cosquillas a la cola de un dragón”.
“Sabían que si tenían la desgracia de despertar a la bestia furiosa, terminarían quemados”, escribió el periodista Peter Dockrill en un artículo del portal Science Alert.
Según explica Wellerstein, quienes participaban en estos experimentos eran conscientes del riesgo, pero lo hacían porque era una forma de obtener datos valiosos.
Instantes letales
La primera víctima de Rufus fue el físico estadounidense Harry Daghlian, que para entonces tenía 24 años.
Daghlian había trabajado en el Proyecto Manhattan, con el que EE.UU. fabricó sus primeras bombas nucleares.
El 21 de agosto de 1945 Daghlian se dio a la tarea de construir una pila de bloques de carburo de tungsteno alrededor de Rufus.
Su idea era ver si lograba crear un “reflector de neutrones” en los que rebotaran los neutrones lanzados por el núcleo y de esa manera llevarlo de manera más eficiente al punto crítico.
Era de noche y Daghlian estaba trabajando solo, violando los protocolos de seguridad, según lo documenta el portal Atomic Heritage Foundation.
El joven científico ya había apilado varios bloques, pero cuando estaba terminando de colocar el último, su dispositivo de monitoreo le indicó que si lo hacía, el núcleo podría volverse supercrítico.
Era como jugarse la vida en un jenga extremo.
Maniobró para retirar el bloque, pero infortunadamente lo dejó caer sobre el núcleo, que entró en estado supercrítico y generó una ráfaga de neutrones.
Además, su reacción fue desbaratar la torre de bloques, así que quedó expuesto a una dosis adicional de radiación gamma.
Esos instantes resultaron letales.
Durante 25 días Daghlian soportó la dolorosa intoxicación radioactiva hasta que finalmente murió en el hospital. Se calcula que recibió una dosis de 510 rem de radiación iónica.
El rem es la unidad de medida de la radiación absorbida por una persona. En promedio, 500 rem resultan mortales para un humano.
“Eso es todo”
Tan solo nueve meses después el dragón volvió a atacar.
El 21 de mayo de 1946 el físico estadounidense Louis Stolin estaba practicando un experimento que había hecho varias veces.
Para entonces, Stolin era el mayor experto del mundo en el manejo de cantidades peligrosas de plutonio, según indica Wellerstein.
Junto a un grupo de colegas, estaba mostrando cómo llevar un núcleo de plutonio -Rufus en este caso- al punto supercrítico.
El ejercicio consistía en unir dos mitades de una esfera de berilio, formando un domo en el que los neutrones rebotaran hacia el núcleo.
La clave para no causar un desastre era evitar que las dos medias esferas cubrieran totalmente el núcleo.
Para ello, Stolin utilizaba como separador un destornillador que servía de válvula de escape para los neutrones. De esa manera podía registrar cómo aumentaba la fisión, sin que la reacción en cadena llegara al punto crítico.
Todo iba bien, pero ocurrió lo único que no debía ocurrir.
A Stolin se le resbaló el destornillador y el domo se cerró por completo.
Fue solo un instante, pero bastó para que el núcleo llegara al punto crítico y liberara una corriente de neutrones que produjeron un intenso brillo azul.
“El flash azul fue claramente visible en toda la sala, a pesar de que estaba bien iluminada”, escribió en un reporte Raemer Schreiber, uno de los físicos que estaba viendo el experimento.
“El flash no duró más de unas décimas de segundo”.
Stolin reaccionó rápido y destapó el domo, pero ya era tarde: había recibido una dosis letal de radiación.
Nueve meses antes, él mismo había acompañado a su colega Daghlian durante sus últimos días de vida, y tenía claro que un destino similar le esperaba.
“Bueno, eso es todo”, fueron las primeras palabras que dijo, en todo resignado, después de que se le resbalara el destornillador, según lo recuerda Schreiber en su reporte, citado por Dockrill en Science Alert.
Las estimaciones indican que Stolin recibió en su cuerpo 2.100 rem de neutrones, rayos gamma y rayos x.
Su agonía duró nueve días.
En ese periodo sufrió náuseas, dolor abdominal, pérdida de peso y “confusión mental”, según lo describe Wellerstein en un reportaje de la revista The New Yorker.
Finalmente murió a los 35 años en el mismo cuarto del hospital en el que había muerto su colega Daghlian.
Irónicamente, apunta Wellerstein, Stolin estaba haciendo el procedimiento para que sus colegas aprendieran la técnica en caso de que él no estuviera presente.
El fin de la maldición
Los accidentes de Daghlian y Stolin sirvieron para que se fortalecieran las medidas de seguridad en los procedimientos con material radioactivo.
A partir de entonces, este tipo de ejercicios comenzaron a maniobrarse de manera remota, a una distancia de unos 200 metros entre el personal y el material radioactivo.
“Sus muertes ayudaron a incitar una nueva era de medidas de salud y seguridad”, dice el portal de Atomic Heritage Foundation.
Según los archivos de Los Álamos, el “núcleo del demonio” fue derretido en el verano de 1946 y se utilizó para fabricar una nueva arma.
“En realidad el núcleo del demonio no era demoníaco“, dice Dockrill.
“Si hay una presencia maligna aquí, no es el núcleo, sino el hecho de que los humanos se apresuraron a fabricar estas terribles armas”, sentencia el periodista.