Él ya sabe lo que es estar en prisión. Formó parte de “la banda de los aguadores”, el grupo encarcelado en 2019 tras llevar agua a un grupo de madres que permanecía en huelga de hambre en una iglesia sitiada por la policía como protesta contra el presidente Daniel Ortega.
BBC NEWS MUNDO
El masivo éxodo de nicaragüenses a Costa Rica, el país de América Latina con la mayor proporción de población extranjera
El activista nicaragüense Jesús Tefel asegura que "el grado de persecución política es ya tan grande" en su país que no le quedó otra salida que exiliarse a Costa Rica en julio.
Tras llegar a Costa Rica hace más de 20 años, la nicaragüense Reyna Rivas se define ya como "ticaragüense". Muchos de sus compatriotas que llegaron al país en los últimos tres años, sin embargo, han tenido serias dificultades para poder vivir en condiciones dignas.(MARCOS GONZÁLEZ)
El grupo fue acusado de tráfico de armas. Tefel asegura que las armas fueron colocadas por la policía entre sus pertenencias. Mes y medio después, fue liberado sin que se hubiera celebrado un juicio y decidió quedarse en Nicaragua.
Pero cuando el pasado junio detuvieron a varios activistas y a hasta siete aspirantes opositores a la presidencia nicaragüense en las elecciones que se celebran este 7 de noviembre, Tefel decidió salir del país con su familia.
“Quedarse era mucho riesgo. Si todos íbamos presos, no íbamos a poder continuar con nuestro trabajo. Y, realmente, para estar haciendo todo de manera digital, mejor estar acá sin riesgo”, reconoce el empresario miembro de la opositora Unidad Nacional Azul y Blanca, que nació para arrebatar el poder a Ortega, quien busca ahora su cuarto mandato consecutivo.
Pocos días antes que Tefel, el periodista nicaragüense David Quintana también entró a Costa Rica por un punto ciego de la frontera, un momento que él califica como “humillante” tras haber caminado hora y media entre barro y lluvia huyendo de los retenes policiales.
Quintana cobró gran popularidad por retransmitir en vivo muchas de las protestas contra el gobierno de Ortega que iniciaron en abril de 2018 y cuya violenta represión, según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, dejó más de 300 muertos y decenas de miles de exiliados.
Su “compromiso por seguir visibilizando las violaciones de derechos humanos” le hizo permanecer en el país pese a las amenazas. El director del portal Boletín Ecológico asegura que en Nicaragua ya no es posible hacer periodismo (“ya nadie te quiere dar declaraciones”, dice), en parte por la dureza de la Ley de Ciberdelitos que castiga con cárcel a quienes “difundan información falsa”.
Pero cuando en junio fueron detenidos varios de sus colegas, su madre e hijas le suplicaron que saliera del país. “Yo no quería estar aquí (en Costa Rica), quería resistir. Pero ¿qué opción tenía, caer preso? Gracias a internet, puedo seguir informando desde acá”, admite sin ocultar los sentimientos contradictorios que tuvo al exiliarse.
“Cuando crucé, besé la tierra de Costa Rica por sentirme libre y lloré fuertemente porque dejé a mi patria, sentí que le fallé. Di las gracias a Costa Rica y le pedí perdón a Nicaragua porque quería haber seguido allí, pero ya no podía más”.
BBC Mundo solicitó una entrevista con el gobierno de Nicaragua pero no obtuvo respuesta.
Destino para nicas
Las historias de ambos, compartidas en San José, la capital de Costa Rica, con BBC Mundo, son similares a las de los miles de ciudadanos del país centroamericano que se han exiliado este año.
Y aunque la cifra de migrantes nicaragüenses hacia Estados Unidos se han disparado en los últimos meses, es su vecina Costa Rica la que sigue recibiendo mayor número de solicitudes de refugio, que este año va camino de batir todos los records desde que el país tiene registros.
La migración nicaragüense al país no es nueva. Ya en el último censo disponible (2011), suponían casi el 75% de los extranjeros que forman parte de la población costarricense.
De hecho, según el Observatorio Demográfico 2018 de la CEPAL, Costa Rica es el país de América Latina con mayor porcentaje de inmigrantes entre su población: un 9%.
