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Cómo el narcotráfico infectó Galicia en los años 80 y la convirtió en puerta de entrada a Europa de la droga desde Colombia

Carmen empezó a notar conductas extrañas en los jóvenes de su barrio. Fumaban algo raro, no sabía qué era.

Los narcotraficantes gallegos usaban sus lanchas rápidas para introducir la cocaína en la costa. En la imagen, un grupo de guardias civiles recogen un cargamento en la costa cantábrica gallega. Los narcotraficantes gallegos usaban sus lanchas rápidas para introducir la cocaína en la costa. En la imagen, un grupo de guardias civiles recogen un cargamento en la costa cantábrica gallega. GETTY IMAGES

Los narcotraficantes gallegos usaban sus lanchas rápidas para introducir la cocaína en la costa. En la imagen, un grupo de guardias civiles recogen un cargamento en la costa cantábrica gallega. Los narcotraficantes gallegos usaban sus lanchas rápidas para introducir la cocaína en la costa. En la imagen, un grupo de guardias civiles recogen un cargamento en la costa cantábrica gallega. GETTY IMAGES

Pronto escuchó un nombre desconocido para ella: heroína.

“No sabíamos absolutamente nada de drogas”, afirma Carmen Avendaño.

Eran los años 80. España estaba en los primeros años de democracia tras 40 años del régimen del general Francisco Franco, que había mantenido al país al margen de la modernización que experimentaron otras naciones.

Avendaño vivía en Vigo, una ciudad obrera de Galicia, región eminentemente rural en la esquina noroeste del país que atravesaba por un momento de crisis por la reconversión industrial.

No había trabajo, ni muchas perspectivas.

Esa fue la época en la que la cocaína y la heroína empezaron a llegar a las costas gallegas. Pocos sabían qué era, pero, como una epidemia silenciosa, se fue extendiendo por las calles.

Por Galicia llegó a entrar el 80% de la cocaína que llegaba a Europa.

¿La razón? Una recortada costa de 1.500 kilómetros que durante años fue un auténtico paraíso para contrabandistas y narcotraficantes.

Fundación Érguete
Carmen Avendaño es reconocida en España por su lucha contra el narcotráfico.

Y mientras los narcos operaban con impunidad, y con la connivencia de fuerzas de seguridad y autoridades, en las calles de algunas localidades gallegas la droga mataba a una generación de jóvenes.

“Yo recuerdo de aquel entonces ir hasta a tres entierros en una semana”, dice Avendaño a BBC Mundo.

“Podía ser el hijo de cualquiera”

Para poder comprarse la droga, los jóvenes toxicómanos primero empezaron a robar en sus casas. Dinero del bolso de su madre, la bicicleta de un hermano…

Cuando en casa ya no había, robaban fuera y empezaron a pasar por los juzgados y a pisar las prisiones por robo.

Cuando eso sucedió, la sociedad pudo ver que no eran jóvenes marginales, como en un primer momento se intentó dar a entender. “Podía ser el hijo de cualquiera”, dice Avendaño.

También fueron los suyos. Avendaño tiene cinco hijos, dos de los cuales se volvieron adictos a la heroína. Primero uno, años más tarde cayó el segundo.

Sus hijos también pisaron la cárcel por los delitos que cometían. Tuvieron más suerte que otros: aún viven. Pero la droga les dejó secuelas para toda la vida. Uno de ellos sufrió dos embolias cerebrales.

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Dos de los hijos de Avendaño se volvieron adictos a la heroína.

“Se decía que el problema de las drogas provenía de familias desestructuradas… No era cierto, éramos familias normales que nos encontramos con un problema que no sabíamos ni qué era ni cómo atajar”, dice Avendaño.

Avendaño, junto con otras madres cansadas de ver como sus hijos enfermaban o morían sin que nadie hiciera nada, empezaron a investigar qué estaba ocurriendo.

“Siempre digo que hicimos una cátedra sin medios, porque pillamos todo lo que podíamos en libros, en reportajes”.

Avendaño contó en varias ocasiones cómo les tenían que traducir los libros sobre drogas que estaban en inglés ante la imposibilidad de conseguir más información en la España de los 80 sin internet.

