Vivió en Argentina desde que era pequeño, estuvo radicado un tiempo en Uruguay de donde regresó a Buenos Aires en 2018. En 2021 se le abrió una causa por portación ilegal de arma blanca, un cuchillo de 35 centímetros de largo, pero luego fue cerrada.
No tenía ocupación formal conocida, pero según un vecino trabajaba como piloto de aplicaciones de autos de pasajeros.
En sus redes sociales había publicado numerosas fotos con aspectos y estilos diferentes: cabello largo o corto, con o sin barba, exhibiendo varios tatuajes, entre ellos un sol negro, símbolo utilizado por los nazis. Su cuenta de Instagram fue cerrada en la madrugada de este viernes.
Sabag Montiel frecuentó la escena del death metal y quienes lo conocieron en su barrio, Villa del Parque, lo definen como errático, inconstante y camaleónico, proclive a decir “cosas insensatas”. La costumbre de esperar a músicos famosos en hoteles.
Quienes frecuentaron a Sabag Montiel años atrás saltaron de sus sillas al enterarse del atentado contra Fernández, pues no todos los días un viejo conocido intenta matar de un balazo en la cara a la vicepresidenta de la Nación. Lo conocían por su viejo apodo, “Tedi”, un joven de Villa del Parque que vivía con su padre, Fernando, en su casa de la calle Terrada. Y en medio del caos, rememoraron.
Diez años atrás, “Tedi” frecuentaba el circuito de bandas death metal, una variante extrema del heavy, más oscura, revulsiva, acelerada, con seguidores particularmente pacíficos y agradables, también seguía a grupos del sonido nü metal. No era músico, no tenía una banda, aunque acumulaba miles de dólares en guitarras y amplificadores en su habitación, con marcas como Ampeg, Marshall, Orange y Mesa Boogie. Seguía a ciertas bandas locales, también era devoto del grupo hungaro Ektomorf.
En ese circuito, también entre sus conocidos, “Tedi” se convertía en una presencia incómoda. Les relataba sus supuestas experiencias paranormales, les mostraba la piel de gallina al hablar. Insistía con viajar a Uruguay, decía que allí la pasarían genial, que tenía departamento y dólares. En los recitales, se paraba en medio de las ruedas frenéticas de pogo, en medio del torbellino, con la mirada perdida.
“Me daba escalofríos”, dice alguien que lo conoció y lo veía con frecuencia.
Sus posteos en redes sociales con mensajes insensatos eran constantes, casi como sus cambios de imagen y estilo, entre camisas y anillos, o, más recientemente, con tatuajes con símbolos tomados de la estética del nazismo esotérico, algo que sorprendió a sus viejos conocidos, porque nadie lo tenía por nazi. “Era un freak, pero mal”, recuerda otro conocido.
Su salud mental era un punto en la conversación sobre él. Si tenía un diagnóstico psiquiátrico, nadie podía precisarlo. “Tedi” presentaba un solo frente, o diferentes variaciones de su frente, una historia contada a través de selfies, en un entorno que aumentaba su distancia cada vez más. Su madre, Viviana, que se dedicaba a vender ropa y vivía con él en la calle Terrada, falleció en 2017, a causa de problemas respiratorios.
“Tedi” se presentó como su único heredero en el Juzgado Civil 48. Iba por su patrimonio, un viejo Peugeot.
Tenía varias costumbres, según dicen quienes lo conocieron. Solía proponer negocios que eran “un delirio”, o esperar a músicos famosos a la salida de hoteles. En marzo pasado, posteó un video donde intentaba una selfie con Taylor Hawkins, baterista de Foo Fighters, una semana antes de su muerte. “Vídeo con Taylor Hawkings de Foo Fighters una semana antes de morir, me siento la parca muy fuerte conocer a alguien antes de su muerte”, posteó en Instagram.
A fines de agosto, “Tedi” tuvo sus cinco minutos de polémica en Crónica TV. Acompañaba a una joven que decía ser su novia, mientras vendía algodones de azúcar. La joven decía que ya no cobraba planes sociales, que no estaba a favor, porque era “fomentar la vagancia”. En Facebook, en su muro, relató sus enfrentamientos con “las mafias de coperos peruanos”, vendedores de algodón de azúcar sumamente territoriales. Habló de sus peleas a golpe de puño con ellos.
“La plata no se hace mágicamente, sino laburando”, dijo. “No avalamos la discriminación y justificamos a los extranjeros que trabajan y se levantan temprano para atender una verdulería y por eso tiene 4×4 y camionetas porque trabajan y se lo merecen pero no estamos de acuerdo con gente que viene de afuera a ocupar una villa y vivir gratis y a vivir de planes sin trabajar y venden droga, habría que extraditarlos”, completó.
“Tedi” nunca tuvo un trabajo en blanco. “Hacía tramoyas”, recuerda un antiguo contacto suyo, sin saber definir los ingresos de Sabag Montiel. En los últimos tiempos, se había mudado a un monoambiente que alquilaba en San Martín, sobre la calle Uriburu. Tenía una excelente relación con el propietario, sin conflictos. Según vecinos, “Tedi” era dueño de tres taxis que trabajaban en la Ciudad.
Hubo un episodio en particular. El 17 de marzo de 2021, según confirmaron fuentes policiales, un policía porteño de la Comisaría 15A relató cómo interceptó un Chevrolet Prisma negro en su recorrido, sin placa trasera y con los vidrios delanteros bajos. Allí se presentó Sabag Montiel, quien dijo ser empleado de una empresa telefónica.
Explicó que la placa le faltaba debido a un choque ocurrido días antes. Decidió abrir el auto. Al abrir una de las puertas, se cayó del vehículo un cuchillo de 35 centímetros de largo.
Así, se le levantó un acta contravencional con intervención de la Fiscalía N°8 del fuero y se le secuestró el arma, un hombre con un cuchillo largo en su auto.
La causa fue archivada poco después. La fiscalía afirmó que el caso “no revestía entidad”. Pero andar con un cuchillo largo e intentar un magnicidio son dos cosas distintas.
El destino inmediato de Sabag Montiel queda por definirse, con estudios de abogados que tocan el timbre en su domicilio de Villa del Parque en busca de representarlo y una causa a cargo de la jueza federal María Eugenia Capuchetti.
Tras su detención, fue trasladado a una celda de la dependencia de la calle Cavia de la PFA. El arma que llevó a Juncal y Uruguay, con la que le gatilló a Cristina Fernández de Kirchner en la cara, una pistola Bersa calibre .380 con el número parcialmente limado, es otro punto en la historia.
Tenía balas reales, cinco en total, en un cargador con capacidad para 15 y otra en la recámara.