“Antes, el perfil del migrante nicaragüense era puramente económico: agricultores, trabajadores de la construcción… Pero tras la crisis de 2018 los motivos son políticos y llegan universitarios, profesionales como médicos o maestros…”, le explica a BBC Mundo Carlos Huezo, director de SOS Nicaragua Derechos Humanos desde Costa Rica.
Tras el aumento en la llegada de compatriotas, Huezo no duda en calificar la situación en Costa Rica de “crisis humanitaria” y lamenta que el gobierno tico no haya hecho “llamados más enérgicos hacia la comunidad internacional” para visibilizar la situación de los migrantes y atraer ayuda de donantes.
La vicepresidenta de Costa Rica, Epsy Campbell, responde sin embargo que su país “no ha escatimado en levantar la voz por Nicaragua”, pese a que sus llamados no siempre sean escuchados.
“Los focos internacionales no apuntan a un país como Costa Rica porque no ven a Nicaragua como un país estratégico (…). En temas de migración, la comunidad internacional ha dejado muy sola a Costa Rica”, argumenta en entrevista con BBC Mundo.
El Alto Comisionado de ACNUR, Filippo Grandi, reconoció este año que “esta no es una crisis de alto perfil como la de los refugiados venezolanos, como la situación en el norte de Centroamérica. Esta es una crisis que a veces ha sido olvidada por el mundo. Costa Rica es un anfitrión generoso, pero necesita ayuda”.
Y aunque Campbell evita responder a si la capacidad de Costa Rica se ha visto o estará pronto desbordada para dar respuesta a la migración nicaragüense, sí subraya que la economía tica “no puede absorber las realidades y necesidades económicas de otro país”.
Frente a esta presión migratoria en aumento, sin embargo, la vicepresidenta también destaca el impacto positivo de la población nicaragüense en el país gracias a su trabajo en la agricultura, los servicios, el servicio doméstico, la construcción o la seguridad.
El informe de 2018 de la OCDE “Cómo los inmigrantes contribuyen a la economía de Costa Rica” confirma que la población extranjera está sobrerrepresentada en sectores de baja productividad, pero destaca que contribuyen a entre 11,1 y 11,9% del valor agregado en Costa Rica, por encima del porcentaje que suponen sobre la población total del país.
“Costa Rica depende fuertemente de la mano de obra nicaragüense para estos sectores. Aportan de manera importante y envían divisas a su país”, valora Campbell.
De médico a mesero
Uno de esos puestos de trabajo lo ocupa Rommel Meléndez, quien llegó a Costa Rica en 2018 y que en los últimos meses se desempeña como mesero en un restaurante de San José.
Pero su vida en Nicaragua era muy diferente. Médico de profesión, trabajó casi 30 años en un hospital público hasta que comenzaron las marchas en 2018.
“A las personas que estaban protestando contra el régimen y llegaban heridas, se les cerraban las puertas por orden del Ministerio de Salud. Si habían estado en las protestas, no los dejaban pasar y no se les atendía”, denuncia.
Fue en ese momento cuando organizó una “clínica clandestina” junto a otros colegas para atender a esta población, a la vez que comenzó a involucrarse en las marchas. Pero cuando semanas después supo que “fuerzas paramilitares” lo buscaban para detenerlo, decidió salir del país.
En Nicaragua dejó a sus familiares, entre ellos un hijo de 3 añosal que no ha visto desde que se marchó.
“Dejar a la familia es lo más duro, porque no lo estoy viendo crecer. Pero sabía que estaba en peligro mi vida, sentí que solo me quedaba la cárcel”, le cuenta emocionado a BBC Mundo en su humilde vivienda de madera que comparte con otros compatriotas.
Ante las grandes dificultades para homologar su título y poder ejercer en Costa Rica, este médico acepta con entereza y humildad su labor en el restaurante, en el que no para quieto ni un segundo.
“Es duro el trabajo. Es muy distinto, más cansado. Pero tenemos que hacerlo porque es la manera de sobrevivir acá en Costa Rica”.
