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Colombia: la emotiva historia de reconciliación entre un expolicía y un comandante del frente de las FARC que lo dejó ciego

Wilson Barreto Roa tiene que confiar en lo que le dice Luis Hernando Barón Ramírez, porque es ciego. Lo que significa que tiene que confiar en el hombre que, en cierta forma, es el responsable de que perdiera la vista.

Si hay algo que comparten efusivamente Wilson y Luis es la risa. NATALIO COSOY/ BBC MUNDO

Si hay algo que comparten efusivamente Wilson y Luis es la risa. NATALIO COSOY/ BBC MUNDO

La suya tal vez sea la más perfecta historia de reconciliación de Colombia. Y nadie la cuenta mejor que ellos. Definen quién hablará primero jugando a piedra, papel o tijera.

Y se ríen. ¡Cómo se ríen! Dan envidia.

Luis saca piedra, Wilson papel. Luis le avisa que ganó, así que empieza Wilson, con su hablar atropellado.

“Hace 12 años perdí mi visión a raíz de una emboscada de las FARC (guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). Me encontraba trabajando en la Policía Nacional de Colombia, llevaba como profesional en la carrera un año, tenía 19 años de edad”, cuenta.

Era el 18 de abril de 2004. Trasladaban a unos detenidos por carretera en el departamento del Caquetá, en el sur, de donde es originario, igual que Luis.

“Pasando por enfrente de una casa, se nos detonó; era una casa bomba, el carro voló como a 20 o 30 metros”, recuerda Wilson.

“Desperté a los cinco días aquí en Bogotá ya. Me comentaron qué me había pasado, me dijeron que habían muerto diez compañeros (más dos detenidos que transportaban)”, le dice a BBC Mundo.

Se frena, de repente, se olvidó de algo importante.
“No puse que tengo una esposa, dos hijos hermosos, se me olvidó eso”, apunta, entre las risas de Luis.

No es la misma mujer con la que estaba en pareja en la época del atentado.

“Para ese entonces yo tenía una relación anterior con la mamá de mi hijo mayor que tiene hoy 16 años. Y pues ese fue también otro de los atentados a los que sobreviví, a la primera esposa”, dice.

Y las risas estallan otra vez.

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Ahora le toca a Luis, que en su decir más pausado rememora: “¿Qué le cuento de mi historia de vida? Antes de entrar a las FARC, éramos cinco hermanos, cuatro mujeres y yo”.

“Y de pequeño nunca me gustó el estudio, fui más un niño rebelde, un chino caprichoso y todo eso digamos me llevó en algún momento a querer ingresar a las FARC”, le dice a BBC Mundo.

Su padre tenía un almacén. “Era uno de los comerciantes de este pueblo”, explica.

Le dijo a su padre: “Me quiero ir para la guerrilla. Y mi papá me dice: 'Si se quiere ir váyase, yo no quiero que se vaya pero usted mirará que hace'”.

Y Luis se suma a las FARC el 7 de agosto de 1994. Tenía 13 años.

Dice que entró con ventaja, comparado con muchos otros que se sumaban a la guerrilla: “Tenía un cuerpo grande, sabía leer, escribir, porque había estudiado hasta cuarto de primaria”.

“En el año 99 a mi papá lo matan en una masacre de los paramilitares y a mi compañera embarazada la hacen abortar porque en las FARC los embarazos están prohibidos”, continúa su relato.

Dice que fue lo más duro que vivió en las FARC.

“Ya tenía cuatro meses de embarazo y no había pasado nada… Posiblemente hubiéramos… Ella hubiera podido estar los nueve meses y hubiéramos tenido los niños, pero yo digamos como por un poco el cumplimiento de la norma yo lo que hice fue avisar, informar y también solicité que lo dejaran tener”, explica Luis.

“Y así, como dice el dicho, la embarré y me dolió muchísimo porque yo sabía que había mujeres de algunos comandantes que habían tenido; yo para esa época no era comandante, tenía rango pero no tanto”, dice.

Pero la historia no termina ahí.

“Ella sigue enferma, sigue enferma y la sacan para Neiva (ciudad capital del departamento del Huila) y estando en Neiva le hacen otro procedimiento y le dicen que el legrado había quedado mal hecho y se le había quedado otro feto por dentro. Eran dos. Perdió la matriz también”.

Luis no estaba con ella, ella se lo contó después. “A mí me dio mucha rabia”, cuenta. “Tanto así que yo hice que se volara (que dejara las FARC), como tres días después contraté uno de los carros de ahí, le di una plata y le dije 'váyase'”.

