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Ataque de Sri Lanka: “Mi hijo no sabía lo que significaba la palabra bomba”, el drama de las decenas de niños muertos en los atentados

Hace una semana, docenas de niños fueron asesinados en los ataques del domingo de Pascua en Sri Lanka. Vestidos con la mejor ropa para uno de los servicios religiosos más importantes del año, esta fue la primera generación en décadas en crecer en un entorno libre de violencia.

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Sus historias, y la lucha de los niños sobrevivientes para comprender la carnicería, pasan por un camino devastadoramente familiar, el de la historia del país.

Cuando Sneha Savindri Fernando fue a la iglesia de San Sebastián, en Negombo, al oeste de Sri Lanka su mente estaba en algo completamente distinto. Había pasado semanas organizando su cumpleaños número 13. Un evento que nunca llegaría a celebrar.

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Sneha estaba a punto de celebrar su 13 cumpleaños.

“Era como un pajarito. Le encantaba bailar. Bailaba por cualquier cosa. Si le pedías que bailara, saltaba de inmediato en un sari o una falda larga”, dice su madre, Nirasha Fernando.

Sneha y sus vecinos, Gayani y Tyronne, se fueron todos juntos en el bicitaxi de Tyronne.

Sólo Nirasha volvió.

Sneha es una de las niñas que murió cuando un atacante suicida se inmoló en la iglesia de la comunidad de Negombo, de Katuwapitiya, el pasado 21 de abril. Simultáneamente, otros cinco lugares, iglesias y hoteles, fueron atacados.

Lleno de niños

Fue lo primero que notaron los servicios de urgencias tan pronto como entraron en las iglesias atacadas: la gran cantidad de niños entre los muertos.

El número total de víctimas de los ataques no está claro, pero los funcionarios creen que los niños podrían terminar representando más de una quinta parte de la cifra final de muertes.

Esto se debe a que los terroristas tenían como objetivo los servicios religiosos de la mañana en un importante festival religioso y los restaurantes de los hoteles de lujo donde las familias se alojaban, y que a esa hora estaban llenos de personas desayunando.

Ahora, la madre de Sneha, Nirasha, mira con angustia la foto de su hija.

A ella una parte de la bomba le destrozó el labio superior y tendrá para siempre una marca física permanente y un recordatorio de su pérdida.

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La ciudad de Negombo está llena de fotos que recuerdan a las víctimas.

“En casa la llamábamos duwani (hija). Era la mayor de mis hijos. La mecía para dormir… La sostuve en mis manos… La crié con tanto amor y ahora se ha ido”.

Estaban sentadas en el tercer banco de la iglesia cuando explotó la bomba.

El daño al cuerpo de Sneha fue tan severo que la llevaron a casa en un ataúd sellado.

“Ni siquiera pude ver su cara”, dice Nirasha con la mirada vacía.

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A Nirasha Fernando una parte de la bomba le destrozó el labio superior y tendrá para siempre una marca física permanente y un recordatorio de su pérdida.

El salón de otra casa de Negombo alberga una escena insoportable.

Cuatro ataúdes abiertos se encuentran uno al lado del otro.

Tres contienen cuerpos de niños: los hermanos Rashini Praveesha, de 14 años, Shalomi Himaya, de nueve, y Shalom Shathiska, que tenía siete años.

Los familiares en estado de shock todavía deambulan por la casa como para confirmar que lo que están viendo es verdad.

Una anciana, pariente de la familia, llora rota de dolor. “¡Shalom! ¡Shalom! El más pequeño, nuestro bebé”, dice, cayendo casi sobre su ataúd. “Siempre fuiste tan travieso, siempre te encantó hacernos bromas. ¡Levanta bebé, por favor levántate!”

Los familiares se apresuran y se la llevan, incluso mientras ella sigue gritando.

Una historia similar ocurre en la ciudad costera oriental de Batticaloa en el otro lado del país. Al igual que Negombo, Batticaloa está cubierta de fotografías que recuerdan a los muertos, muchos de ellos niños.

A tomar agua

Entre ellos se encuentra la foto de John Jesuran Jayaratnam, de 13 años, vestido con su mejor camisa roja y tirantes. Se la tomaron a la salida de la escuela dominical.

Su madre le dice a la BBC que estuvieron juntos mientras esperaban para entrar a la iglesia de Zion antes de que comenzara el servicio de Pascua.

Se separaron cuando él fue a tomar agua a la fuente. Esa fue la última vez que lo vio.

Fuera de la casa de John, un aro de baloncesto pegado a una pared se balancea con la brisa.

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A John Jesuran Jayaratnam le gustaba jugar al baloncesto.

“Le gustaba mucho el baloncesto. Solía sentarme aquí y verlo jugar”, dice su madre, mientras mira por la ventana de la sala.

Para los habitantes de Sri Lanka, la pérdida de tantos niños ha sido una de las características más definitorias de estos atentados. No son los ataques son objeto de conversación, también los niños.