Lo que descubrieron fue la realidad de que los traficantes gallegos habían cambiado el tabaco de contrabando por sustancias mucho más rentables, y también peligrosas: la heroína y la cocaína, procedente mayoritariamente de Colombia.

¿Qué llevó a esta generación de jóvenes a la droga y cómo Galicia pudo convertirse en ese foco rojo del narcotráfico mundial?

Pescadores reconvertidos a contrabandistas

Que Galicia se convirtiera en un paraíso para el narcotráfico no fue casual y las razones que lo explican no distan mucho de lo que se repite en muchos puntos a lo largo de América Latina: pobreza, aislamiento, y una frontera -con Portugal- desigual.

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La Ría de Arousa se convirtió en el epicentro del narcotráfico en Galicia. En la imagen, guardias civiles patrullan frente al puerto de Vilagarcía de Arousa.

Antes de que la cocaína empezara a desembarcar en las costas gallegas, primero lo hizo el tabaco de contrabando.

“En los años 80 en Galicia había una larga tradición de contrabando, de épocas difíciles de la posguerra en que la gente para sobrevivir tenía que hacer cosas que no eran precisamente trabajos habituales y normales”, dice Avendaño.

“El contrabando se hizo como casi una norma en Galicia por las carencias de la posguerra”.

En los años 70, el contrabando de tabaco se convirtió en un negocio muy floreciente -e incluso bien visto- que tentaba a pescadores, mariscadores, patrones de barco. En España no fue delito hasta 1982.

“Sin riesgo, y con mucho más beneficio y menos trabajo, cualquier persona con un oficio un poco relacionado con el transporte y con el mar estaba siempre tentado de poder participar en eso si el negocio no iba bien”, dice Nacho Carretero, periodista y autor del libro “Fariña”, un relato sobre el narcotráfico gallego que inspiró la serie con el mismo nombre que se convirtió en un éxito en Netflix.

“Muchos mariscadores, marineros y transportistas acabaron dando el salto”.

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El contrabando era un negocio que tentaba a pescadores, mariscadores y patrones de barco.

Todo ese negocio floreciente que era el tabaco llevó a los contrabandistas gallegos a los mismos canales de lavado de dinero que usaba el resto de grupos criminales.

Algunos iban a Suiza. Otros, como José Ramón Prado Bugallo, más conocido como Sito Miñanco, acudieron a Panamá. El país centroamericano era el lugar donde los cárteles de la droga colombianos lavaban su dinero.

A finales de los 70 los cárteles colombianos buscan expandir el negocio y abrir rutas a Europa y en ese momento entran en contacto con distintas personas que pueden ayudarles. Una de ellas es Miñanco.

Para ese entonces, Miñanco era un pescador reconvertido en contrabandista que tenía “años de experiencia en el contrabando, la zona controlada, la infraestructura e incluso la aceptación social”.

Una aceptación que llegaba gracias al dinero fácil. Mucha gente entendía que en una época sin muchas alternativas, ellos daban “trabajo”.

“En una noche (de descarga) se ganaba lo que se podía ganar levantando paredes para una obra durante un mes. Esa fue una forma también de poder sobrevivir”, dice Avendaño.

Fundación Érguete.
Avendaño, quien preside la Fundación de ayuda a drogodependientes Érguete, no culpa a las personas que se vieron en la necesidad de meterse en el negocio de la droga, sino a los grandes narcotraficantes.

A partir de ahí se establece un negocio que acabaría convirtiendo a Galicia en el principal punto de entrada de cocaína en Europa y a Miñanco en el gran capo de la droga en España.

La estrategia era fácil: la droga esperaba en un buque en alta mar y “los gallegos”, como eran conocidos los contrabandistas entre los capos colombianos, eran los responsables de llevarla a puerto a través de sus lanchas rápidas.

En eso eran auténticos especialistas tras años de descargas de paquetes de tabaco.

Las fuerzas de seguridad no solo miraban hacia otro lado, sino que en muchos casos cooperaban. La clase política también. Y gran parte de la sociedad, en un momento de crisis económica, pérdida de empleos y precariedad, callaba.

