Pero ahora ese país centroamericano, en crisis por la represión que dejó cientos de muertos en las protestas contra el presidente que luchó en aquella revolución, Daniel Ortega, se ha vuelto una cuña divisora para la izquierda regional.
BBC NEWS MUNDO
¿Cuál ha sido la reacción de la izquierda en América Latina a la crisis en Nicaragua y Daniel Ortega?
Una generación atrás, la izquierda de América Latina se sentía inspirada por la revolución sandinista y vibraba al ritmo de la "canción urgente para Nicaragua", del músico cubano Silvio Rodríguez.
Las posturas varían desde el firme respaldo a Ortega expresado por sus homólogos venezolano, Nicolás Maduro, y boliviano, Evo Morales, hasta la sugerencia de que renuncie lanzada por el expresidente uruguayo José Mujica.
Mientras el Foro de São Paulo, que reúne a organizaciones de la izquierda latinoamericana, acusa a Estados Unidos y a la “derecha golpista” de querer desestabilizar a Nicaragua, el Partido Socialista chileno expresa “indignación por la violenta represión” en ese país.
Ortega “está polarizando a la izquierda muchísimo, tal vez más que Venezuela” con el fallecido presidente Hugo Chávez, dice Javier Corrales, profesor de ciencia política en el Amherst College de EE.UU., a BBC News Mundo.
Y detrás del fenómeno hay varias explicaciones.
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“Un sueño se desvía”
Parte de la izquierda dejó de ver a Ortega como la continuación de una guerrilla que derrocó a la dinastía de los Somoza a fines de los años ’70 e instaló un amplio gobierno democrático, enfrentando la acción armada de los “contras” financiada por EE.UU. en los ’80.
Ortega es acusado ahora de impulsar la ola represiva de policías y paramilitares contra manifestantes opositores desarmados, muchos de ellos jóvenes, que dejó más de 300 muertos desde abril según distintos conteos.
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“Siento que algo que fue un sueño se desvía, cae en autocracia, y entiendo que quienes ayer fueron revolucionarios perdieron el sentido, que en la vida hay momentos que hay que decir ‘me voy'”, dijo Mujica, un exguerrillero tupamaro, en el Senado uruguayo el mes pasado.
El exsacerdote brasileño Leonardo Boff, otrora aliado de los sandinistas y exponente de la Teología de la Liberación, indicó en una carta estar “perplejo por el hecho de que un gobierno que condujo la liberación de Nicaragua pueda imitar las prácticas del antiguo dictador”.
“El proceso de desencanto con Ortega ha sido difícil y lento, pero ahora sí estamos en un punto donde se ha dividido la izquierda”, sostiene Corrales.
Añade que, aparte de los “socialdemócratas” que lo critican y los “radicales” que lo apoyan, Ortega es considerado traidor por una parte de la izquierda desde que en el pasado se alió con empresarios y la Iglesia católica, a cuyos obispos ahora acusa de apoyar a “golpistas”.
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De hecho, el presidente nicaragüense ha generado divergencias dentro del propio sandinismo, con viejos referentes de la revolución que tomaron distancia de Ortega antes de la actual crisis.
“Rodilla en tierra”
Una pregunta que cobra fuerza es qué actitud tendrá ante la crisis nicaragüense el presidente electo mexicano, Andrés Manuel López Obrador, un izquierdista que asume en diciembre.
El actual gobierno de México ha estado activo a nivel regional para condenar la violencia en Nicaragua, pero el futuro canciller designado por López Obrador, Marcelo Ebrard, anunció que “va a seguir una política exterior respetuosa de la no intervención” en los asuntos internos de ese y otros países como Venezuela.
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Uno de los principales respaldos que recibió Ortega hasta ahora provino delForo de São Paulo, reunido a mediados de julio en Cuba con la presencia de Maduro, Morales y el presidente salvadoreño, Salvador Sánchez Cerén.
“Denunciamos los graves actos de barbarie y violación a los derechos humanos cometidos por la derecha golpista y terrorista nicaragüense”, indicó la declaración del Foro.
Y afirmó que el gobierno de Ortega tiene “legítimo derecho a la defensa”.
Al encuentro también asistió la expresidenta brasileña, Dilma Rousseff, cuyo Partido de los Trabajadores (PT) sostuvo en una declaración previa que en Nicaragua hay una “institucionalidad democrática establecida”.
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El expresidente cubano, Raúl Castro, también expresó la semana pasada su “solidaridad” con Nicaragua.
Maduro envió el sábado un saludo a su “hermano” Ortega y a su esposa, la vicepresidenta nicaragüense Rosario Murillo, que a su juicio están siendo atacados por el “imperio”.
“Venezuela está firme con ustedes. Rodilla en tierra estamos con Nicaragua”, dijo. “A Nicaragua le están aplicando el guión casi igualito que hacen con nosotros hace casi un año”.
Sentimientos cruzados
Las críticas a Ortega generaron roces dentro de la izquierda latinoamericana difíciles de imaginar poco tiempo atrás.
Diosdado Cabello, presidente de la oficialista Asamblea Nacional Constituyente venezolana, respondió públicamente a Mujica: “Todos se pueden ir y él está pensando ser candidato otra vez en Uruguay; los egos enferman”.
Pero quienes se oponen a Ortega también han trazado paralelismos entre Nicaragua y Venezuela, otro país cuyo gobierno es acusado de autoritarismo y represión violenta de opositores.
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“En Venezuela como en Nicaragua no hay un socialismo, lo que hay es el uso de una retórica de izquierda del siglo XX para encubrir una oligarquía que se roba el estado”, tuiteó el exguerrillero colombiano y exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro, la semana pasada.
Sin embargo, Nicaragua y Venezuela parecen generar sentimientos diferentes para algunos referentes izquierdistas latinoamericanos.
Una distinción señalada fuera de micrófono por alguno de ellos es que mientras el líder de la revolución venezolana, Chávez, ha muerto, en Nicaragua los protagonistas aún están vivos.
Venezuela “nunca generó esa mística que había con el sandinismo”, señala el politólogo uruguayo Adolfo Garcé a BBC Mundo.
No obstante, compara que a la izquierda regional parece costarle cuestionar a Venezuela porque el chavismo tejió lazos políticos y económicos más recientes en el subcontinente.
“Es como que el amor de la izquierda por Nicaragua fue muy intenso, pero mucho más lejano en el tiempo”, dice Garcé, “y mucho menos contante y sonante en los últimos años”.