En los días posteriores a los ataques, circularon muchas versiones en WhatsApp y Facebook, que intentaban responder por qué murieron tantos niños.

La gente comenzó a decir que había muchos porque las bombas explotaron cuando fueron llamados a una bendición o porque había un coro de ellos en el altar cuando explotaron las bombas.

Ha sido difícil confirmar tales detalles, y pocas de estas historias parecen tener alguna base.

Un sobreviviente del ataque de Negombo me dijo que había muchas mujeres y niños entre las víctimas porque debido al calor, se quedaron dentro donde hacía más fresco mientras los hombres permanecieron fuera de los recintos.

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Hacía años que Sri Lanka no sufría una ola de violencia como esta.

En Sri Lanka, estos niños también representan lo que podría llamarse la primera generación “ingenua”. La guerra, división y brutalidad no formaban parte de su vida diaria.

En solo unas pocas semanas, el país que cumplirá 10 años desde el final de una guerra civil.

Duró 30 años y enfrentó a las fuerzas gubernamentales con los militantes separatistas tamiles. Fue un conflicto con bombas en todo el país y una violencia brutal ejercida por ambas partes.

Pero es que, además, las generaciones “previas a esa guerra” fueron testigos de dos insurrecciones marxistas sangrientas, primero a fines de los 70, luego a fines de los 80 y principios de los 90, que alteraron la vida cotidiana de manera violenta, incluyendo el cierre de escuelas que duró meses. Una brutal represalia del gobierno provocó aún más derramamiento de sangre.

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Muchas organizaciones están tratando de ayudar a que padres y profesores encuentren una manera de contar lo sucedido a los niños.

Así que la muerte de muchos de estos niños el domingo de Pascua se sintió especialmente conmovedora porque esta fue la primera generación durante décadas para quienes la violencia no era parte de sus vidas cotidianas.

Eso no quiere decir que no haya conflictos, ha habido disturbios y ataques contra los musulmanes en las iglesias.

Las tensiones religiosas iban en aumento, aunque nunca a esta escala. Sin embargo, el derramamiento de sangre que afectaba regularmente a los tamiles, cingaleses y musulmanes de generaciones anteriores había desaparecido.

Para el Ajith Danthanarayana, director del hospital de niños Lady Ridgeway en Colombo, las consecuencias de los ataques con bombas son un amargo recordatorio del pasado.

“Todos son niños. No hay raza ni religión. Hemos sufrido 30 años de guerra y también un tsunami. Hemos superado tantas cosas malas y hemos logrado tolerar y hacer lo mejor para nuestros pacientes. Eso es todo lo que podemos hacer” dice.

En el resto de la sala, el sentimiento es similar.

“Al menos estaba acostumbrado a esto. Todos sabíamos o habíamos oído hablar de personas que habían muerto por la violencia, y veíamos constantemente imágenes en la televisión y en los periódicos. Pero, ¿cómo puedo explicarle esto a mi hijo?”, me pregunta Wasantha Fernando, mientras está de pie junto a la cama de su hijo en el hospital.

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Akalanka, de siete años, sabe que está herido pero no entiende lo que sucedió en los ataques.

Akalanka, de siete años, estaba entre los heridos en la iglesia de San Sebastián. Una bola de hierro desgarró su pierna, fracturándole el hueso e incrustándose en el músculo. Fue dado de alta ese día, pero aún no tenía una idea clara de por qué estaba en el hospital.

“Nos ha escuchado usar la palabra bomba y nos está preguntando qué significa. Le he dicho que es algo que hace un ruido fuerte como un petardo. No sabe que puede causar la muerte, pero tengo que explicarle, porque muchos de sus amigos y compañeros han fallecido”, dice Fernando.

Lleno de rumores

Esto representa el segundo gran desafío para una población que todavía se está recuperando de la brutalidad de estos ataques. ¿Cómo se lo explican a sus hijos, muchos de los cuales ya están traumatizados?

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Los hermanos Sachini y Vimukthi fueron también víctimas de los atentados

Varias organizaciones, entre ellas Unicef, han estado publicando pautas para ayudar a los adultos a hablar con sus hijos sobre lo que sucedió de una manera apropiada para su edad.

Estas guía se han compartido ampliamente en las redes sociales y también con los padres y el personal médico de los hospitales, así como con los maestros.

De hecho, regresar a la escuela, dicen los expertos, es otra buena manera de ayudar a los niños a procesar lo sucedido.

Dayani Samarakoon, que enseña a niños entre siete y 12 años en una escuela de Colombo, describe cómo se había estado preparando para el regreso de sus estudiantes. Su enfoque, dice ella, depende del grupo de edad.

“Los más pequeños pueden o no saber algo de lo que ha sucedido. Haré que me hablen sobre lo que saben. Parte de lo que saben podría ser la verdad, mientras que el resto podría ser un rumor. Pero lo importante es escucharlos y escuchar sus miedos “, dice ella.

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