Vivir en las cuarterías
Un buen termómetro en Costa Rica de la magnitud de la crisis nicaragüense es el parque La Merced, considerado tradicionalmente el epicentro de los nicas en San José. Allí, entre voces de mujeres que venden nacatamales o quesillos, muchos compatriotas se reúnen para conversar o buscar trabajo.
Pero la llegada de tantos migrantes hace tres años hizo que muchos se vieran obligados a dormir allí a la intemperie y que incluso la iglesia del parque tuviera que abrir sus puertas.
“En 2018 eran oleadas las que venían de Nicaragua. Aquí se les dio de comer, orientación y se les ayudó para que les dieran un carnet de trabajo”, recuerda Fernando García, vicario de la parroquia de La Merced.
El año pasado, muchos exiliados regresaron a Nicaragua después de que la pandemia de covid-19 atacara con dureza la economía del país que los había acogido y redujera sus posibilidades de encontrar trabajo.
Entre quienes se quedaron, SOS Nicaragua asegura que muchos pasan actualmente por “una situación de casi indigencia”.
La vida en las cuarterías es ejemplo de ello. Estos edificios divididos en pequeñas viviendas dan cobijo a decenas de personas, en su mayoría extranjeras, que viven en condiciones extremadamente precarias.
Durante la pandemia, algunas cuarterías se convirtieron en foco de contagios ante la imposibilidad de mantener distanciamiento social y varias quedaron bajo custodia policial para evitar que los inquilinos salieran del inmueble.
La nicaragüense Yadira Córdoba vive en una de ellas. Por 100.000 colones al mes (US$160) vive en un minúsculo cuarto en San José con dos camas donde duerme y también cocina, y donde, según dice, se filtra el agua cuando llueve.
“Estoy aquí porque no tengo posibilidades de pagar un apartamento digno. Pero aquí hay muchas necesidades, no podemos tener un baño (se comparte con la otra decena de familias en la primera planta de su cuartería). Y no es seguro porque entra cualquiera. No es fácil vivir aquí”, lamenta la mujer.
“Nicaragua libre”
Córdoba vive desde hace dos años en su pequeño cuarto con uno de sus hijos. A otro de ellos, Orlandito, lo mataron cuando tenía solo 15 años y participaba en las marchas del Día de las Madres de 2018 en Nicaragua.
Cuando ella se integró en el grupo de las Madres de Abril y se implicó en marchas para exigir justicia por el asesinato de su hijo, asegura que empezó a recibir amenazas que la obligaron a huir.
En la cuartería todo son homenajes a Orlandito, en multitud de fotos y en el altar donde se le observa como lo recuerda su madre: alegre, sonriente, aficionado a tocar la batería en la iglesia y con sueños de triunfar algún día como futbolista profesional en España.
Junto a los recuerdos, no falta una bandera de Nicaragua colgada del revés. Lejos de ser un error, la enseña invertida se ha convertido en un símbolo de protesta entre los críticos con el gobierno de Ortega.
“La voz de Orlandito la quisieron apagar ese 30 de mayo, pero la revivieron en su madre. Porque tengo hijos que viven y tengo que luchar para que puedan gozar de una Nicaragua libre”, dice sin poder contener el llanto.
La vicepresidenta Campbell reconoce que le duele saber que hay personas nicaragüenses que viven en condiciones como las de Córdoba.
“Pero también me parten el corazón muchos costarricenses que no tienen resueltas las tres comidas diarias”, recuerda, a la vez que subraya el hecho de que más del 20% del país vive en la pobreza.
“Sensibilidad tenemos, conciencia tenemos, pero tenemos muy poco dinero. Entonces tenemos que distribuirlo de la mejor manera posible”, afirma.
Discriminación
La numerosa presencia de nicaragüenses en suelo costarricense provocó en los últimos años la convocatoria de aisladas protestas antiinmigrantes que rompieron con la histórica reputación de acogida de los ticos.
Los participantes suelen responsabilizar a los nicaragüenses de cometer delitos o de recibir mayores ayudas y subsidios por parte del gobierno. En la pandemia, la discriminación aumentó ante el miedo de que pudieran traer el virus a Costa Rica debido al manejo de la pandemia que impulsó el gobierno de Nicaragua.