Y es que, con la cocaína llegó el dinero, mucho dinero. Los pequeños pueblos pesqueros de la Ría de Arousa -Vilagarcía de Arousa, Vilanova de Arousa, Cambados-, donde se concentraban la mayoría de los narcos gallegos, empezaron a crecer de forma exponencial.

Todos eran pueblos de unos pocos miles de habitantes, semirrurales, pero en ellos empezó a prosperar la construcción, se abrían negocios y en sus calles empezaron a aparecer concesionarios de coches de lujo.

Con la droga y el dinero, también llegaron los problemas y las muertes, tanto que se habla de “generación perdida”: decenas y decenas de jóvenes que se volvieron adictos. Muchos no sobrevivieron.

El despertar de la sociedad

En esos pueblos, donde mucha gente pasaba por condiciones de precariedad, los narcotraficantes se paseaban por las calles en sus Ferrari y Porsche y vivían en grandes mansiones.

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Las madres de toxicómanos empezaron a movilizarse en las calles denunciando lo que les estaba ocurriendo a sus hijos.

No solo no se escondían, sino que hasta contaban con el beneplácito de algunos.

Hacían “obras” y mejoras en sus pueblos.

Miñanco incluso compró el equipo de fútbol local, el Cambados, que, a golpe de talonario, pasó de jugar en una categoría regional a la tercera división del fútbol español. También pagaba tratamientos de salud a algunos vecinos.

Parecían intocables, y en cierta manera lo fueron, hasta que Avendaño y un grupo de madres comenzaron a movilizarse.

Hacían manifestaciones con pancartas en las que se podía leer “Nos están matando a nuestros hijos” y denunciaban a los establecimientos dónde vendían droga.

Después empezaron a señalar a los grandes narcotraficantes, que las tachaban de “locas”.

Sus actividades empezaron a tener notoriedad en los medios de comunicación y pronto contaron con el apoyo de una sociedad que empezó a entender la magnitud del problema.

“Tuvo mucha incidencia porque las personas que estábamos ahí no eran las personas marginales que trataban de decir. Éramos personas normales, padres y madres de familia que nos enfrentábamos con un problema grave”, dice Avendaño.

“Fue complicado en un principio porque esta gente, los grandes capos de la droga en Galicia, actuaban con total impunidad”.

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Una de las protestas más emblemáticas de las madres contra la droga se produjo frente al Pazo Baión, que fue propiedad del narcotraficante Laureano Oubiña.

“Carmen Avendaño y el resto de madres lo que representan es un segmento de la población gallega que reacciona, que se levanta contra el narcotráfico, sobre todo contra la impunidad que demostraban los narcotraficantes y sus grandes pazos -construcciones palaciegas gallegas-, y sus descapotables. Se hartan de esa impunidad y se levantan contra ellos”, explica, por su parte, Carretero.

Pero con la notoriedad también llegaron las amenazas. Avendaño dice que “no fueron demasiado importantes”, pero en dos ocasiones le cortaron los frenos del coche.

“Y después amenazas de que ‘ten cuidado’. Un día me dijeron por teléfono que iban a meterle una dosis a mi hijo para matarlo”.

Eso no detuvo a este grupo de madres, que siguieron denunciando lo que estaba ocurriendo en Galicia y con sus hijos.

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Carmen Avendaño dice que aunque recibió amenazas, el miedo nunca la paralizó en su lucha.

Y esa lucha hizo reaccionar a las autoridades y al Estado, que por primera vez se puso a investigar qué ocurría en las costas gallegas. Eso desembocó en una de las mayores operaciones contra el narcotráfico de la historia de España.

El 12 de junio de 1990 más de 300 agentes se desplegaron en Galicia y detuvieron a medio centenar de personas acusadas de narcotráfico, algunas de las cuales fueron sacadas de la cama en plena madrugada.

Fue el inicio de la llamada Operación Nécora, que marcó un antes y un después en la lucha contra el narcotráfico en Galicia y en España.

Entre los detenidos esa noche no estaba Miñanco, que logró huir a Panamá, pero fue apresado meses después en una operación en Madrid.

En el macrojuicio que siguió a la ola de detenciones, de los 48 imputados, 15 quedaron en libertad, pero el 90% de los detenidos acabaron siendo encarcelados por otras operaciones.

