Hernández Gómez fue ultimado el miércoles por dos sicarios que iban en una motocicleta cuando estaba dentro su auto en el estacionamiento de un supermercado, al que había llegado después de recibir una llamada telefónica.
De acuerdo con la identificación biométrica de Hernández Gómez, “se trata de la persona de sexo masculino que fue detenida en agosto de 2016 por elementos de la Policía de Investigación, acusado de cometer un doble homicidio en septiembre de 2005”, informó la Fiscalía.
Hernández Gómez fue detenido en 2016 por homicidio, pero quedó libre cinco meses más tarde, después de que uno de sus presuntos sicarios se autoincriminó, de acuerdo con medios mexicanos. Uno de sus sobrinos fue asesinado hace un año.
En mayo de 2013, Cayagua ordenó el asesinato de un vendedor de drogas fuera de un bar del barrio capitalino de Condesa que era familiar de un líder del grupo rival La Unión Insurgentes.
Eso provocó que, dos días después, La Unión Insurgentes secuestrara a plena luz del día a 13 jóvenes, entre ellos el hijo de un líder de La Unión Insurgentes, en el bar Heaven de Ciudad de México, que después aparecieron asesinados y enterrados en una fosa clandestina.
Este año el líder de otra banda dedicada a la distribución de drogas, Felipe de Jesús Pérez Luna, alias el Ojos, jefe del llamado Cartel de Tláhuac, murió en un enfrentamiento con la Marina en el sur de Ciudad de México, lo que provocó una violenta reacción de su grupo.
En ese operativo hubo en total ocho muertos, vehículos incendiados y calles bloqueadas por “mototaxistas” que supuestamente estaban al servicio del líder delictivo.
Femicidios son plaga
Una ola de asesinatos de mujeres plaga el estado de México, el más poblado del país con 16 millones de residentes y que rodea a la capital federal por tres partes.
La creciente crisis de los feminicidios -muertes cuyo motivo está directamente relacionado con el género- llevó al gobierno de la nación a emitir una alerta por violencia en 2015, la primera para un estado.
Algunos de los decesos están causados por malos tratos domésticos. Otros parecen ser casuales, cometidos por extraños.
A menudo, los cuerpos suelen aparecer mutilados y abandonados en un lugar público, algo que muchos interpretan como un mensaje para otras mujeres: no hay lugar seguro, ni hora del día, ni actividad.
Oficialmente, el estado de México es el segundo por detrás de la capital de la nación con 346 asesinatos calificados como feminicidios desde 2011, según estadísticas gubernamentales. Dilcya García Espinoza de los Monteros, fiscal estatal adjunta para violencia de género, señaló que este tipo de muertes cayeron alrededor de un tercio entre enero y julio de este año, frente al mismo periodo de 2016, aunque esto no puede considerarse un indicador de mejora.
“No debemos caer en esta danza inacabada de cifras” que hace pensar que cuando hay un incremento en los decesos hay que trabajar más duro y cuando caen ya no hay más que hacer, dijo Espinoza. “El problema es difícil de erradicar porque la violencia contra las mujeres parte de ideas distorsionadas que suponen que las mujeres somos menos que los hombres, que las mujeres pueden ser tratadas como basura”.
La clasificación oficial de “feminicidio” deja bastante espacio a la interpretación, y los críticos señalan que la cifra oficial está incompleta. Muchos delitos violentos como las desapariciones no se suelen reportar ni castigar, y se considera que el estado de México es, a día de hoy, la zona cero en cuanto a asesinatos de mujeres en el país.
El Observatorio Ciudadano Contra la Violencia de Género, Desaparición y Feminicidios (Ocmexfem), una asociación sin ánimo de lucro, contó 263 feminicidios solo en 2016.
Antes del estado de México, las miradas se centraban en Ciudad Juárez, al otro lado de la frontera con El Paso, Texas, que era conocida por los asesinatos de mujeres, con casi 400 desde 1993, de los que apenas un puñado resultaron en condenadas. Los dos lugares son zonas marginales, comunidades periféricas con elevados niveles de crímenes violentos, corrupción e impunidad.