Los hechos le han dado la razón a esta antropóloga que coordina el Observatorio de la Extrema Derecha en Brasil.
BBC NEWS MUNDO
“Bolsonaro pasó años movilizando a sus seguidores para esto. Aún si ahora no ha dado una orden directa, yo creo que él es responsable por haber organizado a ese ejército de personas”
Estudiosa de la extrema derecha brasileña desde hace más de una década, Isabela Kalil advirtió en diciembre que seguidores del expresidente Jair Bolsonaro buscaban instigar el caos en su proceso de radicalización.
Al invadir las sedes de los tres poderes del Estado brasileño el domingo, miles de bolsonaristas radicales demostraron su capacidad de acción emulando a grupos extremistas de Estados Unidos, señala Kalil en una entrevista con BBC Mundo.
Está convencida de que las similitudes entre lo que ocurrió en Brasilia y el ataque al Capitolio en Washington por seguidores del entonces presidente Donald Trump el 6 de enero de 2021 están lejos de ser una mera coincidencia.
Y señala un riesgo de que se intenten replicar actos semejantes en otros países de la región.
Lo que sigue es una síntesis del diálogo telefónico con Kalil, quien también es docente e investigadora de la Fundación Escuela de Sociología y Política de São Paulo.
¿Qué significado tiene la invasión de las sedes de los tres poderes del Estado de Brasil por parte de miles de bolsonaristas el domingo?
Hay dos dimensiones: la gravedad de este acto a nivel nacional y transnacional. O sea, cómo este acto coloca a la extrema derecha brasileña en sintonía con la extrema derecha, principalmente en EE.UU.
Diría que el acto es representativo no sólo por Brasil, sino por la relación entre diferentes grupos extremistas de Brasil y EE.UU., por el hecho de que casi replicaron la invasión del Capitolio.
¿Qué objetivo tienen los extremistas con este tipo de ataques?
Fue un ataque a los tres poderes pero mucho más virulento contra la Suprema Corte.
Estos grupos venían esperando hace algunos meses y reclamaron que Bolsonaro hiciera algún un tipo de intervención, como ellos lo llaman.
Como eso no sucedió, fueron frente a los cuarteles esperando que las fuerzas armadas brasileñas respondieran, tomaran lo que ellos llamarían una posición, e hicieran una intervención.
Eso tampoco sucedió. Y ahí esos grupos, no de manera institucionalizada pero con participación de militares retirados y personas de las fuerzas de seguridad pública que estaban ahí actuando como civiles, terminaron llevando a cabo estos actos.
Entonces, a fin de cuentas, creo que hay un recado: demostrar que ellos consiguen movilizarse independientemente de tener instituciones o un liderazgo político dirigiendo esos actos más claramente.
Cerca de 1.200 bolsonaristas fueron detenidos en las últimas horas en la capital. Los campamentos que tenían en el Distrito Federal y en diferentes estados de Brasil estaban siendo desmontados el lunes. ¿Esto puede marcar el fin de estas movilizaciones extremistas?
Es importante remarcar que las instituciones brasileñas toleraron mucho.
Después que fuera anunciada la victoria de Lula y la derrota de Bolsonaro, comenzaron esas movilizaciones. Y desde entonces no se desmovilizaron. Siguieron en las puertas de los cuarteles luego de movilizarse en las carreteras.
Creo que ahora de hecho hay una desmovilización. Eso no excluye que podamos tener actos aislados de extremismo y terrorismo, no con el mismo nivel de personas ni de movilización.
¿Tienen los estos grupos una estrategia predeterminada?
En el caso de Brasil, estaban hace mucho tiempo movilizados en torno a un acto parecido a este.
Entonces, desde el punto de vista de los líderes, no había cómo desmovilizarlos, incluso si fuera para un acto que ellos considerarían más simbólico.
Porque el acto fue muy grave, pero no había actores políticos dentro de los edificios públicos. No atacaron a una persona específica. Podrían haber hecho un ataque en el momento de alguna sesión del Congreso o de una actividad de la Suprema Corte con los jueces reunidos. No lo hicieron.
Creo que esto fue una tentativa de marcar esa movilización que necesita tal vez de años para un acto como este. De acuerdo a lo que seguimos de estos grupos, desde fines de 2019 y principios de 2020 están haciendo convocatorias para un acto como este.
¿Tienen líderes?
Los actos tienen diferentes liderazgos. Pero es difícil nombrarlos, porque hay una movilización digital muy fuerte que también utiliza robots y aplicaciones de mensajes instantáneos.
Bolsonaro pasó años movilizando a sus seguidores para esto. Aún si ahora no ha dado una orden directa, yo creo que él es responsable por haber organizado a ese ejército de personas.
¿Qué nivel de organización poseen?
El primer estudio que nos ayudó a entender a estos grupos mostró una fuerte segmentación.
Hay grupos de mujeres movilizadas en torno a cuestiones de género, grupos de hombres más jóvenes, grupos que están más movilizados en torno a una agenda militar. Puede haber una relación más vinculada al contexto conservador religioso.
Lo que vuelve a estos grupos tan difíciles de ser desmovilizados es que no tienen una agenda única. Son diferentes grupos movilizados en torno a diferentes agendas.