Ahora Luis tiene dos niñas, de otra pareja de la que está separado.

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Luis sigue con su historia en la guerrilla.

“En el año 2000 soy capturado, caigo a la cárcel; salgo a finales del año 2001, afortunadamente, porque no se me logra comprobar nada”.

“Entonces, en el año 2001 salgo de la cárcel, de nuevo me presento (en las FARC)”.

“¿Si ve m'ijo?, concreto”, interrumpe Wilson, bromeando sobre la que asegura es la incapacidad de síntesis de Luis. Todos reímos.

“¡Son 75 años en una hora!”, se defiende Luis, hiperbólicamente (fueron menos de 75 años y más de una hora) y luego sigue con su relato.

En 2004, cuando fue el ataque contra el grupo en el que estaba Wilson, Luis ya había llegado a comandante de compañía, lo que implicaba que estaba al tanto de todo lo que ocurría, aunque la orden de ese atentado no fue directa.

Las unidades en el terreno, sin embargo, tenían la orden general de atacar a las fuerzas de seguridad en cualquier ocasión posible.

Apenas un año después, en 2005, Luis decide dejar las FARC: “Me desmovilizo, me presento ante la policía y comienza mi proceso de reintegración a la vida civil”, cuenta.

“Me desmovilicé porque me cansé de la guerra; no hay nada de heroico en la guerra”, le dice a la BBC.

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Wilson y Luis se conocieron a mediados de 2014 en un curso de liderazgo organizado por una entidad llamada Red Origen.

“En ese curso teníamos que hacer un desplazamiento a Villa de Leyva (un pequeño poblado colonial unas horas al norte de Bogotá)”, cuenta Wilson.

“Llegamos todos los 40 integrantes del grupo de liderazgo que íbamos a estar allí una semanas. Freddy, mi compañero invidente (también expolicía herido en servicio) y yo, pues que también tengo la misma discapacidad, nos quedamos parados en el centro de la plaza esperando que nos ubicaran a nosotros los facilitadores”, cuenta.

“Entonces nos dijeron, 'bueno muchachos vamos para una habitación que quede cerca del auditorio, del restaurante, de todo, para que no se les dificulte'”, recuerda.

“Al día siguiente, pues ya comenzamos como la integración y nos dividieron por grupos de a diez personas. Resulta que en esas diez personas yo quedé con Luis, Luis Barón. Y resulta que Luis estaba en la habitación conmigo; yo quedé con él y mi compañero Freddy quedó pues con su grupo de diez”, cuenta Wilson.

“Había que contar nuestros miedos, todo, toda nuestra historia de vida, entonces yo conté mi historia que ya Luis la sabía porque yo al principio había dicho que había perdido mi visión en la Policía, en una emboscada. Y cuando le tocó la historia a Luis Barón ya llegó él y la contó, comenzó a decir que él hacía parte de un grupo de las FARC que se había desmovilizado en el año 2005”, rememora.

“Yo quedé impactado, lo primero que dije fue 'estoy durmiendo con mi enemigo'”, le dice a la BBC.

“Lo que primero hice fue en la tarde reunirme con Freddy, le dije: 'Freddy, ¿usted sí sabe Luis de qué grupo es?' Y él dijo 'No, no, no ¿por qué?', 'Luis es desmovilizado de las FARC', '¿De verdad?', yo le dije 'Sí'”, recuerda Wilson.

“'¿Pues cómo le parece que el otro muchacho que duerme aquí también con nosotros y está frente mío quedó conmigo y es también desmovilizado de las FARC?', me dijo Freddy. Y yo: '¿En serio? O sea que estamos durmiendo con el enemigo'”, recuerda su diálogo Wilson.

“Entonces yo le dije a Freddy: '¿Qué vamos a hacer?', dijo Freddy 'No, pues nos jodimos. Si nos quieren coger de los pies y jalarnos pues nos pueden, pues nosotros ¿qué vamos a hacer, agarrarlos a bastón? No podemos'”, cuenta el expolicía.

Y de la desconfianza que reinaba entonces, da cuenta lo que ocurrió al día siguiente.

“Luis se levantó y nos dijo: 'Muchachos tengo unos dulces que me trajo mi novia de México, se los voy a regalar'”, recuerda Wilson.

“Los guardamos, pero nosotros ¡qué íbamos a comer los dulces! ¡Pensábamos que nos iba a envenenar!”.