Según la vicepresidenta Campbell, Costa Rica “ha sido realmente extraordinario. Eso no quiere decir que no hay focos de xenofobia, pero en general la cultura costarricense hace un esfuerzo por respetar a los otros”.
Pero cuando la tica María Isabel Rodríguez se casó con un hombre nicaragüense hace diez años, sufrió esa discriminación desde su propia familia.
“No fue fácil. Mis patrones me querían como su hija y tuve problemas con ellos. Y lo peor es con mi mamá, ella no se lleva con los nicaragüenses y con mi esposo… no lo quiere”, le reconoce a BBC Mundo.
Cree que detrás de su rechazo está el pensar que los nicaragüenses “son malos” o que llegan al país “a que les regalen algo”. “Pero están muy equivocados, la mayoría son trabajadores y vienen a luchar por lo que quieren”, defiende.
“Ticaragüense” en la pequeña Managua
Rodríguez vive en La Carpio, un asentamiento informal a las afueras de la capital costarricense donde la mayoría de sus más de 20.000 habitantes son de Nicaragua. No en vano, muchos de ellos le llaman “la pequeña Managua” de San José.
Reyna Rivas, una de las veteranas de este comunidad que llegó desde Nicaragua hace más de 23 años por motivos económicos, reconoce que la discriminación existe pero no se puede generalizar.
“Desde que vine, Costa Rica me encantó. Las esposas de mis hijos y mis nietos son costarricenses. Si me preguntan que de donde soy, yo digo que ‘ticaragüense’ porque ya me siento parte de este país”, le dice riendo a BBC Mundo.
Es domingo y es día de mercado en La Carpio. Por todos lados se escucha música y megáfonos de vendedores ambulantes. “Aquí me siento como en mi tierra, todo lo típico de Nicaragua lo encontramos aquí”, cuenta.
Mientras curiosea entre puestos de verduras, tortillas y fritangas, Rivas recuerda cómo el barrio estaba formado al inicio por “ranchitos de plástico y lata” y cómo fueron mejorando poco a poco con el tiempo.
“En lo único que no se ha cambiado es en lo conflictivo. Hay una hora en la que uno ya no puede salir a la calle porque solo va a haber delincuentes, se da mucho asalto, mucha droga… Pero se acostumbra uno a vivir de esa manera”, cuenta Rivas, lo que ha hecho que La Carpio sea considerado históricamente como un barrio peligroso y con un gran estigma por parte de la población de San José.
El futuro tras las elecciones
Todos los nicaragüenses entrevistados por BBC Mundo tienen pocas o nulas esperanzas sobre las elecciones presidenciales del 7 de noviembre a las que Ortega, junto a su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo, llega con un apoyo históricamente bajo y para las que los principales grupos de oposición pidieron a la población no votar y quedarse en casa.
Según una encuesta de CID Gallup difundida en septiembre, solo el 19% de nicaragüenses votaría por él mientras que el 65% lo haría (de ser posible) por cualquiera de los siete precandidatos que fueron encarcelados por supuesta traición a la patria, conspiración o lavado de dinero.
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“No hay una oposición real (que participe en los comicios), por tanto, nadie debería reconocer el próximo gobierno de Ortega como legítimo”, dice el opositor Tefel.
Al mismo tiempo, la mayoría confía en que la situación en su país acabe por cambiar sin contemplar la opción de la violencia para conseguirlo. “Otra guerra no tiene cabida, solo el diálogo y la justicia. Pero la dictadura, como entran, también salen. Nicaragua no va a perdonar”, dice el periodista Quintana.
En sus mensajes siempre hay palabras de agradecimiento hacia Costa Rica por la oportunidad brindada para empezar una nueva vida, pero recordando a los ticos cuáles son sus motivaciones para exiliarse.
“Los nicaragüenses no vienen a este país porque quieren, al menos desde 2018 para acá. No venimos ni a quitar sus empleos ni a desplazar a la población costarricense, sino a salvar nuestra vida y a ayudar en Costa Rica en lo que se pueda”, concluye el doctor Meléndez mientras se prepara para su turno en el restaurante.