Entonces ¿esto va más allá de Bolsonaro, aunque el expresidente sea su líder?
Exacto. En un determinado momento esos grupos tenían una mayor dependencia de la figura de Bolsonaro para conseguir movilizarse.
Bolsonaro sigue siendo el líder principal, un líder importante y debe ser responsabilizado incluso por esos actos, aunque haya actuado indirectamente.
Pero de cierta forma los actos de ayer (por el domingo) muestran que ellos ganaron autonomía.
¿Por qué nadie pudo evitar lo que ocurrió el domingo en Brasilia?
Hay una combinación de cosas. Está el hecho de tener una cierta lenidad de determinados agentes de seguridad pública que tienen mucha simpatía por Bolsonaro.
Eso significa que aún cuando el comando de determinadas policías pueda dar la orden de reprimir esos actos, muchas veces los agentes en sí apoyan los actos. Entonces hay una penetración fuerte del bolsonarismo en las fuerzas de seguridad.
Hay cuestiones institucionales relacionadas incluso con la actuación de las autoridades del Distrito Federal.
Pero hay otra cuestión. El hecho de que Bolsonaro haya hecho ese retiro estratégico y viajara a EE.UU. fue como si hubiese sacado a la extrema derecha de la escena. Y eso no es verdad. Hubo un error de cálculo.
Como dije, es una relación compleja. Aún cuando Bolsonaro pueda dar o no una orden más explícita, ellos pueden actuar.
¿Cree que la extrema derecha está infiltrada incluso en las fuerzas de seguridad de Brasil?
No, hay agentes de seguridad que tienen simpatía hacia esos grupos. Apoyan al bolsonarismo y a Bolsonaro.
¿Pero entonces el gobierno de Lula y todo el Estado brasileño no sólo tendrán que enfrentar a esos grupos en las calles sino también esa simpatía en las fuerzas armadas?
Exacto, en las fuerzas armadas y en las fuerzas de seguridad como las policías militares, la policía de carreteras…
Ese es el desafío: actuar desde el punto de vista de la sociedad civil pero también institucional, de los agentes de Estado.
Muchos observan las similitudes entre lo que ocurrió en Brasilia el domingo y el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021. ¿Son casualidades?
No creo que sea casualidad.
Existe un hashtag, #BrazilianSpring, que comenzó a ser compartido a partir de Steve Bannon (el exestratega de Trump).
De hecho, hubo un tipo de actuación para colocar en compás a la extrema derecha de Brasil con la de EE.UU. y de cierta manera emular la invasión del Capitolio el 6 de enero de 2021 aquí.
¿Esto significa que la extrema derecha está compartiendo fuerzas, ideas y estrategias en el continente?
Por lo menos es una tentativa. No podemos decir que eso va a suceder en otros países. Pero existe una estrategia de la extrema derecha transnacional que es intentar hacer esto en América Latina.
Si van a conseguirlo o no va a depender mucho de la movilización de las fuerzas democráticas de los países, de las instituciones y de la capacidad de contener a estos grupos.
Existe un objetivo de hacer transnacionales estas estrategias y compartir diferentes repertorios y tácticas.
En el caso de Brasil, esto no es exactamente nuevo. Con mi equipo de investigación ya publicamos un artículo que comparaba la movilización de la extrema derecha en Brasil y EE.UU. a partir de la pandemia de covid-19.
Pero con los actos de ayer (el domingo) se consolida la transnacionalización de la extrema derecha en Brasil.
¿Hay una conexión orgánica entre los movimientos de extrema derecha en EE.UU., Brasil y otras partes del mundo?
Lo que ocurre es que hay diferentes líderes brasileños que consumen determinados líderes y portavoces de la extrema derecha en EE.UU. y de cierta forma hacen una traducción para Brasil.
Tanto es así que hay líderes bolsonaristas que cuando tienen alguna cuestión con la justicia o salen de Brasil, van a EE.UU.
Un actor importante de la extrema derecha brasileña fue Olavo de Carvalho, ya fallecido, un brasileño que vivía en Virginia y de cierta forma hacía esa especie de traducción para Brasil de lo que ocurría en EE.UU. con la movilización de la extrema derecha y otros elementos más radicales.
El creó un puente y hay alumnos de Olavo de Carvalho que pasaron a consumir esas influencias y materiales de extrema derecha en EE.UU.
¿Los países de la región deben estar atentos a esa vocación transnacional de la extrema derecha?
Es preciso evitar la tentativa de replicar la invasión de edificios públicos. Brasil copió eso de EE.UU. Existe sí el riesgo de que haya tentativas invadir edificios públicos en otros países de la región.
Brasil es estratégico en el continente porque la victoria de Lula da señales de que tendremos la consolidación de una segunda ola rosa de partidos de izquierda y centro-izquierda, y cómo esta se va a colocar hoy más ligada a cuestiones socioambientales y de diversidad, como el combate al racismo, temas de género, etcétera.
Brasil es estratégico porque, de cierta manera, tiene una influencia importante en la región políticamente.
Entonces, debe prestarse atención para que no haya en otros países de la región tentativas de actos como el que ocurrió en EE.UU. y ahora en Brasil.
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