“El fin de semana anterior rechacé a 16 familias para las que no podía prestar servicios”, dice la propietaria Candy Boyd. “Es triste. Pero así es como es ahora”.
En las últimas dos semanas el coronavirus azotó la ciudad de Los Ángeles y alrededor del 80% de los fallecidos que atravesaron sus puertas murieron a causa del virus.
Uno de cada 10 residentes de la segunda ciudad más grande del país se ha infectado desde que comenzó la pandemia, y casi 300 personas murieron diariamente la semana pasada a medida que aumentaban los contagios.
En la recepción de Boyd, los teléfonos no paran de sonar, pero quienes llaman no obtienen respuesta. El abrumado personal ahora les dice a los clientes que simplemente se presenten y hagan fila.
Incluso está recibiendo llamadas de familias desesperadas de otros condados, a más de una hora en auto.
Muchas morgues de hospitales también están llenas, con forenses locales que utilizan camiones refrigerados para acomodar víctimas. Algunos cementerios advierten de listas de espera de dos semanas. “Las cosas están cada vez más fuera de control”, dice Boyd.
Durante la visita de AFP esta semana, un ataúd con una pequeña corona de flores ocupaba la sala de descanso de los empleados. Llevaba allí una semana.
“Esta habitación es nuestra área de almuerzo, sin embargo, tenemos que usar esta sala como espacio para ataúdes”, explica la propietaria. “Hemos hecho los servicios, pero el cementerio está tan ocupado que tenemos que retenerlos aquí hasta que tengan tiempo de hacer el entierro”.
Cuerpos en el garaje
Como gran parte del sur de Los Ángeles, en el vecindario de Westmont viven principalmente comunidades de clase trabajadora negra y latina, que residen en hogares densamente poblados.
Estas zonas se han visto particularmente afectadas por la pandemia, con tasas de mortalidad dos o tres veces más altas que las de las comunidades cercanas.
La cámara frigorífica de la funeraria de Boyd ha estado constantemente llena.
Hace dos semanas, Boyd trajo carpinteros para que contruyeran dos grandes estructuras de madera en el garaje de la empresa para almacenar cuerpos embalsamados.
“Ni siquiera ha tenido la oportunidad de terminar realmente porque necesitábamos (almacenar) estos”, dice, señalando los cadáveres envueltos en bolsas que yacían en los estantes. “Nunca me hubiera imaginado tener que construir eso, ni en mis sueños más locos”.
Algunas funerarias han informado de una escasez de ataúdes debido a la falta de madera, aunque el proveedor de Boyd se mantiene al día con los pedidos siempre que se realicen con suficiente antelación.
“Pesadillas”
Preocupada porque sus cinco empleados se contagiaron del virus al comienzo de la pandemia, Boyd se negó inicialmente a aceptar a las víctimas de covid. “Tenía pesadillas. No podía comer, no podía dormir”, recuerda.
Desde entonces, Boyd ha creado protocolos de seguridad y ahora se siente cómoda lidiando con la afluencia, aunque insiste en que “no se trata de un tema de dinero”.
“Se trata de ayudar a las familias”, dice.
“Me pasa factura todos los días, estoy lidiando con esto”, agrega Boyd. “Y tengo que mantener una cara impasible porque tengo que estar ahí para la familia”.
A veces, los clientes son personas a las que conoce personalmente desde hace mucho tiempo.
Otras veces, Boyd se encuentra con familias que aún se niegan a usar mascarillas o respetar la distancia física, incluso cuando hacen los trámites para enterrar a sus seres queridos.
“Los números no mienten. Es verdad. Es real”, dice Boyd sobre la enfermedad.
Los casos en California se han más que duplicado desde principios de diciembre a 2,8 millones.
“Si no te lo tomas en serio”, advierte a un periodista de la AFP, “podrías ser una de las personas que están en mi última fila”.