“Y resulta que ya dos días después”, sigue Wilson, “tuvimos que hacer un desplazamiento al desierto de Villa de Leyva. Y ya no era dormir en la misma pieza, sino dormir en la misma cama, debajo de una carpa que tendimos todos. Luis no sabía nada de que yo desconfiaba de él”.

“¿Qué hizo Freddy cuando llegamos al desierto? Cogió los dulces que le había regalado Luis y uno lo enterró y el otro lo botó por un abismo. Yo sí los guardé, pero no me los comí”, confiesa.

Hasta que, al día siguiente, tocó la parte final de la experiencia, donde se hizo un grupo de integración.

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“Yo le dije a Luis: 'Estamos peleando por ideologías inútiles que no valen la pena. Yo no tengo nada contra usted. No tengo que perdonarle nada, pero la verdad lo perdono'”, cuenta Wilson.

“'Lo considero como un compañero y un amigo más aquí, además de que es del mismo departamento del que yo soy, es paisano mío'”, recuerda que le dijo.

Durante todo ese tiempo, Luis había pensado que el atentado lo había hecho el Frente 15 y él había estado en el 49, en la columna móvil Teófilo Forero.

Pero cuando Luis le contó a Wilson que era del 49, Wilson entendió.

“Cuando él dijo que él era del Frente 49 me quedé callado, porque en mi informe dice que el atentado fue realizado por la Teófilo Forero, es decir donde estaba él”, recuerda el expolicía.

“Y al día siguiente le dije: 'Lucho, yo le voy a decir algo, yo no quiero quedarme callado, a mí el atentado me lo hizo el grupo en el que usted se encontraba. Pero igual le ratifico lo que le dije ayer, yo no tengo nada contra usted. Estábamos en dos grupos diferentes, matándonos por ideologías inútiles que no valen la pena'”. le dice a BBC Mundo..

“Para mí no deja de ser impactante ese momento”, interviene Luis.

“Yo dije: 'Uy, juepucha'. Porque una cosa era saber que dejábamos víctimas y otra cosa era tenerlo ahí de frente”, admite el exguerrillero de las FARC.

“Y a la siguiente sesión, tengo la oportunidad de decirle a Wilson: 'De verdad lo siento mucho, pero aquí tiene un amigo, un compañero'”.

“Nos dimos la mano, dijimos 'lo que pasó, pasó'”, cuenta Wilson. “Nos hicimos buenos compañeros, hoy en día salimos, almorzamos, nos tomamos unos whiskicitos, unas cervezas y aquí estamos”.

“Y eso es lo que somos, compañeros”, sigue Luis. “Siempre que nos encontramos recochamos (divertirse, bromear). Lo bacano del cuento es que no tocamos muchas cosas, no porque nos vayan a hacer daño, sino porque sabemos que cada cosa en cada momento”, explica.

Habla de los temas que tocan, y otra vez vuelven las risas: “Que la mujer de Wilson le pega, que a la mía me toca pedirle permiso para que me deje salir, que la de Freddy lo manda a dormir temprano. Al fin y al cabo, es verdad”, dice Luis.

Aunque el exguerrillero reconoce que hay cosas que le siguen costando.

“Hace un mes Wilson me invitó a comer a su casa y quien preparó el almuerzo fue su mamá. Hizo un sancocho super delicioso, porque la mamá de Wilson es del Caquetá. Estuvimos ahí todo el día recochando. Y yo estuve todo el tiempo pensando '¿será que la mamá de Wilson sabe, será…?'”.

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El curso en el que se conocieron duró medio año.

“Durante esos seis meses”, cuenta Wilson, “nos encontrábamos dos veces a la semana, tres horas, salíamos a hablar”.

Luis reflexiona: “La oportunidad que tuvimos con Wilson nos permitió conocernos como personas, que es lo más importante.

“Con lo que viene ahora, más allá de si se puede estar juntos o no, yo creo que tiene que haber un reconocimiento del pasado, de la historia, qué nos llevó a empuñar las armas para matarnos”, agrega.

“Eso va a ser fundamental”, dice el exguerrillero, quien insiste en que no se trata de olvidar el pasado: “Es hacer una crítica de qué pasado tan estúpido, tan loco, qué pasado de tantas muertes”, le dice a la BBC.

Wilson está de acuerdo: “Realmente sí hace falta esa aceptación, ese reconocimiento de todo lo que viene pasando. Y no simplemente echar culpas”, dice.

Y ambos aseguran que votarán que sí en el plebiscito del próximo 2 de octubre, en el que los colombianos deberán decidir si dicen que sí o no a los acuerdos alcanzados entre el gobierno y las FARC para poner fin a 52 años de conflicto interno.

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