“(La Operación Nécora) Supuso una visualización real de lo que estaba ocurriendo”, valora Avendaño, quien considera que el resultado del juicio, el número de condenas, no fue bueno.

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Sito Miñanco fue detenido meses después de la Operación Nécora en una operación antidrogas en Madrid.

El negocio sigue

Aunque los narcotraficantes ya no campan a sus anchas como antaño, hay algo que no consiguió la Operación Nécora: detener el negocio.

“El negocio nunca se ha parado. El narcotráfico en Galicia nunca se ha parado. Ha tenido momentos más altos, más bajos, pero digamos que Galicia es una pieza más de un entramado que es global, por tanto nunca va a parar, mientras exista el narcotráfico, Galicia siempre va a ser una alternativa, una puerta de entrada”, dice Carretero.

Los narcos gallegos siguen favoreciéndose de su larga y complicada costa.

“Galicia sigue siendo la primera la principal puerta de entrada en barcos. Galicia siempre se ha caracterizado primero por los lancheros, que son los especialistas en el transporte de la cocaína, y después por tener mucha costa y lo escarpado de la misma”, le explica a BBC Mundo Antonio Martínez, jefe de la Brigada Central de Estupefacientes de la Policía Nacional española.

“Es muy complicado hacer cualquier tipo de seguimiento, de persecución en esa costa y eso es utilizado por los lancheros para introducir la droga”.

Los narcos gallegos, explica Martínez, son considerados narcotransportistas: ponen su infraestructura logística enfocada al mar para hacer operaciones.

Pero la presión policial, que según el jefe de la Brigada de Estupefacientes ha conseguido “casi blindar Galicia”, los ha obligado a desviar el tráfico.

“La logística de embarcaciones del narcotraficante gallego la pone al servicio de otras organizaciones europeas para el tráfico de hachís, para incluso enviar hachís a Libia por ejemplo, o al este de Europa”.

“Y por otro lado, los grupos con mucho dinero lo que están haciendo es llevar sus barcos a África, para desde África ir a recoger la droga y luego, bien meterla en África, o desde allí utilizar otros puntos distintos a los que se utilizaba para Galicia”.

Pero “el trabajo lo siguen haciendo los gallegos”.

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La droga sigue llegando a las costas gallegas. En la imagen, las autoridades incautan un alijo de cocaína en el puerto de Vigo en 2013.

No solo es que el trabajo lo sigan haciendo los gallegos, sino que, en muchas ocasiones son los mismos nombres.

Históricos narcotraficantes como Sito Miñanco o Manuel Charlín entran y salen de la cárcel.

“Estas personas efectivamente no han dejado nunca de trabajar y en cuanto tienen la más mínima oportunidad vuelven a hacerlo”, dice Martínez.

En agosto del año pasado, la policía española aprehendió el barco Titán III con 2.500 kilos de cocaína, y entre los arrestados se encontraban Manuel Charlín y su hijo, Melchor Charlín.

Sin embargo, el jefe policial explica que estos no eran los cabecillas de la operación. “Los podrían estar utilizando en este caso por el nombre”.

Esto ocurre porque esos nombres históricos del narcotráfico gallego “tienen prestigio entre los grupos colombianos, conocen a muchísima gente y, a su vez, tienen muchas lealtades”.

Carretero coincide al afirmar que esos históricos “no son los verdaderos narcotraficantes de hoy en día”.

“Los grandes narcotraficantes, los que verdaderamente preocupan a la policía e introducen grandes cantidades de cocaína son personajes que son desconocidos para el público en general, son poco mediáticos y, lo más importante, no tienen ninguna causa por narcotráfico”, dice el periodista.

“Son perfiles de personas con mucho dinero, que pasan por empresarios, que han invertido su dinero en empresas legales y que son muy difíciles de detectar”.

En su comportamiento, por tanto, hay un cambio fundamental: prima la discreción. Ya no hay esas muestras de ostentación en los pequeños pueblos pesqueros como antaño.

“El narcotráfico hoy sigue en Galicia, pero de una manera muy discreta, muy opaca, casi invisible”, dice Carretero.

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